Una ni?a
Arqueo las cejas y ella me se?ala los espacios en blanco al final de cada p¨¢gina. ¡°Son para escribir- dice. ¨CEl libro lo escribo yo¡±
Para Mar¨ªa
Ahora que la vida se ha hecho lenta y triste, nada acepto mejor que contemplar a los ni?os peque?os. ¡°Quien piensa lo m¨¢s profundo, ama lo m¨¢s vivo¡±, dijo el poeta alem¨¢n. Yo no pretendo cavilar grandes profundidades (al contrario, intento nadar hacia la superficie), pero la vivacidad a veces chispeante y otras reticente de los cr¨ªos me fascina, c¨®mo decirlo mejor, me reconcilia moment¨¢neamente con el valle de l¨¢grimas. Este tinglado hueco o siniestro s¨®lo funciona de veras cuando el paso lo marcan ellos¡ Les veo ahora, en la Feria del Libro del Retiro. Unos corretean y otros desfilan formales junto a los mayores, curiosean lo que a nadie interesa, intercambian confidencias o retos que apenas entendemos. No es cierto que s¨®lo los m¨®viles les atraigan (aunque su vitalidad ame comunicarse, como es debido), porque tambi¨¦n acuden al disfrazado de ping¨¹ino, al perro que mea subrepticiamente en la esquina de una caseta, al reparto de globos, los globos, los globos¡ hasta que uno se les escapa, tanto mejor. Y tambi¨¦n a los libros. Pocas cosas les gustan tanto como los libros, sobre todo si a¨²n no saben leer.
A mi caseta se acerca una madre con su ni?a de unos seis o siete a?os para que le firme un libro. Pregunto a la peque?a si le gusta leer y la mam¨¢ responde por ella que much¨ªsimo. Para aclararme, la cr¨ªa me ofrece el libro que lleva en su bolsita. Tiene bonitas ilustraciones de la Roma antigua, pero ning¨²n texto. Arqueo las cejas y ella me se?ala los espacios en blanco al final de cada p¨¢gina. ¡°Son para escribir¡ª dice. ¡ªEl libro lo escribo yo¡±. La saludo en silencio: ¡°Hola, Virginia. De modo que has vuelto¡ No te reconoc¨ªa, tan chiquita. Necesitar¨¢s otra habitaci¨®n propia. Y ahora tambi¨¦n una buena conexi¨®n de wifi¡¡±.
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