Combatir el ruido para no estar nunca en silencio
Ni quien calla otorga ni le pasa nada a quien no habla
Pocas expresiones son tan desafortunadas como ¡°el que calla, otorga¡±. Un refr¨¢n que atribuye al silencio una significaci¨®n, m¨¢s que de aceptaci¨®n, de resignaci¨®n. Si uno calla es que no puede rebatir. Acepta totalmente lo que dice su interlocutor. O ha perdido. Porque esa es otra: resulta que hoy aceptar es perder. Y en esta sociedad, que se zambulle gozosa y cada vez m¨¢s en las oscuras aguas de la dial¨¦ctica ganadores/perdedores, amigos/enemigos, el silencio ha sido encasillado entre los indicios que denotan negatividad. O es una derrota o si uno calla, ¡°por algo ser¨¢¡±. Algo malo, claro.
Una de las principales caracter¨ªsticas de nuestra sociedad es el ruido. Lo cual resulta curioso porque en el discurso oficial al ruido le han adjudicado una de las peores etiquetas que se pueden llevar hoy en d¨ªa: ¡°Contaminante¡±. Pero mientras nos ocupamos y preocupamos en reducir ¡ªo eso dicen¡ª el ruido exterior ¡ªla ¡°contaminaci¨®n ac¨²stica¡±¡ª estamos multiplicando exponencialmente lo que podr¨ªamos llamar el ¡°ruido interior¡±. Podr¨ªamos llamarlo as¨ª, pero no lo llamamos, naturalmente, porque ¡°ruido¡± habita en los barrios menos recomendables del diccionario de la modernidad. De modo que lo mejor no es meterse en el asunto del ruido interior y, siguiendo la dial¨¦ctica al uso, se?alar y combatir a quien se designa como su enemigo: el silencio.
Lo importante entonces es que no vivamos en silencio porque este es algo carente de sentido. Es un vac¨ªo que es necesario llenar. Es un desperdicio vital. Debemos colmar nuestra jornada de sonidos ¡ªreales o virtuales¡ª que ocupen esa nada. Pongamos la televisi¨®n al llegar a casa aunque no la miremos, encendamos la radio en el coche aunque no la escuchemos y nos pasemos el trayecto cambiando constantemente de emisora. Lo importante es que no haya silencio.
No permanezcamos en silencio nunca. No perdamos oportunidades, aunque no tengamos muy claro cu¨¢les son estas. Que todo el mundo sepa lo que desayunamos, d¨®nde pasamos las vacaciones, si nos ha gustado tal o cual pel¨ªcula y, en general, nuestra opini¨®n sobre cualquier cosa. Probablemente las redes sociales sean el mayor foco de ruido de nuestra era. Y no necesitan emitir ni un sonido.
Cuanto m¨¢s vivimos con el ruido, m¨¢s lo necesitamos. El ruido engancha. Es una explosi¨®n de est¨ªmulo constante. Simplemente no hay final. Cinco minutos m¨¢s que escucho otra canci¨®n. Que veo otro cap¨ªtulo. Que compruebo de nuevo mi correo y mis redes. El silencio es sospechoso. ?Te ocurre algo? preguntamos a alguien que est¨¢ callado lo que nos parece demasiado tiempo. En cambio, no se lo preguntamos a quien, por ejemplo, manda decenas de whatsapps o tuits al d¨ªa.
Y, sin embargo, el silencio es un arma formidable, incluso administrado en peque?as gotas. Esto ya lo sab¨ªan los ret¨®ricos griegos. Pruebe el lector a esperar apenas dos segundos antes responder a una pregunta o a hacer una pausa m¨ªnima al principio y al final de una frase que quiera remarcar.
Pero es mucho m¨¢s que un recurso dial¨¦ctico. Lejos de ser un vac¨ªo es un espacio lleno de sentido que nos pone delante de alguien que, ahogado en cosas urgentes a las que prestar atenci¨®n inmediata, ha llegado a ser un desconocido: nosotros mismos. Y s¨ª, es verdad que eso da un poco de miedo. Miremos Twitter.
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