Deseos de a?o nuevo
Las sociedades no dejan de cambiar, pero apenas como consecuencia de nuestra intenci¨®n de hacerlo. Hoy, el cambio de paradigma tiene poco que ver con iniciativas de nuestra voluntad. Interpretar bien el mundo es una buena manera de cambiarlo
?Los deseos de que con el a?o nuevo las cosas vayan a cambiar es un rito y no tanto una determinaci¨®n de la que se siguen las consecuencias deseadas. Responden m¨¢s a la resignaci¨®n que a la esperanza y nos recuerdan dos hechos inexorables de la existencia humana: lo dif¨ªcil que es cambiar y lo inexorable que es el cambio que acontece sin nuestra intenci¨®n o permiso. Apenas podemos cambiar casi nada mientras casi todo cambia. Probablemente todo esto se deba a que interpretamos la agitaci¨®n como el origen de los mayores cambios y no tenemos ning¨²n ¨®rgano que, en periodos de calma, nos haga percibir las modificaciones latentes o de fondo. El otro gran momento ritual de cambio son las elecciones pol¨ªticas. ¡°Por el cambio¡± se convirti¨® hace tiempo en un eslogan banal tras el cual los votantes no identificamos una voluntad radicalmente transformadora sino el deseo de invertir la relaci¨®n entre quienes est¨¢n actualmente en el Gobierno y la oposici¨®n, una mera alternancia (que a veces no viene nada mal). Que vayan a cambiar las agendas, las prioridades, el estilo de gobierno o la cultura pol¨ªtica es algo que depende en parte de la voluntad de los nuevos gobernantes y de que los actuales contextos permitan hacer cosas distintas, o sea, es bastante improbable.
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Los deseos de cambio contrastan con nuestra experiencia, personal y colectiva, de la dificultad de cambiarse y cambiar. En el ¨¢mbito social, hay una inercia colectiva que se manifiesta como resistencia al cambio, aceleraci¨®n improductiva, desorden persistente o din¨¢mica ingobernable, que no deber¨ªamos minusvalorar y que solo se puede modificar indirectamente, con incentivos de diverso tipo. El estancamiento es compatible con el hecho de que el sistema pol¨ªtico sea un lugar de gran agitaci¨®n y de discursos enf¨¢ticos para ponerlo todo patas arriba. Uno se ha movido mucho, ha elevado el tono, le ha llamado al orden la presidenta del Congreso, ha provocado un estancamiento m¨¢s que una transformaci¨®n y al final sigue gobernando la derecha¡ El gran problema de nuestros sistemas pol¨ªticos es la inestabilidad debida a que no se realizan los cambios necesarios. ?Alguien ha tomado nota de cu¨¢ntas veces hemos exigido cambiar de modelo productivo, un pacto educativo o la reforma de la Constituci¨®n? M¨¢s que palancas, iniciativas o puntos de Arqu¨ªmedes, la f¨ªsica social est¨¢ llena de vetos, bloqueos, inflexibilidad, impedimentos y rigideces.
Al mismo tiempo, las sociedades no dejan de cambiar, pero apenas como consecuencia de nuestra intenci¨®n de hacerlo. ?Qui¨¦n cambia el mundo cuando el mundo cambia? El discurso voluntarista habla de transformaci¨®n pero, de hecho, lo que se produce son cambios de paradigma que tienen muy poco que ver con iniciativas de nuestra voluntad. Se trata de modificaciones de las cosas, a veces de una gran profundidad, pero que no son planificadas, dirigidas o declaradas. La imagen de un autor soberano que planifica, lidera o revoluciona, parece incompatible con el hecho de que donde actuamos tambi¨¦n act¨²an otros y que aquello que dese¨¢bamos cambiar lo hace en un sentido diferente del que hab¨ªamos pretendido. No est¨¢ claro qu¨¦ parte del cambio del mundo es debido a nuestra voluntad y qu¨¦ ha cambiado por s¨ª mismo.
Estamos obligados a hacer bien lo que nos toca; no sabemos si seremos el inicio de un cambio social
De hecho, la mayor parte de los cambios pol¨ªticos han tenido su origen en un movimiento social o en una iniciativa fuera de la vida institucional de los Gobiernos y los parlamentos, dedicados a legislar sobre el pasado o a reaccionar a las crisis, casi nunca a anticiparse y gobernar para el futuro. Los partidos, esos supuestos agentes de la configuraci¨®n de la voluntad pol¨ªtica, subcontratan la elecci¨®n de sus candidatos en los movimientos sociales, que condicionan sus decisiones y su agenda.
De manera discreta, imperceptible a veces, las l¨ªneas de conflicto se desplazan, nuestras interpretaciones de la realidad se desgastan, algunas convenciones dejan de tener sentido para una mayor¨ªa considerable. Ciertas maneras de actuar se transforman, de la noche a la ma?ana, en rid¨ªculas (basta con o¨ªr algunos discursos pol¨ªticos, la representaci¨®n del poder, la composici¨®n abrumadoramente masculina de los Gobiernos y parlamentos de, pongamos, treinta o cuarenta a?os). Las oleadas de indignaci¨®n en medio de la crisis econ¨®mica o las recientes denuncias contra el acoso sexual son ejemplos de que, sin saber muy bien c¨®mo (habr¨¢ alguna explicaci¨®n retrospectiva, pero no ser¨¢ el resultado de una iniciativa pol¨ªtica previa), algo m¨¢s o menos consentido pasa un d¨ªa a ser considerado como intolerable.
El terrorismo hab¨ªa sido combatido desde muchas instancias, pero su final se produce cuando coinciden circunstancias que hac¨ªan que algo que ya era desde su origen una monstruosidad aparezca tambi¨¦n como una estupidez in¨²til. Yo viv¨ªa en Alemania cuando cay¨® el muro de Berl¨ªn y recuerdo lo incapaces que ¨¦ramos de explicar su hundimiento por una sola causa o qui¨¦n lo hab¨ªa provocado; sab¨ªamos la arbitrariedad que simbolizaba, pero tuvieron que producirse un conjunto de circunstancias que no ten¨ªan nada de intencional para que de un d¨ªa para otro ese Muro resultara adem¨¢s un sinsentido.
Todo proyecto de transformaci¨®n social tiene l¨ªmites, efectos no deseados y resistencias
?Hemos de renunciar entonces a formular cualquier prop¨®sito de cambio? De entrada hay que saber reconocer cu¨¢ndo y en qu¨¦ medida son necesarios los cambios, del mismo modo que los sistemas pol¨ªticos no deben desconocer que todo proyecto de transformaci¨®n social tiene l¨ªmites, efectos no deseados, inercias y resistencias, que las sociedades no se pueden cambiar a golpe de decreto, por voluntarismo o sin contar con amplias complicidades sociales.
Pese a todo, podemos plantearnos algunos objetivos que s¨®lo son modestos en apariencia. Comencemos por reconocer que a veces interpretar bien el mundo es una buena manera de cambiarlo o, en cualquier caso, la condici¨®n para poder hacerlo. Y sigamos con el prop¨®sito de mejorar nuestra atenci¨®n: en el espacio (examinando las capas profundas de la sociedad) y en el tiempo (mirando un poco m¨¢s lejos). Lo latente y lo lejano tienen que ganar peso pol¨ªtico frente a lo visible e inmediato.
Aunque no podamos cambiar todo lo que quisi¨¦ramos, ni en la medida en que nos parece deseable, s¨ª est¨¢ en nuestras manos trabajar para que en el futuro suceda eso improbable que no est¨¢ a nuestro alcance como sujetos aislados. Qui¨¦n sabe si, al describir un d¨ªa la cadena causal de un cambio social, ese acto aislado (como la inmolaci¨®n de Mohamed Bouazizi, aquel joven tunecino que desat¨® la primavera ¨¢rabe o la denuncia de la actriz Ashley Judd contra el acoso sexual en Hollywood), pueda ser identificado como el que desat¨® la reacci¨®n colectiva, el que fue imitado y termin¨® por formar una gran cascada. Por eso estamos obligados a hacer bien aquello que nos toca. Como nunca sabemos del todo si nos quedaremos solos o seremos el comienzo de un cambio, hagamos bien lo que tenemos que hacer por si acaso alguien culmina lo que empezamos.
Daniel Innerarity es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa Pol¨ªtica e investigador Ikerbasque en la Universidad del Pa¨ªs Vasco. Su ¨²ltimo libro es La democracia en Europa (Galaxia-Gutenberg).
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