Estar entre los que m¨¢s viven no es ninguna cat¨¢strofe
Las consecuencias del envejecimiento de la poblaci¨®n no dependen tanto de la demograf¨ªa como de la econom¨ªa
Ha vuelto a ocurrir. Cada vez que aparece un informe o una noticia sobre lo bien situados que estamos los espa?oles en uno de los pocos indicadores que todos nos envidian, el de la esperanza de vida al nacer, alguien se apresura a envolverlo en papel de celof¨¢n negro, como si fuera un regalo envenenado. El ¨²ltimo informe de la OCDE vuelve a situar a Espa?a como el segundo pa¨ªs con m¨¢s esperanza de vida, 83 a?os (datos de 2015), solo superada por Jap¨®n (83,9) y casi tres a?os m¨¢s que la media de los 35 pa¨ªses que conforman este club. Y eso que en gasto sanitario estamos por debajo de la media.
Desde los a?os setenta hemos ganado m¨¢s de diez a?os de esperanza de vida y eso, se mire como se mire, es una excelente noticia. Y m¨¢s podr¨ªamos ganar si logr¨¢ramos rebajar, de una vez por todas, la incidencia de factores de riesgo como el tabaquismo, el sedentarismo o la obesidad. En cualquier caso, la noticia suele emparejarse con otra estad¨ªstica en la que tambi¨¦n destacamos, el de la baja tasa de fertilidad de las mujeres espa?olas. Con una tasa de 1,3 hijos por mujer, es normal que tambi¨¦n figuremos entre los pa¨ªses con menor natalidad. El resultado es una lectura catastr¨®fica de la evoluci¨®n demogr¨¢fica. Las proyecciones indican que en 2050, el 40% de la poblaci¨®n espa?ola tendr¨¢ m¨¢s de 65 a?os, y no habr¨¢ suficientes j¨®venes para sostener semejante carga en forma de pensiones y gasto sanitario.
En realidad, eso no depende de la natalidad sino de la econom¨ªa. Si las espa?olas no tienen hijos, siempre se puede importar poblaci¨®n. Si la econom¨ªa es din¨¢mica y crece, atraer¨¢ inmigrantes j¨®venes de otros pa¨ªses que se integrar¨¢n y contribuir¨¢n al sostenimiento de las pensiones. Ya ocurri¨® en los a?os noventa y puede volver a ocurrir. Quienes defienden el discurso de la cat¨¢strofe demogr¨¢fica deber¨ªan preocuparse m¨¢s de estudiar c¨®mo estimular y hacer crecer la econom¨ªa y lamentar menos que vivamos m¨¢s. Lo que ocurre es que la teor¨ªa de la cat¨¢strofe del envejecimiento de la poblaci¨®n sirve a otros prop¨®sitos que no tienen tanto que ver con la preocupaci¨®n demogr¨¢fica como con determinadas agendas de recorte y revisi¨®n de derechos sociales.
Se argumenta con frecuencia que para hacer frente a la inversi¨®n de la pir¨¢mide de la poblaci¨®n es preciso alargar la vida laboral, para que queden menos a?os de vida pasiva en la que las personas dejan de contribuir y pasan a percibir una pensi¨®n. Ahora mismo, quienes cumplen 65 a?os tienen una expectativa de vida de 21 a?os de media. Desde luego puede ser una medida a tomar. Si vivimos m¨¢s tiempo y lo hacemos en buenas condiciones de salud, nada impide que podamos seguir trabajando, cotizando y contribuyendo a las arcas p¨²blicas. Pero de nuevo la eficacia de esta medida no es tanto una cuesti¨®n demogr¨¢fica como econ¨®mica. Si la econom¨ªa no es capaz de dar trabajo a la mitad de los j¨®venes que querr¨ªan hacerlo, como ocurre ahora, tampoco podr¨¢ garantizar trabajo para los que tienen m¨¢s de 65. Como siempre, las estad¨ªsticas tienen muchas lecturas. Conviene no quedarse con la m¨¢s f¨¢cil.
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