La cat¨¢strofe de Babel
Hay mucha deformaci¨®n del lenguaje para amoldarlo a los objetivos pol¨ªticos de cada cual
Tomo prestada esta expresi¨®n del fil¨®sofo P. Sloterdijk (En el mismo barco, Siruela). El mito de Babel como manifestaci¨®n de la p¨¦rdida del consenso entre los hombres, el ser condenados a no poder entenderse entre s¨ª y a disgregarse por el mundo. En t¨¦rminos del fil¨®sofo alem¨¢n, el objetivo del dios b¨ªblico al crear los diferentes lenguajes es que ¡°la ciudad ha de fracasar a fin de que la sociedad tribal pueda vivir¡±. Cada cual, como dir¨ªamos hoy, en su ¡°c¨¢mara de eco¡±, en su propio refugio de significados y formas de vida compartidas y excluyentes, en sus convicciones soldadas a fuer de emociones y relatos propios. Nada a¨ªsla y divide m¨¢s que la p¨¦rdida de un lenguaje com¨²n, el ejercicio de violentar el significado de las palabras para impedir aquello para lo que fueron dise?adas, el entendimiento mutuo.
En nuestro as¨ª llamado conflicto catal¨¢n hay mucho de deformaci¨®n del lenguaje para amoldarlo a los objetivos pol¨ªticos de cada cual y hacer as¨ª imposible el acceso a los consensos m¨ªnimos sobre los que se edifica la concordia. Con el agravante de que la primera v¨ªctima ha sido el propio concepto de democracia, el ¨²nico respecto del cual no deber¨ªa haber disputa alguna. Y sin embargo, este es ocupado, al modo de Laclau, como si se tratara de un significante vac¨ªo, un mero instrumento sobre el que instituir la pol¨ªtica de confrontaci¨®n. Mi democracia no es la tuya y viceversa.
Las declaraciones de Puigdemont en Madrid lo dejaron claro: ¡°El Estado espa?ol no tiene tanto poder para impedir tanta democracia¡±. A unos les asiste el poder y los otros son los ungidos por el ideal del bravo pueblo armado con sus votos como principal mecanismo identificador. Los unos, los otros; nosotros, ellos. La identificaci¨®n se construye y reconstruye discursivamente para facilitar el antagonismo identitario.
En esta guerra de representaciones lo importante no es el significado natural de las palabras, ni el adecuado ajuste a la verdad de los hechos, sino el valerse de aquellas para facilitar la escisi¨®n. Al Gobierno de Madrid al menos le asiste la objetividad de la l¨®gica jur¨ªdica, que establece claramente lo que es o no ajustado al derecho. De poco sirve, sin embargo, si la otra parte lo reduce a ¡°poder¡±. Ley es poder y democracia es su reverso. Chocante. Pero funciona. Funciona porque en la c¨¢mara de eco nacionalista no se admiten voces disidentes y todos leen, escuchan y se sujetan a los significados prefijados.
Si esto es as¨ª, ?para qui¨¦n escribo? ?Para mi propio ¡°nosotros¡± o para buscar ser entendido? ?Pero c¨®mo puedo ser comprendido si ya a priori se me asigna a una de las partes por el mero hecho de escribir donde escribo? El columnista cae en la melancol¨ªa. O en la impotencia de quien se siente incapaz de buscar significados comunes, la comunicaci¨®n y el entendimiento mutuo. La cat¨¢strofe de Babel.
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