Vileza
Filtrados en una sociedad que los ignora, los desempleados caminan en las horas escolares por las calles de la ciudad como si estuvieran haciendo novillos en la vida adulta.
El origen de las patrias es siempre un trazado fronterizo violento. Pese a la euforia de los fieles se esconde en su esencia la traici¨®n m¨¢s abismal a la hermandad de los hombres. Pero de batallas perdidas est¨¢ la historia de la raz¨®n llena y mientras se inaugura un estadio de f¨²tbol con el fervor de la brigada paracaidista y desfilan con la vara de mando los alcaldes insumisos, no tenemos ojos para fijarnos en las patrias espont¨¢neas, las que se forman en el sustrato colectivo, las que no responden a potencias simb¨®licas, sino a contenido real. A nadie de los responsables pol¨ªticos les parece importar demasiado que la naci¨®n de desempleados se mantenga estable entre nosotros con una proporci¨®n de habitantes que se codea con la de pa¨ªses como Noruega o Irlanda. Su sede oficial podr¨ªa ser la pared de gotel¨¦ de la oficina del Inem donde apoyan la espalda mientras esperan el turno para sellar el pisoteo de su destino. All¨¢ ellos, ?verdad?
Curiosamente, esa naci¨®n sumergida tuvo en los silencios de agosto su d¨ªa m¨¢gico. Ahora que celebramos el d¨ªa de todo, la jornada en la que nos fijamos en las desgracias fotog¨¦nicas del mundo, desde enfermos y pobres elegidos a golpe de capricho hasta reivindicaciones y festejos en boga, resulta que no tenemos un d¨ªa mundial del desempleado. Pero nuestra econom¨ªa subray¨® una fecha hist¨®rica, el 31 de agosto, tomen nota. En solo esa jornada perdieron su empleo 315.000 personas. Esa fecha vergonzante de r¨¦cord no conmovi¨® a nadie, pese a que significa un zarpazo al proyecto de vida de una legi¨®n de familias, de esa gente que no despierta ni la empat¨ªa ni la emoci¨®n, ni la solidaridad ni el empe?o de los gerentes de la pasta porque est¨¢n ocupados en otras cosas mucho m¨¢s significativas para los libros de Historia y su cromo.
Filtrados en una sociedad que los ignora, los desempleados caminan en las horas escolares por las calles de la ciudad como si estuvieran haciendo novillos en la vida adulta, vetados incluso en el para¨ªso de camareros que han fabricado nuestros genios. Mientras las nuevas tecnolog¨ªas contribuyen a eternizar la depredaci¨®n entre personas pese a llamarse a s¨ª mismas econom¨ªas colaborativas en un colmo ir¨®nico, el esfuerzo mayor reside en vaciar de contenido a lo colectivo, pintar de vergonzante la solidaridad y de rancio desde un sindicato hasta a una reivindicaci¨®n laboral. El verdadero milagro es ver c¨®mo esa eterna crueldad de nuestra organizaci¨®n social se pinta de modernidad siendo la m¨¢s antigua vileza de todas las que conocemos.
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