La guerra de las banderas
Vivimos una vuelta atr¨¢s, el fracaso de la integraci¨®n y el triunfo del imperio del miedo
Los a?os siguientes a la II Guerra Mundial sirvieron no solo para reconstruir los ant¨ªdotos democr¨¢ticos contra la tentaci¨®n totalitaria, sino para ampliar las fronteras con nuevos organismos internacionales. Fue un largo camino el que se tuvo que recorrer desde 1951, con la creaci¨®n de la Comunidad Europea del Carb¨®n y del Acero (CECA), hasta la triunfal, democr¨¢tica y hoy tan cuestionada Uni¨®n Europea. Fueron muchos a?os de tratados comerciales y de sacar ventaja del poder¨ªo estadounidense para que se fuese creando un planeta cada vez m¨¢s intercomunicado en el que la desaparici¨®n de los aranceles y la ca¨ªda de las banderas proteccionistas permitieran so?ar con el ¨¦xito del comercio internacional.
Pero ha pasado ya mucho tiempo de todo aquello y ahora vemos c¨®mo hay polic¨ªas que recorren las calles de Espa?a vigilando el uso que se le da a la bandera o a quienes muestran con exagerado orgullo la ense?a del lugar donde nacieron. Parecen ejemplos banales, pero llevan impl¨ªcito no solo el germen de la destrucci¨®n, sino que son tambi¨¦n la prueba del paso atr¨¢s que estamos viviendo. Me explico.
Paradoja y humanidad son dos conceptos que est¨¢n ligados. Pero ahora tambi¨¦n est¨¢n unidos al escalofriante desarrollo de las comunicaciones, a la uniformidad de la informaci¨®n, a la transmisi¨®n inmediata de los valores de aceptaci¨®n o de rechazo, lo que ha desencadenado una particular guerra de banderas en la que conviene no perder la perspectiva.
Ahora el Brexit, la falta de seriedad en el proceso de independencia de Catalu?a, el posible fin del Tratado de Libre Comercio de Am¨¦rica del Norte y el levantamiento del muro de Donald Trump en la frontera de EE UU con M¨¦xico son otras se?ales de que ¡ªas¨ª como sucedi¨® en el pasado¡ª estamos otra vez en una guerra de banderas. Pero esos estandartes que representan el sentimiento de los pueblos, sean racionales o irracionales, tambi¨¦n pueden y deben representar elementos que, por intereses comunes y por la madurez de la conquista de las libertades, sirvan para consolidar la paz y la colaboraci¨®n entre las naciones.
Parad¨®jicamente, esta peligrosa guerra de las banderas nos va colocando, sin darnos cuenta, en un mundo cada vez m¨¢s peque?o, en direcci¨®n contraria a la l¨®gica del mundo sin fronteras del siglo XXI. El Brexit, que se muestra casi imposible para los brit¨¢nicos y su compleja negociaci¨®n para que entre en vigor, est¨¢ destruyendo un Partido Conservador casi sin programa y a una primera ministra, Theresa May, incapaz de enfrentarse al auge de un Partido Laborista que hace tan s¨®lo dos a?os ten¨ªa un papel testimonial.
En el caso del proceso independentista de Catalu?a y la quiebra de Espa?a, siempre me ha molestado que el uso de la bandera espa?ola se identificase con una tendencia conservadora y, en algunos casos, hasta con la ultraderecha. Ante la irrupci¨®n de la estelada catalana en la conformaci¨®n del nuevo mundo, muchas banderas espa?olas se han sacado del ba¨²l de los recuerdos para quitarles la nostalgia y usarse como acto de afirmaci¨®n nacional contra un movimiento separatista.
Y por ¨²ltimo, como si no fuera suficiente, el presidente de Estados Unidos da un salto hacia el pasado, nada menos que hasta el final de la Primera Guerra Mundial, con la intenci¨®n de cerrar fronteras, reiterar que Am¨¦rica es lo primero y prometer que los estadounidenses pueden defender su sentimiento de identidad, ignorando el melting pot, fundamento de su sociedad, utilizando tambi¨¦n las banderas como un elemento de separaci¨®n y no de unificaci¨®n.
La guerra de las banderas solo muestra una vuelta atr¨¢s, el fracaso de la integraci¨®n y el triunfo del imperio del miedo por el que los pueblos se defienden, pero no se unen.
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