Las venas abiertas de... Venezuela
Una poblaci¨®n postrada y humillada est¨¢ siendo condenada a la hambruna por una camarilla ciega, absorta, insensible
En t¨¦rminos de devotos marianos, las concentraciones de feligreses rompen todos los pron¨®sticos en Am¨¦rica Latina. Por delante de todas, por supuesto, la muy mexicana virgen de Guadalupe, pero muy de cerca, consolidada en segundo lugar desde hace varios a?os, la muy venezolana virgen de la Divina Pastora, cuya celebraci¨®n se conmemora todos los 13 de enero, con un flujo de fieles que crece con los a?os. La ciudad centro-occidental de Barquisimeto, tercera del pa¨ªs, recibe cada comienzo de a?o el doble de su poblaci¨®n en un interminable recorrido que atraviesa la ciudad de cabo a rabo. Y como la ruta de esa caminata interminable se ha tallado con los a?os, los visitantes y curiosos se apostan en los costados de esa lenta marea humana para ver, aunque sea por segundos, un destello de la mu?eca viviente.
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En este ¨²ltimo 13 de enero, esta parec¨ªa la intenci¨®n del palco levantado por la Guardia Nacional. Reservado para la oficialidad con sillas c¨®modas, condimentos y bebidas, los generales se dispon¨ªan a presenciar el espect¨¢culo de todos los a?os. Pero con una variante, quiz¨¢s fatal para los organizadores o m¨¢s bien de crudo realismo, y es que nadie imaginaba que desde el torrente humano que siempre deriva en forma pac¨ªfica y respetuosa, se comenzaran a tirar piedras u objetos contundentes contra el palco de los militares. La escena que reproducen las redes sociales, porque en Venezuela los medios informativos han perdido todo sentido, muestran a un grupo de soldados que, como escudo humano, se interponen entre la masa y los generales, y tratan de atajar, como jugadores de b¨¦isbol, las piedras voladoras. Los cronistas an¨®nimos que han querido narrar el desenlace aseguran que los generales huyeron con sus protectores y al final permitieron que los peregrinos se saciaran con los despojos alimenticios restantes.
Ferdinand de Saussure, fundador de la ling¨¹¨ªstica moderna, determin¨® que toda palabra conten¨ªa un significado y un significante. Esto es, cuando pronunciamos la palabra ¨¢rbol, por un lado nos estamos refiriendo a esa instancia prodigiosa que tiene ra¨ªces, ramas y copa, pero por el otro, a ese artefacto sonoro, lleno de vocales y consonantes, que pronunciamos desde nuestra boca. Viene al caso la distinci¨®n porque, en Venezuela, han muerto los significados, y las palabras solo valen como sonidos que fallecen.
El voto, por ejemplo, ya no es voto, sino una abstracci¨®n de m¨¢quinas y ejercicios fantasmales. El dinero ya no es dinero, porque no compra nada ni representa ning¨²n valor. El petr¨®leo ya no es petr¨®leo, porque ni siquiera el transporte p¨²blico lo puede llevar a los tanques de sus veh¨ªculos. La salud ya no es salud, porque ni existe ni cura, y solo produce muertes. Las fuerzas armadas ya no son fuerzas armadas sino c¨®nclaves de negociados, distribuidores de alimentos o protectores de narcotraficantes. El hambre ya no es hambre sino ¡°guerra econ¨®mica¡± o ¡°fuerzas de intervenci¨®n¡±.
El voto, por ejemplo, ya no es voto, sino una abstracci¨®n de m¨¢quinas y ejercicios fantasmales
Se multiplican las escenas semejantes a la de la celebraci¨®n de la Divina Pastora, pero con un ¨ªndice tr¨¢gico creciente. Una poblada entra en una finca y sacrifica a dos terneros, un grupo de campesinos recoge con cucharetas harina de ma¨ªz precocido proveniente de un cami¨®n siniestrado, dos individuos violentan las puertas de un almac¨¦n y luego los pobladores entran para llevarse toda la mercanc¨ªa, unos comerciantes se enfrentan con piedras y disparos a unos espont¨¢neos que quieren llevarse lo que encuentran.
Se entiende que el c¨²mulo de im¨¢genes pueda cansar, que el caso venezolano agote, que los medios terminen siendo indiferentes ante la desgracia que no cesa, que los observadores internacionales se frustren ante negociaciones que no avanzan, pero es importante advertir que, al menos desde septiembre pasado, con la llegada de la hiperinflaci¨®n, el pa¨ªs ha pasado de la tragedia a la infamia, y en gran medida porque permitir los niveles de sufrimiento de la poblaci¨®n, las escenas de mengua e impotencia, los cr¨ªos que mueren a diario y los mayores que no encuentran cura, debe tener responsables. No hay raz¨®n, no hay derecho, no hay justificaci¨®n alguna, para que en Venezuela est¨¦ ocurriendo lo que ocurre: una poblaci¨®n postrada, humillada, condenada a la hambruna, por una camarilla ciega, absorta, insensible, que se ha colocado en el extremo opuesto de lo que alguna vez prodigaba con sus credos de compromiso social.
Entre ocurrencias y gestos de payaso, aprovechando una de esas cumbres iberoamericanas que tanto detestaba, el ¡°comandante eterno¡±, sabiendo que coincidir¨ªa con el presidente Obama, tuvo a bien regalarle un ejemplar de Las venas abiertas de Am¨¦rica Latina, como d¨¢ndole a entender que algo deb¨ªa retener de esa lectura. El cl¨¢sico que quiso enumerar los episodios del pillaje poscolonial, bien vendr¨ªa de modelo para el caso del ultraje venezolano. A ver si alg¨²n pensador de izquierda, o del ¡°socialismo del siglo XXI¡±, se anima con la idea.
Antonio L¨®pez Ortega es escritor y editor. Ha publicado recientemente La sombra inm¨®vil (PreTextos).
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