Una d¨¦cada perdida
La econom¨ªa espa?ola acusa todav¨ªa los da?os causados por diez a?os de crisis
Diez a?os de recesi¨®n han dejado huellas profundas en la econom¨ªa espa?ola y no pocas dudas sobre su evoluci¨®n a medio plazo. El veredicto sobre la crisis es ambivalente, pero poco optimista. Por una parte, se ha superado una profunda depresi¨®n econ¨®mica y se ha iniciado una senda de recuperaci¨®n macroecon¨®mica que parece garantizada durante los pr¨®ximos tres a?os, a menos que estalle una nueva convulsi¨®n en el mercado global. Por otra, los da?os sobre el tejido econ¨®mico no se han superado todav¨ªa, especialmente en el ¨¢mbito laboral; la precariedad en el empleo y el aumento de la desigualdad, dos de los efectos de la crisis y de las pol¨ªticas aplicadas para corregirla, no ser¨¢n f¨¢ciles de remontar a corto plazo.
El mayor da?o de la recesi¨®n se ha cebado en el mercado de trabajo. No se trata s¨®lo de que la tasa de paro de 2017 (16,5%) haya duplicado la de 2007 (8,6%) sino de que todav¨ªa hoy no se ha conseguido alcanzar los niveles de ocupaci¨®n de diez a?os atr¨¢s. De hecho, Espa?a cuenta hoy con 1,35 millones de ocupados menos que entonces. La Seguridad Social tampoco se ha recuperado: cuenta con un mill¨®n de afiliados menos que antes de la crisis; esta p¨¦rdida explica, junto con la ca¨ªda de los salarios, las dificultades actuales del sistema de pensiones y el d¨¦ficit del sistema (18.000 millones el a?o pasado).
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La herencia de esta d¨¦cada cr¨ªtica se proyecta sin remisi¨®n sobre los salarios. En diez a?os las rentas salariales han perdido algo m¨¢s de 35.000 millones. Este descenso tiene efectos nocivos para el conjunto de la econom¨ªa; en primer lugar, por la debilidad de la demanda de consumo y despu¨¦s porque ha aumentado el n¨²mero de ciudadanos en riesgo de pobreza (actualmente est¨¢ ligeramente por encima de los 13 millones). Tales efectos deben ser corregidos de inmediato, porque afectan a la estabilidad futura del crecimiento econ¨®mico y generan tensiones sociales y pol¨ªticas que ya se han hecho evidentes en las calles.
El ajuste del d¨¦ficit, conseguido despu¨¦s de un lustros de recortes presupuestarios dr¨¢sticos, ha perjudicado a los par¨¢metros b¨¢sicos del estado de bienestar. El gasto p¨²blico ha pagado la factura del ajuste y contin¨²a hoy en grados preocupantes de depresi¨®n. En s¨ªntesis, la inversi¨®n p¨²blica del a?o pasado cont¨® con 30.000 millones menos que en 2009 y es muy probable que en el pr¨®ximo trienio no pueda subir siquiera a tasas similares a las del crecimiento nominal. La inversi¨®n en educaci¨®n cay¨® en la d¨¦cada nada menos que el 37% en Sanidad y se hundi¨® literalmente en Educaci¨®n (el 50%). La inversi¨®n en infraestructuras y obra civil, esencial para mantener la calidad de los servicios p¨²blicos, tambi¨¦n est¨¢ hundida (ha ca¨ªdo el 60%).
Lo m¨¢s eficaz para sostener la recuperaci¨®n es pactar un programa econ¨®mico que cierre las heridas de la crisis que todav¨ªa est¨¢n abiertas m¨¢s all¨¢ de las buenas noticias sobre el PIB. Con todo, el peor da?o para la econom¨ªa es que por salir de la recesi¨®n se haya perdido el impulso pol¨ªtico necesario para mejorar el patr¨®n de crecimiento. El Estado tiene que decidir: o nos conformamos con una estructura productiva basada en el turismo y la construcci¨®n o aportamos inversi¨®n p¨²blica para aumentar la aportaci¨®n tecnol¨®gica a la producci¨®n y elevar el valor a?adido.
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