Las preguntas del d¨ªa despu¨¦s
Lo que el nacionalismo pretende es construir un Estado confederal en el que cada territorio elige el paquete que le conviene y el gobierno central se define por residuo. El modelo es bilateralidad, privilegio financiero y excepcionalidad cultural
A prop¨®sito de la sentencia del Estatut escrib¨ª que el nacionalismo catal¨¢n cre¨ªa haber llegado a su momento en la historia. Las fronteras internacionales solo se abren en tiempos de cambio revolucionario como los vividos con la ca¨ªda del imperio sovi¨¦tico, la consiguiente gran ampliaci¨®n de la Uni¨®n Europea y su consolidaci¨®n como una entidad pol¨ªtica supraestatal que ofrece servicios hist¨®ricamente reservados al Estado moderno: seguridad y defensa, ciudadan¨ªa, comercio y moneda. Esa convicci¨®n se ha plasmado en un golpe al Estado constitucional de la Espa?a de las autonom¨ªas.
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Ante el fracaso colectivo de un Estado presuntamente fallido, todos buscamos culpables. Parec¨ªa que los protagonistas de la Transici¨®n hab¨ªan dado con la f¨®rmula m¨¢gica: un nivel de descentralizaci¨®n sin precedentes, una autonom¨ªa administrativa, cultural, educativa, econ¨®mica y pol¨ªtica m¨¢xima que en la pr¨¢ctica ha hecho realidad aquella ocurrencia del Fraga nacionalista gallego, la Administraci¨®n ¨²nica. Porque, efectivamente, Espa?a ha desaparecido de nuestras comunidades aut¨®nomas, no solo de las gobernadas por nacionalistas, ni siquiera de las gobernadas por la izquierda. Pero no ha sido suficiente.
Los nacionalistas son coherentes; somos los dem¨¢s los que actuamos con ingenuidad y simpleza
El contacto con los ciudadanos ha quedado completamente en manos de los Gobiernos auton¨®micos, que no solo ofrecen los servicios b¨¢sicos, como orden p¨²blico, sanidad, educaci¨®n o asistencia social, sino que hacen pol¨ªtica exterior, comercial, de atracci¨®n de inversiones, cultural o deportiva. Todo desde la perspectiva de la diferenciaci¨®n y el cultivo de la conciencia e identidad propia. Ese no era el dise?o original de la Constituci¨®n del 78. No ten¨ªa por qu¨¦ haber sido as¨ª, pero ha resultado la consecuencia inevitable de: (i) el refer¨¦ndum andaluz, que acab¨® con los hechos diferenciales y nos trajo caf¨¦ para todos, (ii) la aritm¨¦tica electoral, un caf¨¦ cada vez m¨¢s cargado siempre que la formaci¨®n de Gobierno ca¨ªa en manos de los nacionalistas por la incapacidad de entendimiento de los partidos nacionales, y (iii) un Tribunal Constitucional siempre dispuesto a acomodar las peticiones nacionalistas, recu¨¦rdense las sentencias sobre la LOAPA o de los idiomas propios como vehiculares en la educaci¨®n. Pod¨ªa haber funcionado si los dos grandes partidos hubieran renunciado a utilizar a los nacionalistas como partido bisagra y hubieran aceptado la regla de que gobierna el que m¨¢s votos o esca?os obtiene. Pod¨ªa tambi¨¦n haber funcionado si los partidos nacionalistas hubieran exhibido lealtad a la Espa?a constitucional, lo que les hubiera exigido su modernizaci¨®n y renuncia expl¨ªcita al programa m¨¢ximo, similar al PSOE con el marxismo o la condena al franquismo del PP.
En estas condiciones lo ¨²nico sorprendente es que no hayan aparecido m¨¢s partidos nacionalistas. ?xito relativo de una miope estrategia de apropiaci¨®n del ideario nacionalista por socialistas y populares en muchas comunidades. Era cuesti¨®n de tiempo que un partido nacionalista le echara un ¨®rdago a la Espa?a constitucional. Lo intent¨® el PNV con el Plan Ibarretxe, pero entonces la realidad pol¨ªtica era bien distinta. Lo intentan ahora los partidos catalanistas porque huelen sangre: un Gobierno d¨¦bil, cuestionado por la crisis y la corrupci¨®n, una oposici¨®n inestable y preocupada por asegurarse un sitio ante los nuevos partidos, una Europa confusa ante el terrorismo y la inmigraci¨®n, unas fuerzas revolucionarias como falanges de choque para crear miedo y silencio.
Piensan que todo es posible e intuyen que su atrevimiento tendr¨¢ premio porque, en el peor de los casos, al d¨ªa siguiente habr¨¢ que negociar un nuevo marco de relaciones entre Catalu?a y Espa?a. Un nuevo marco que parta de tres principios aparentemente obvios: la bilateralidad en lo pol¨ªtico, el privilegio en la financiaci¨®n y la excepcionalidad en lo cultural y ling¨¹¨ªstico.
La paradoja de la desigualdad bien se puede aplicar a Catalu?a. Nunca en la historia, ni siquiera en los a?os m¨ªticos de su leyenda, han gozado los ciudadanos de Catalu?a de m¨¢s libertades, de m¨¢s autonom¨ªa, de m¨¢s capacidad de decisi¨®n, de m¨¢s competencias pol¨ªticas, de m¨¢s capacidad de gasto, de m¨¢s reconocimiento internacional. Nunca Espa?a ha hecho tanto para que se reconozca a Catalu?a. Pero todo ese esfuerzo solo ha provocado desencanto, desafecci¨®n, ansias de independencia. Porque no son diferentes, porque tienen los mismos derechos y deberes que cualquier otro ciudadano espa?ol, que cualquier comunidad aut¨®noma. Eso es una afrenta intolerable. No pueden unilateralmente cambiar el sistema de financiaci¨®n. No pueden determinar la posici¨®n internacional de Espa?a en el debate europeo. No han sido capaces de tejer una red de alianzas y complicidades y han decidido romper la baraja, ante la ingenuidad, silencio o complicidad de muchos.
Espa?a ha hecho mucho para que se reconozca a Catalu?a. Pero no quieren ser iguales
Tres son las ¨¢reas de negociaci¨®n propuestas. La m¨¢s sencilla aparentemente, un nuevo sistema de financiaci¨®n que acabe con el agravio catal¨¢n. Parece un tema menor, pero supone alterar el equilibrio de transferencias interregionales. ?Qu¨¦ nos hace suponer que las dem¨¢s comunidades aceptar¨¢n un acuerdo bilateral entre el Estado espa?ol y Catalu?a? ?Qu¨¦ recibir¨ªan a cambio? Solo cabe pensar en un acuerdo que vac¨ªe a¨²n m¨¢s de capacidad econ¨®mica al Gobierno central. Ese es quiz¨¢s el objetivo final. Pronto nos tendremos que plantear en Espa?a cuestiones de absoluta actualidad en Europa, como la capacidad de la Uni¨®n para hacer pol¨ªtica de estabilizaci¨®n macroecon¨®mica, o de cohesi¨®n y solidaridad.
Sobre las otras ¨¢reas de negociaci¨®n, el idioma y el encaje de Catalu?a en Espa?a, poco puedo a?adir. Pero requieren un cambio constitucional y nada hay que garantice que el acuerdo final sea posible, evite la voluntad de secesi¨®n y obtenga mayor apoyo electoral que la Constituci¨®n del 78. Porque ya fue dif¨ªcil el equilibrio entre visiones opuestas del grado de descentralizaci¨®n deseable. Y no parece que la experiencia auton¨®mica haya sido incuestionable. M¨¢s bien han aparecido m¨²ltiples argumentos para recentralizar orden p¨²blico, educaci¨®n y urbanismo.
Ese es el debate del d¨ªa despu¨¦s, construir un Estado confederal, una Espa?a a la carta en el que cada territorio elige el paquete que m¨¢s le conviene y el Gobierno central se define por residuo. No hay ning¨²n precedente hist¨®rico de una naci¨®n soberana que tras haber configurado un Estado moderno se haya deslizado hacia la Confederaci¨®n. M¨¢xime cuando la Confederaci¨®n es una mera figura transitoria hasta que la Uni¨®n Europea se convierta en una Uni¨®n de pueblos y naciones haciendo innecesaria la Confederaci¨®n Hisp¨¢nica. Los nacionalistas son coherentes y perseverantes. Somos los dem¨¢s los que nos debemos reprochar ingenuidad y simpleza, tactismo y miop¨ªa pol¨ªtica, porque ?c¨®mo es posible hacer una Espa?a sin espa?oles?
Fernando Fern¨¢ndez M¨¦ndez de And¨¦s es profesor de Econom¨ªa del IE Business School.
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