Donde haya un buen fuego que se quiten las sonrisas
Arran quema banderas de Espa?a, Francia y Europa. Una vieja tradici¨®n ib¨¦rica
La diputada francesa Samantha Cazebonne ha protestado en¨¦rgicamente porque durante una manifestaci¨®n de la Diada organizada por la organizaci¨®n Arran, af¨ªn a la CUP, unos encapuchados quemaron una bandera ¡ªestas cuatro ¨²ltimas palabras nos hacen saltar sin poder evitarlo a los veranos de varios a?os atr¨¢s¡ª francesa. Cazebonne, que pertenece al partido del presidente Emmanuel Macron La?Republique en Marche, ha condenado el acto recalcando que la tricolor es ¡°un s¨ªmbolo de libertad y democracia¡±, y ha exigido que la quema no quede impune. En similares t¨¦rminos se ha pronunciado el consejero consular franc¨¦s en Barcelona, Raph?el Chambat.
Tambi¨¦n ha habido cr¨ªticas a la quema de la bandera espa?ola por parte de pol¨ªticos espa?oles, todo hay que decirlo, menos escandalizados tal vez por la costumbre y sin duda m¨¢s escaldados por las decisiones judiciales ¡ªla ¨²ltima, en abril de este precisamente sobre la Diada de 2016¡ª que ¨²ltimamente archivan estos casos. Finalmente, n¨®tese que a la pobre bandera de Europa no ha salido nadie a defenderla, lo cual indica en su caso o bien una improbable completa prevalencia del derecho a la libertad de expresi¨®n o un probable desinter¨¦s absoluto por lo que representa. Pobres Schumann y Adenauer.
Cuando se producen estas situaciones siempre surge la eterna discusi¨®n sobre los l¨ªmites de la libertad de expresi¨®n y el respeto a los s¨ªmbolos. E inevitablemente hay quien invoca una sentencia del Tribunal Supremo de EE?UU que permite quemar la bandera de las barras y estrellas. Como si les importara a Arran, a la diputada Cazebonne y al esp¨ªritu de Schumann lo que dijeran nueve se?ores con toga en Washington. En vez de centrarnos en el sujeto pasivo de la acci¨®n, la bandera, vayamos con el activo: el fuego.
Cantaba Serrat aquello de ¡°qu¨¦ le voy a hacer si yo nac¨ª en el Mediterr¨¢neo¡± y es ciertamente muy Mediterr¨¢neo y muy ib¨¦rico acabar las reuniones en las que sube la temperatura ¡ªfestiva o no¡ª con un buen fuego quemando algo o a alguien. En esto tenemos una arraigada tradici¨®n com¨²n en la Pen¨ªnsula y en la ribera del Mare Nostrum. Da igual que ardan Roma, la biblioteca de Alejandr¨ªa, retratos de gobernantes en El Cairo, ninots en Valencia, contenedores de basura en Zumaia o los cuernos de un toro en Sant Jaume d¡¯Enveja. Ya lo dec¨ªa S¨¦neca: el fuego prueba el oro. Y tambi¨¦n prueba otras cosas.
Ese fuego prueba, por ejemplo, que hay quienes, desde el interior del proceso catal¨¢n, no creen en esta revoluci¨®n de las sonrisas que se proclama a diario desde la Generalitat. Quemar unos s¨ªmbolos ¡ªaunque, o porque, se consideren ajenos¡ª como si fueran Alice Cooper en la pira no es precisamente algo festivo. Hay quienes, como la diputada Cazebonne, ven en esos trozos de tela abrasados ¡ªy otros similares¡ª s¨ªmbolos de libertad y democracia y quienes, como dec¨ªa Tolst¨®i, cuando cruzan un bosque s¨®lo ven le?a para el fuego.
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