¡®Efecto Heidelberg¡¯
Incluso Mark Twain encontr¨® aqu¨ª el para¨ªso. Pero yo no lo veo

Visitamos la famosa Heidelberg. Sentamos a la beb¨¦ en una banca. Acaba de aprender a saludar con la mano y la dejamos que practique con unos ni?os chinos, dos familias holandesas, varios cientos de americanos, japoneses, espa?oles. Estamos a punto de dejar Alemania despu¨¦s de vivir aqu¨ª dos a?os y este viaje es una suerte de despedida. Y de disculpa, tambi¨¦n, porque se nos fue el tiempo sin visitarla. Pero empezamos mal. No hay nada ¨ªntimo en nuestro ritual. Hay sol y fila para el ba?o y hasta el paisaje parece colocado, como si no existiera m¨¢s que para posar. Todos sacamos la misma foto del castillo medio ca¨ªdo. Si hici¨¦ramos zum ver¨ªamos que est¨¢ sostenido con cemento para permanecer ca¨ªdo en la justa medida: la de la idea de lo rom¨¢ntico.
Pero hoy, aqu¨ª, resulta imposible conjurar el esp¨ªritu del romanticismo alem¨¢n como nos lo contaron. El ¨²nico hombre enfrent¨¢ndose a la naturaleza es uno al que el viento le vol¨® el sombrero. Y a mi profesora de est¨¦tica, que se esforz¨® por explicarme el intraducible unheimlich y el preciso sublime, me la imagino anonadada frente a la variedad tonal de gummy bears en las tiendas de la avenida peatonal de Heidelberg que venden solo eso: gominolas. Incluso Mark Twain ¡ªese maestro de la iron¨ªa cuyos malestares con el idioma alem¨¢n me han acompa?ado en los m¨ªos¡ª encontr¨® aqu¨ª el para¨ªso. Pero yo no lo veo.
Es probable que los rom¨¢nticos, que con su Grand Tour iniciaron el turismo como hoy se practica, hayan cavado a la par la tumba de su temperamento. Tampoco me parece una gran p¨¦rdida, la verdad. No es muy rom¨¢ntico de mi parte pero prefiero a los j¨®venes egoc¨¦ntricos que deprimidos. Imagino al joven Werther frente a m¨ª. Lotte acaba de mandarle un WhatsApp terminante. Convencido de la gravedad de su tormenta, ¨¦l se sube a una de las bardas del castillo, a 80 metros sobre el nivel del r¨ªo. No se sostiene, tampoco se avienta. Lo veo titubear, pienso que es posible que resbale, caiga y su muerte se asocie en la prensa al bulo de la Ballena azul. Pero Werther se queda ah¨ª s¨®lo el minuto que le toma extraer del bolsillo su tel¨¦fono, apuntar y selfificarse. De un clic le env¨ªa la instant¨¢nea a Guillermo. Luego se baja al r¨ªo en funicular.
Al incremento de suicidios que surge cuando alg¨²n famoso se mata se le conoce como efecto Werther, porque algo as¨ª sucedi¨® en 1774 cuando Goethe public¨® su novela. Postulo que ¡ªmenos triste y m¨¢s frecuente¡ª podr¨ªamos decir efecto Heidelberg: cuando algo es tan encantador que te desencanta.
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