Conducta impropia
A lo largo de muchos siglos, las mujeres han sido v¨ªctimas por el simple hecho de ser mujeres. Por fin las cosas comienzan a cambiar
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Desde que llegu¨¦ a Estados Unidos hace una semana veo en los diarios y los programas de noticias en la televisi¨®n usar el delicado eufemismo ¡°conducta impropia¡± para los abusos sexuales de todo orden cometidos por productores, artistas, pol¨ªticos, a quienes el testimonio de sus v¨ªctimas est¨¢ llevando a la ruina econ¨®mica, el desprestigio social y podr¨ªa incluso sepultar en la c¨¢rcel.
Inici¨® esta estampida el caso de Harvey Weinstein, eminente y multimillonario productor de cine, ganador de todos los premios habidos y por haber, a quien cerca de medio centenar de mujeres, muchas de ellas j¨®venes actrices tratando de abrirse camino en Hollywood, han acusado de aprovecharse de su poder¨ªo en esta industria para violarlas o someterlas a pr¨¢cticas indignas. Cuando algunas de sus v¨ªctimas lo amenazaban con denunciarlo, el magnate libidinoso usaba a sus abogados para aplacarlas con sumas de dinero a veces muy elevadas. Ahora, Weinstein se ha refugiado en una cl¨ªnica de Escocia para seguir un tratamiento destinado a enflaquecerle la desmedida libido pero la polic¨ªa y los fiscales de Nueva York han anunciado que a su vuelta ser¨¢ detenido y juzgado. Entre tanto lo han expulsado de sinn¨²mero de asociaciones, le han pedido que devuelva muchos premios y, seg¨²n la prensa, su ruina econ¨®mica es ya un hecho.
Parecida desventura ha vivido el actor Kevin Spacey, el malvado presidente de House of Cards -Frank Underwood- y exdirector del Old Vic de Londres, que acosaba y manoseaba a los muchachos que se pon¨ªan a su alcance. M¨¢s de diez denuncias de actores o colaboradores de sus montajes teatrales, a quienes abus¨®, lo han puesto en la picota. Netflix ha cancelado aquella exitosa serie, lo han expulsado de sindicatos y colegios profesionales, le han retirado premios, anulado contratos y se cierne sobre su cabeza una lluvia de denuncias judiciales que podr¨ªan arruinarlo econ¨®micamente. ?l tambi¨¦n, como Weinstein, est¨¢ ahora en aquella cl¨ªnica escocesa que sosiega las libidos desorbitadas. Otros actores famosos, como Dustin Hoffman, asoman en estos d¨ªas entre los famosos de ¡°conducta impropia¡±.
Uno puede aplaudir las pel¨ªculas de Polanski y desear al mismo tiempo que la justicia le persiga
Un interesante debate ha surgido con motivo de estas denuncias y revelaciones auspiciadas por muchas asociaciones feministas y defensoras de derechos humanos. ?La celebridad es atenuante o agravante de la falta cometida? Se cita el caso de Roman Polanski, el gran director de cine polaco que, hace varias decenas de a?os, drog¨® y viol¨® a una ni?a de trece a?os en una casa de Hollywood ¨Cque le prest¨® otro famoso actor, Jack Nicholson-, a la que hab¨ªa citado all¨ª con el pretexto de fotografiarla para una pel¨ªcula. Descubierto, huy¨® a Francia ¨Cque no tiene acuerdo de extradici¨®n con los Estados Unidos-, donde ha proseguido una muy exitosa carrera de director de cine, coronada por muchos premios y celebrada por los cr¨ªticos, muchos de los cuales censuran a la justicia norteamericana por perseguir con su vindicta, despu¨¦s de a?os, a tan celeb¨¦rrimo creador.
Yo, por mi parte, creo que no hay que mezclar el agua con el aceite y que uno puede aplaudir y gozar de las buenas pel¨ªculas del cineasta polaco y desear al mismo tiempo que la justicia de Estados Unidos persiga al pr¨®fugo que, adem¨¢s de cometer un delito horrendo como fue drogar y violar a una ni?a abusando del prestigio y poder que le hab¨ªa ganado su talento, huy¨® cobardemente de su responsabilidad, como si hacer buenas pel¨ªculas le concediera un estatuto especial y le permitiera los desafueros por los que se sanciona a todos los dem¨¢s, esos seres an¨®nimos sin cara y sin gloria que es el resto de la humanidad. Se puede ser un gran creador, como Louis-Ferdinand C¨¦line o como el marqu¨¦s de Sade, o como el propio Polanski, y una inmundicia humana que atropella y maltrata al pr¨®jimo creyendo que su talento lo exonera de respetar las leyes y la conducta que se exige a la ¡°gente del com¨²n¡±. Pero tambi¨¦n es verdad que, a veces, el ser muy conocido y figurar mucho en la prensa, despierta un curioso rencor, un resentimiento envidioso que puede llevar a ciertos jueces o polic¨ªas a encarnizarse particularmente contra aquellos a los que, pillados en falta, se puede humillar y castigar con m¨¢s dureza que al com¨²n de los mortales.
Por eso mismo, el talento y/o la celebridad, que, no est¨¢ dem¨¢s recordarlo, no van siempre juntas, deber¨ªa exigir una prudencia mucho mayor en la conducta de aquellos que, con justicia o sin ella, merecen o simplemente han logrado ser ensalzados y admirados por la opini¨®n p¨²blica. Es un asunto delicado y dif¨ªcil porque la popularidad ciega muy r¨¢pidamente a aquellos a quienes favorece ¨Cla vanidad humana, ya sabemos, no tiene l¨ªmites- y les hace creer que de este privilegio se derivan tambi¨¦n otros, como una moral y unas leyes que no le conciernen ni deben aplic¨¢rsele del mismo modo que a esa colectividad an¨®nima, hecha de bultos m¨¢s que de seres humanos espec¨ªficos, que los admira y quiere y deber¨ªa por lo tanto perdonarles los excesos. La verdad es que ocurre lo contrario. Esos seres semidivinos, adorados ayer, ma?ana est¨¢n por las patas de los caballos y la gente los desprecia con el mismo apasionamiento con que la v¨ªspera los envidiaba y adoraba.
En muchas partes del mundo la condici¨®n de la mujer sigue siendo muy inferior a la del hombre
Hace unas pocas horas escuch¨¦, en la televisi¨®n, a una se?ora que hace cuarenta a?os, cuando ten¨ªa l4 a?os, era camarera en un pueblecito de Alabama. Un cliente, que era juez y ten¨ªa 34 a?os ¨Cse llama Roy Moore-, se ofreci¨® a llevarla a su casa en su auto. Ella acept¨®. En el veh¨ªculo, el amable caballero se volvi¨® una bestia, cogi¨® la mano de la ni?a y la oblig¨® a masturbarlo, explic¨¢ndole que, si se atrev¨ªa luego a protestar y a denunciarlo, nadie le creer¨ªa, precisamente porque ¨¦l era un juez y un ciudadano muy respetado en la localidad. La jovencita nunca se atrevi¨® a contar aquella historia, hasta ahora; pero no la olvid¨® y, dec¨ªa sin atreverse a levantar los ojos, ella hab¨ªa sido como un gusano que d¨ªa y noche hab¨ªa vivido con ella roy¨¦ndole la vida. Ahora, aquel juez es nada menos que el candidato a senador por el Partido Republicano en Alabama y por lo menos cinco mujeres han salido a la televisi¨®n a recordar abusos parecidos que padecieron en su juventud o ni?ez de aquel desaforado juez. Por lo menos en este caso parece que aquellos delitos no quedar¨¢n impunes. El propio Partido Republicano le ha pedido al exjuez que renuncie a su candidatura y, si no lo hace, las encuestas pronostican que perder¨ªa la elecci¨®n.
A lo largo de muchos siglos, las mujeres, pr¨¢cticamente en todas las culturas, han sido v¨ªctimas por el simple hecho de ser mujeres, un sexo que, en algunos casos, por cuestiones religiosas, y, en otros, por su debilidad f¨ªsica frente al hombre, eran las v¨ªctimas naturales de la discriminaci¨®n, la marginaci¨®n y la ¡°conducta impropia¡± de los hombres, sobre todo en materia sexual. Por fin las cosas comienzan a cambiar, sobre todo en el mundo occidental, aunque en muchas partes de ¨¦l, como Am¨¦rica Latina, la condici¨®n de la mujer siga siendo todav¨ªa, por el machismo reinante, muy inferior a la del hombre. En otros mundos, por ejemplo en el musulm¨¢n o el africano m¨¢s primitivo, las mujeres siguen siendo ciudadanos de segunda clase, objetos u animales m¨¢s que seres humanos, a los que se puede encerrar en un har¨¦n o someter a mutilaciones rituales para garantizar que tendr¨¢n una conducta sexual ¡°apropiada¡±. Un horror que tarda siglos de siglos en desaparecer.
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? Mario Vargas Llosa, 2017
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