Fin de la hegemon¨ªa

El argumento que el independentismo catal¨¢n ha manejado con m¨¢s insistencia sufri¨® este domingo una derrota sin paliativos. La falsedad de la idea de que existe un solo pueblo unido detr¨¢s de su causa y que, por tanto, tiene toda la legitimidad para forzar una secesi¨®n unilateral, ha sido puesta en evidencia. La sociedad catalana es mucho m¨¢s plural de lo que se ha machacado sin descanso desde el nacionalismo durante los ¨²ltimos a?os. Nadie puede discutir la capacidad de movilizaci¨®n de los independentistas, y nadie discute que hay una parte importante de catalanes que reclama otra relaci¨®n con Espa?a. Lo que desde este domingo ser¨¢ tambi¨¦n indiscutible es que existe una inmensa cantidad de catalanes que rechaza la llamada a desconectarse de Espa?a. Las fuerzas independentistas se hab¨ªan esforzado en que fuera la calle la que diera legitimidad a la mascarada parlamentaria que orquestaron con las leyes del refer¨¦ndum y transitoriedad, y ha sido la calle la que les dijo este domingo en Barcelona que as¨ª no, que no quieren saber nada de un proceso que pasa por destruir el Estatut y la Constituci¨®n.

La gran novedad de lo que sucedi¨® este domingo es que una mayor¨ªa hasta ahora silenciosa sali¨® por fin de su mutismo para dejar o¨ªr su voz. Es preciso matizar: sus voces, visibles a trav¨¦s de la senyera o de las banderas de Europa y Espa?a. Voces incluso contradictorias dentro de su pluralidad, como se hizo patente cuando Josep Borrell pidi¨® en su intervenci¨®n que cesara el c¨¢ntico que ped¨ªa prisi¨®n para Puigdemont. No, dijo correctamente el pol¨ªtico socialista, en ese asunto son los tribunales los que tendr¨¢n que manifestarse, nunca la calle.

La observaci¨®n puede leerse tambi¨¦n como una pertinente llamada de atenci¨®n sobre las reglas m¨¢s elementales de la democracia. All¨ª donde realmente funcionan, no es nunca la calle¡ª como quisieran algunos movimientos populistas¡ª la que dicta los derroteros de un pa¨ªs. Las democracias garantizan la pluralidad y el equilibrio de poderes. Por eso, desde que el proc¨¦s se escor¨® descaradamente del lado populista, y el Govern se arrog¨® el supuesto encargo que le hac¨ªa un ¡°pueblo unido¡± de propiciar la independencia, su legitimidad qued¨® en entredicho. La calle se manifiesta como este domingo para defender la democracia constitucional, y los pol¨ªticos tienen el deber de escucharla. Pero la calle nunca puede imponer nada, salvo en aquellos lugares donde una insurrecci¨®n podr¨ªa justificarse porque no existe la democracia.

El Govern escuch¨® desde la calle lo que no quiso escuchar en el Parlament: que no hay un ¨²nico pueblo que quiere la independencia y que Catalu?a es plural, y tendr¨¢ que dar una respuesta. Hay quienes, en su burbuja, han ninguneado ya lo que se expres¨® en la manifestaci¨®n, porque estuviera el PP y hubiera banderas espa?olas. Esa ser¨ªa una de las varias lecturas equivocadas. Porque en la democracia, como en Catalu?a, caben todos.

Durante d¨¦cadas, el nacionalismo catal¨¢n ha construido un monopolio ideol¨®gico y asfixiado la pluralidad de la sociedad. El domingo, esa hegemon¨ªa, asentada en el control de la calle como de las instituciones pol¨ªticas y de la sociedad civil, se ha derrumbado estrepitosamente. El independentismo, ya fuera de la legalidad, ha perdido ahora tambi¨¦n la legitimidad.