De Glasgow a Barcelona
La riada humana que Europa contiene es heredera de mil estrategias que las ideas no sofocar¨¢n
Paseo por el centro de Glasgow con mi hijo Pere de 11 a?os. Primera semana de un agosto escoc¨¦s, sin calor y sin los apretujones barceloneses. Magn¨ªfica conversi¨®n del Stock Exchange en museo de arte moderno y biblioteca p¨²blica. Preguntamos por una librer¨ªa y se nos indica amablemente. La encontramos sin ninguna dificultad. La idea es comprar alg¨²n libro para la espera en el aeropuerto, a unos cincuenta minutos de la estaci¨®n central de la ciudad, una interesante muestra de arquitectura de hierro. Entre los libros escogidos, est¨¢ el de memorias de un iconoclasta reconocido y escritor de talento, Christopher Hitchens. Habiendo le¨ªdo sus compilaciones de ensayos, no dudo de que el libro me interesar¨¢. Me termina por decidir que incluya un ensayo sobre Edward Said, palestino cristiano, autor de Orientalism, uno de los libros m¨¢s influyentes del siglo pasado y una de las voces m¨¢s cr¨ªticas de las sobrecargadas im¨¢genes del islam y el mundo isl¨¢mico en Estados Unidos.
Leo el ensayo del deslenguado ingl¨¦s, que en esta ocasi¨®n bucea en su condici¨®n de jud¨ªo no creyente. El ensayo sobre su larga relaci¨®n con el fascinante fil¨®logo palestino es la historia de una doble decepci¨®n: la de Said a prop¨®sito de la claudicaci¨®n de la Autoridad Nacional Palestina respecto de la pol¨ªtica exterior estadounidense y la del propio Hitchens respecto a la posici¨®n tomada por su admirado amigo cuando la crisis abierta por el espantoso atentado del 11 de setiembre en New York, la ciudad donde Edward Said ense?¨® y vivi¨® buena parte de su vida adulta. Ah¨ª es donde duele la herida, globalizada ahora por la crisis que recorre de Siria y Turqu¨ªa a toda Asia central y del sur. Nada parece tener soluci¨®n en este entramado de intereses, petr¨®leo, estereotipos y desmoronamiento de sociedades enteras. Y las consecuencias son obvias: el desplazamiento continuado de masas enormes de poblaci¨®n desde ?frica o Asia hacia sus antiguas metr¨®polis hasta 1947 o 1965. En el interior de este entramado, en el que la demograf¨ªa cuenta, las historias particulares son infinitas e inacabables. Y ah¨ª conviene regresar a la mejor lecci¨®n de Said en Orientalism.
La lecci¨®n que lo situ¨® para siempre en el territorio ambiguo entre la admiraci¨®n hacia un libro magn¨ªfico sobre Nerval, Flaubert o George Eliot, escrito adem¨¢s desde un estilo elegante y pol¨¦mico nada frecuente entre historiadores a secas o historiadores de la literatura, y la enojosa constataci¨®n del endeble andamiaje que sostiene la europea y de matriz europea en sus percepciones sobre otras sociedades y culturas. El desencanto final de Hitchens hacia el silencio de Said es comprensible. Se cruzan en este punto dos formas de ver el mundo, una de ellas en el l¨ªmite del drama humano, dif¨ªcilmente comunicables mientras se resuelvan como discurso de lo propio y cerradas a la consideraci¨®n de los males sociales a escala verdaderamente humana. En este sentido, el reto seguir¨¢ siendo explicar el origen de los discursos que identifican al grupo sin ocultar que ¨¦stos no podr¨¢n darnos la clave jam¨¢s de la vida y las opciones diarias de millones de sujetos que pugnan por sobrevivir en un mundo donde el desplazamiento, la mezcla y la reconstrucci¨®n familiar es una historia sin final predeterminado. Orientalism era un reclamo a pensar aquel Oriente p¨¦treo e inm¨®vil, fascinante como un cuadro de Delacroix, que jam¨¢s existi¨® m¨¢s all¨¢ de la imaginaci¨®n de una cultura asociada al dominio europeo sobre el mundo.
Pensaba todo ello en el vuelo de regreso a casa, en lejanas conversaciones con el historiador Miquel Barcel¨® a prop¨®sito del gran libro de Pierre Guichard sobre la destrucci¨®n de las sociedades andalus¨ªes en la pen¨ªnsula, pensaba en c¨®mo es de implacable la recomposici¨®n de los arquetipos que dificultan pensar el cambio hist¨®rico, el que protagonizan aquellos que pugnan por sobrevivir en condiciones tan adversas. Pensaba en todo ello como sucede en mi profesi¨®n de historiador, pensando en textos y en las circunstancia vitales de aquellos que los escribieron. Ahora, este 17 de agosto me recuerda con des¨¢nimo otras historias y otros momentos de tristeza y dolor en mi ciudad. Solo me siento capaz de expresar que el miedo (que conjuramos no tener) no me impide apreciar que la riada humana que Europa contiene a sus puertas es la heredera de aquellas mil y una estrategias que ninguna idea ni arquetipo podr¨¢ nunca sofocar u oscurecer. Y menos en Les Rambles.
Josep M. Fradera es catedr¨¢tico de Historia de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona.
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