Stolz, en su d¨ªa de gloria
Una joya de 1952 que supera el examen de las monstruosas computadoras actuales
Blancas: Rc1, Td1, Th1, Ab2, Dc2, Ce2, Ae4, Cd5; peones en a2, b3, c4, d4, f2, g3 y h2.
Negras: Ta8, Ac8, Dd8, Tf8, Rh8, Ae7, Cc6, Ch5; peones en a7, b7, c7, d6, g6, h7 y f3.
Los programas de ajedrez que calculan millones de jugadas por segundo pueden convertirse en una especie de tribunales de la Inquisici¨®n que dictaminan si una partida supuestamente inmortal se bas¨® en una combinaci¨®n incorrecta, por muy brillante que fuera. En realidad, el hecho de que el hallazgo de tal refutaci¨®n pueda anular la inmortalidad ya es discutible, porque la belleza sigue ah¨ª, aun sin respaldo cient¨ªfico. Pero si la partida en cuesti¨®n supera adem¨¢s esa prueba tan exigente, los aplausos se hacen eternos, como ocurre con la joya glosada en este v¨ªdeo, creada en el d¨ªa de mayor gloria del autor.
El sueco G?sta Stolz (1904-1963) fue un jugador duro, y asiduo a torneos de ¨¦lite que se jugaban en pa¨ªses cercanos al suyo, al que defendi¨® en nueve Olimpiadas de Ajedrez con buenos resultados. Pero nunca perteneci¨® a la primera fila mundial, lo que le provoc¨® graves penurias econ¨®micas, como reflej¨® la revista Tidskrift f?r Schack en 1992: ¡°A lo largo de su carrera, G?sta sufri¨® enfermedades y problemas financieros. Se vio obligado a empe?ar las placas de los tres Campeonatos de Suecia que gan¨® (¡), as¨ª como el trofeo del Campeonato de Europa, una pieza de medio metro y de gran valor, hecha de plata y m¨¢rmol¡±. Su hijo, Sune, logr¨® recuperar las placas muchos a?os despu¨¦s.
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