Imperios en la bruma
Las construcciones imperiales no son buenas o malas; esta calificaci¨®n corresponde a las personas que toman las decisiones en ellos. Un amplio grupo de investigadores pide que se revise su papel en la historia
Discusiones que parec¨ªan lejanas y superadas vuelven de nuevo en ocasiones para reabrir viejas heridas para inquietar los esp¨ªritus sensibles. Esto es lo que est¨¢ sucediendo con la cuesti¨®n de la moralidad de los imperios. El primer toque de alarma serio fue cuando un radical ingl¨¦s, John A. Hobson, public¨® el libro On Imperialism (1902). Se public¨® al calor de la guerra b¨®er en ?frica del sur, cuando el imperio liberal por excelencia se impuso a la vieja casta neerlandesa y a su espantoso racismo en lo que iba a ser ?frica del Sur, uno de los m¨¢s rentables dominios brit¨¢nicos. No es que la pol¨ªtica laboral en Colonia del Cabo y Transvaal, que ya controlaban, fuese suave con xhosas y emigrantes indios; suced¨ªa que la de los b¨®eres era todav¨ªa m¨¢s espantosa y cruel.
Otros art¨ªculos del autor
Adem¨¢s, entre 1904 y 1908, el episodio de Von Trotha dirigiendo los esfuerzos alemanes para dotarse de colonias que compitiesen con sus rivales y perpetrando sin escr¨²pulos el genocidio del pueblo herero, lanzado al desierto sin agua y provisiones, escandaliz¨® a quienes llegaron a conocerlo. Para definir episodios parecidos de hambre masiva en Madr¨¢s, en los a?os 1876-1877 y 1896-1897, relacionados con demandas tributarias y con cambios en la regulaci¨®n del comercio introducidos desde Londres, historiadores brit¨¢nicos e indios tuvieron que acu?ar recientemente el concepto de ¡°holocaustos victorianos tard¨ªos¡±.
Y, ciertamente, la cuesti¨®n de la moralidad de los imperios resurge cada tanto para recordarnos aquello que no tiene dilucidaci¨®n posible. Para los hombres y mujeres que estuvieron implicados en la conducci¨®n del gran imperio de la ¨¦poca, la crudeza de las noticias acerca de las grandes masacres y hambres, la continuidad del trabajo contratado como tapadera de una especie de esclavitud, constituyeron una llaga inacabable y solo soportable gracias a la distancia cultural forjada a trav¨¦s de las ideas de raza o por la hipot¨¦tica funci¨®n de reforma y elevaci¨®n cultural que los imperios europeos dec¨ªan encarnar. Para brit¨¢nicos y franceses de la ¨¦poca, estas constataciones no constitu¨ªan una novedad en sentido literal. A principios del siglo XIX y a la altura de la revoluci¨®n de 1848 y la segunda rep¨²blica francesa, el imperio hab¨ªa constituido el instrumento para terminar con el tr¨¢fico de africanos y la esclavitud misma en el mundo por ellos dominado, con las excepciones gloriosas de Estados Unidos, Espa?a en las Antillas y el Brasil mon¨¢rquico, que lo hicieron m¨¢s tarde. Y aboliendo el m¨¢s infame comercio de seres humanos y la esclavitud misma consiguieron rearmar moralmente a los imperios expansivos del siglo XIX.
La abolici¨®n de la esclavitud fue moralmente justa y estabilizadora
Lo mismo permitir¨ªa el final de la guerra civil norteamericana: forjar la naci¨®n y proyectarla hasta la costa del Pac¨ªfico y los dominios de sus vecinos, incluyendo la masacre filipina de 1899-1902. El recuerdo de los esfuerzos filantr¨®picos de los grandes abolicionistas, Wilberforce, Schoelcher o Lincoln, forjaba patriotismo nacional y consenso pero induc¨ªa a su vez a la perpleja e inc¨®moda interrogaci¨®n finisecular que Hobson explicit¨®, porque las similitudes en la organizaci¨®n del trabajo y subyugaci¨®n de los no europeos eran demasiadas.
En este contexto, no deja de sorprender que un nutrido grupo de historiadores en Estados Unidos y Gran Breta?a ¡ªcon el epicentro en el trabajo de Nigel Biggar en Oxford¡ª levante la voz para reclamar una visi¨®n m¨¢s positiva del imperio brit¨¢nico y de los imperios en general. Sorprende y mucho por diversas razones. La primera es de orden interpretativo. Los imperios no son ni pueden ser buenos o malos, morales o inmorales. Esta calificaci¨®n corresponde a las personas, que son las que toman decisiones para ellos y decisiones que afectan a los dem¨¢s. Los imperios fueron y son construcciones en las que conviven sociedades muy diversas, la metropolitana y tantas como se quiera sobre las que se ejerce soberan¨ªa, en s¨ª mismas desiguales, jer¨¢rquicas e injustas.
En segundo lugar, la l¨®gica imperial modula relaciones cambiantes nunca un¨ªvocas, garantiza un marco en el que operan el comercio, la pol¨ªtica, la ley y la organizaci¨®n laboral. La abolici¨®n de la esclavitud ¡ªla forma m¨¢s rentable de organizaci¨®n del trabajo conocida hasta 1860¡ª fue una decisi¨®n moralmente justa e imperialmente estabilizadora. El trabajo sin esclavitud en las minas de Transvaal o en los ferrocarriles norteamericanos o australianos fue un horror por sus costes en vidas humanas, enfermedades y accidentes laborales. El tr¨¢fico de emigrantes por todo el mundo, a menudo a trav¨¦s de redes intraimperiales, es un fen¨®meno que tiene aspectos execrables de muerte en las traves¨ªas al mismo tiempo que de liberaci¨®n para muchas otras personas. Bondad y maldad no pueden apresar dicot¨®micamente estas y otras cuestiones que configuran la sangre y la carne de los imperios.
Debemos huir del argumento ¡°y t¨² m¨¢s¡± o de la denigraci¨®n de Bartolom¨¦ de las Casas
En esta encrucijada figura de pleno derecho Imperiofobia y leyenda negra (2016), el exitoso libro de Elvira Roca Barea, y los esfuerzos de Borja Cardel¨²s y la asociaci¨®n que dirige para levantar la ¡°autoestima del mundo hisp¨¢nico ahora desmantelada¡±. Apelar a la necesidad de encarar sin complejos el pasado imperial espa?ol resulta como m¨ªnimo chocante, porque excelentes trabajos publicados en las ¨²ltimas d¨¦cadas sobre el imperio espa?ol existen porque una generaci¨®n de historiadores lo ha hecho sin complejos. No se trata de estudiar los fundamentos de la Espa?a actual de modo retrospectivo sino de acercarse a un mundo formado por peninsulares, pueblos americanos y africanos, con su abigarrada descendencia, a lo largo de siglos.
El imperio espa?ol pereci¨® en dos grandes crisis, en 1824 y 1898, para reencarnarse en una parodia militar sangrienta ¡ªpara aut¨®ctonos y espa?oles¡ª en el norte de ?frica y Guinea. Imperio pionero entre los europeos de fines de la Edad Media, de la cat¨¢strofe demogr¨¢fica que hundi¨® a las poblaciones amerindias hasta la vergonzosa retirada de Ifni en 1969, el imperio espa?ol debe ser analizado con las mismas lentes que usamos para los dem¨¢s. Del argumento del ¡°y t¨² m¨¢s¡± o de la denigraci¨®n ¡ªuna vez m¨¢s¡ª del obispo de Chiapas, Bartolom¨¦ de las Casas, debemos protegernos. De lo que se trata es ciertamente de empujar a nuestros estudiantes e investigadores a encontrarse en el lugar preciso donde las ciencias sociales se sit¨²an, en estrecha colaboraci¨®n con las discusiones de nivel en otros pa¨ªses.
Discutir nuestras miserias sin complejos ni tapujos es nuestra responsabilidad, en la apasionante tarea de comprender aquellos mundos crueles y violentos pero forjadores de cambio hist¨®rico. Y explicar a nuestros compatriotas que nosotros no somos los herederos de nada como no sea de la responsabilidad de explicar aquello que quiz¨¢s no tienen ganas de escuchar.
Josep M. Fradera es catedr¨¢tico de Historia de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.