Destruir el sistema, destruir la democracia
La creencia en que un cambio brusco de las instituciones va a llevar a un mundo mejor sigue viva a pesar del desastre de las experiencias hist¨®ricas
Las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) se han convertido en la Fuerza Alternativa Revolucionaria del Com¨²n (FARC) despu¨¦s del largo proceso de paz. Tras 50 a?os de guerra, unos 200.000 muertos y unos siete millones de desplazados, la incorporaci¨®n de los antiguos guerrilleros a la vida pol¨ªtica es una buena noticia. Lo que resulta extra?o es que, tras su monumental fracaso, sigan reivindicando la revoluci¨®n. Curioso cambio: renuncian a la violencia contra las personas para aplicar la violencia contra las instituciones (si es que terminan siguiendo el modelo que reivindican, el chavista). Los expertos sabr¨¢n si a ese proceso hay que seguir llam¨¢ndolo revoluci¨®n o si sirven mejor otros t¨¦rminos, como golpe de Estado o autogolpe. Es lo que ha hecho Maduro en Venezuela con la Constituyente o el bloque secesionista en Catalu?a a trav¨¦s de las leyes que van a amparar el prometido refer¨¦ndum del 1 de octubre: masacrar la democracia desde el coraz¨®n de la democracia.
El proyecto es el mismo: dinamitar un sistema para alumbrar uno nuevo. Quiz¨¢ la revoluci¨®n sirvi¨® para liquidar el Antiguo R¨¦gimen; igual no deber¨ªa utilizarse para fulminar la democracia. Esa forma de gobierno imperfecta y aburrida, pero que garantiza la pluralidad, las libertades y el respeto a las minor¨ªas, y en el que los representantes pol¨ªticos son elegidos en las urnas.
¡°Hay personas fantasiosas en cuestiones pol¨ªticas y sociales¡±, escribi¨® Nietzsche en Humano, demasiado humano, ¡°que incitan con ardor y elocuencia a una revoluci¨®n de todas las instituciones, en la convicci¨®n de que a continuaci¨®n surgir¨ªa por s¨ª mismo el templo m¨¢s soberbio y bello de la humanidad¡±. Nietzsche, que fue radicalmente cr¨ªtico con el antisemitismo y que abominaba de la deriva militarista y nacionalista de Bismarck, sigue siendo el pensador que mejor supo adelantar las contradicciones de nuestra ¨¦poca. Observa, en ese texto, que en los ¡°peligrosos sue?os¡± de los revolucionarios ¡°resuena a¨²n la superstici¨®n de Rousseau, que cre¨ªa en una originaria y milagrosa bondad de la naturaleza, que ha sido sepultada, y atribu¨ªa toda la culpa de semejante entierro a las instituciones de la cultura, la sociedad, el Estado y la educaci¨®n¡±. As¨ª que, frente a ¡°las locuras apasionadas y medias verdades de Rousseau¡±, Nietzsche prefer¨ªa ¡°la naturaleza mesurada de Voltaire, tendente a ordenar, depurar y reconstruir¡±.
El gran conflicto es, pues, entre los creyentes en ese ¡°mundo bello¡± que traer¨¢ la revoluci¨®n (o, ay, el golpe de Estado) y los que quieren ir arreglando las cosas bajo las reglas de juego de la democracia. ¡°Desgraciadamente¡±, anota Nietzsche, ¡°gracias a la experiencia hist¨®rica se sabe que todas esas revoluciones hacen resurgir las energ¨ªas m¨¢s salvajes, las que derivan de los horrores y excesos, hace tiempo enterrados, de las ¨¦pocas m¨¢s oscuras¡±. Y en ¨¦sas estamos: regresando a las tinieblas. Menos mal que ya no se reclama la violencia, pero no conviene enga?arse demasiado: tambi¨¦n sangran (o terminan sangrando) las heridas que se infligen a la democracia.
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