Pucherazo consumado (y tolerado)
El refer¨¦ndum consigue abrirse camino pese a la promesa de Rajoy y proporciona m¨¢s escenas al relato de la represi¨®n
En sentido tragic¨®mico, podr¨ªa decirse que la lluvia no disuadi¨® la afluencia de los catalanes a las urnas. Por ejemplo, en la Ecola Drassanes. Ubicada a unos metros de La Rambla y hasta descriptiva de la "normalidad" con que se desenvolvi¨® el escrutinio. Se vitoreaba a una anciana que llegaba a votar en silla de ruedas. Y la guardia urbana garantizaba el orden de la cola multitudinaria. Acaso se ech¨® de menos a los mossos. No para cerrar el colegio, sino para votar.
El ejemplo del colegio puede considerarse restrictivo de cuanto ha representado el aquelarre del primero de octubre, pero se antoja ilustrativo del fracaso de Mariano Rajoy en el compromiso de evitar el refer¨¦ndum. Votar, se vot¨®. Y donde no se hizo, adquiri¨® vuelo el relato victimista de la represi¨®n, acaso resumido o atomizado en la imagen de una anciana cuya frente sangraba y cuyas l¨¢grimas de frustraci¨®n conmovieron a opini¨®n p¨²blica catalana, nacional, internacional, como si fuera la piet¨¤ del Guernica y el s¨ªmbolo senatorial de un pueblo desarmado.
Era imposible oponer un discurso alternativo al icono de la m¨¢rtir. Y como quiera que no estamos en una batalla de ideas ni de razones sino de s¨ªmbolos y de propaganda, la consternaci¨®n de la mater dolorosa consolida la versi¨®n de la patria oprimida, incluso proporciona un nuevo argumento emocional al caudal de las hormonas, las supersticiones y los sentimientos.
El Estado espa?ol no ha evitado el refer¨¦ndum porque no tiene terminales abiertas en Catalu?a y porque ha subestimado el sabotaje de los mossos. Se les recib¨ªa con flores. Se los involucraba en la comisi¨®n de un delito colectivo. Y es verdad que el pucherazo de Puigdemont conserva toda la gravedad de una fechor¨ªa a la democracia y de un fraude electoral, pero tambi¨¦n expone el marco de independencia y de autonom¨ªa del proto-estado catal¨¢n.
Objetaba S¨¢enz de Santamar¨ªa desde un embarazoso candor medi¨¢tico que el refer¨¦ndum no era un refer¨¦ndum. Cabe entonces preguntarse por qu¨¦ trat¨® de impedirse. Por qu¨¦ se proporcion¨® la coartada de la "violencia policial" (TV3). Por qu¨¦ se desfigur¨® la imagen de la Guardia Civil. Y por qu¨¦ el fracaso de la operaci¨®n no conlleva responsabilidades pol¨ªticas.
La idea de la rendici¨®n se antoja el escarmiento de una jornada convulsa de la historia contempor¨¢nea de Espa?a. Recordaremos el primero de octubre como un ¨¦xito de la subversi¨®n -subversi¨®n inducida desde el sistema- y como una capitulaci¨®n o una frustraci¨®n del Estado central, caricaturizado en su impotencia o denunciado en su "ferocidad" represora. O no llega. O lo hace para repartir estopa. He aqu¨ª los extremos de esta gran consternaci¨®n pol¨ªtica.
No va a desaprovecharla Pablo Iglesias ni en el oportunismo ni en la colusi¨®n del populismo con el nacionalismo. El l¨ªder de Podemos ha otorgado credibilidad al gran pucherazo, lo ha revestido de honores pol¨ªticos. Y lo ha hecho aspirando a incitar la sensibilidad de Miquel Iceta (PSC) y de Pedro S¨¢nchez (PSOE), conscientes ambos de la toxicidad del marianismo.
Han sido Puigdemont y sus costaleros quienes han suspendido el Estado de derecho, pero la jerarqu¨ªa de la responsabilidad no contradice la negligencia con que Rajoy se ha mostrado como un estadista miope, y expuesto m¨¢s que nunca al castigo de la moci¨®n de censura.
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