Independencias
Hoy por hoy somos una naci¨®n de terrazas y servilismo
Manoseamos sin descanso la palabra independencia. Sirve incluso como reclamo comercial. Nos hemos acostumbrado a esa media mentira que habla de m¨²sica indie.Los grandes estudios norteamericanos inventaron l¨ªneas de negocio que se autodenominaban cine independiente, y eso les ha servido en las ¨²ltimas tres d¨¦cadas para frenar de modo radical la llegada de producto extranjero a sus pantallas. Les irritaba que autores de prestigio mundial como Bergman, Fellini, Kurosawa o Truffaut no fueran peones de sus empresas locales. Es innegable que la pretensi¨®n de independencia gu¨ªa la pol¨ªtica actual en todos sus fen¨®menos desde los nacionalismos hasta los populismos excluyentes. Por eso resulta sorprendente que nadie haya relacionado la crisis de la venta de bombas a Arabia Saud¨ª con el concepto de independencia.
Todos conocemos la trama del asunto. Espa?a quiso cancelar la venta de bombas teledirigidas a Arabia Saud¨ª para cumplir con las recomendaciones internacionales que pretenden proteger a los civiles en la batalla en Yemen. Como los ni?os muertos de Yemen no forman parte del imaginario colectivo espa?ol porque los medios de comunicaci¨®n locales est¨¢n ocupad¨ªsimos en trifulcas m¨¢s cercanas, en el momento en que Arabia Saud¨ª amenaz¨® con cancelar otros encargos comerciales, los trabajadores de Navantia vieron peligrar sus empleos. La presi¨®n sindical, la cercan¨ªa de las elecciones andaluzas y las apreturas econ¨®micas obligaron a negociar desde Exteriores la rectificaci¨®n. Lograda la recomposici¨®n de las ventas, las explicaciones provocaron el bochorno generalizado. Se lleg¨® incluso a propiciar la intolerable dicotom¨ªa entre el hambre de nuestro pueblo y la paz ajena. Como si la resoluci¨®n de esa ecuaci¨®n estuviera en nuestras manos. Todas las violencias se justifican; es el diagn¨®stico de la cochambre intelectual del ser humano.
Pero conviene recordar que lo que se ha demostrado impracticable es la independencia. Nadie puede presumir de ella tal y como el mundo funciona. Y menos que nadie, naciones que viven sometidas por una deuda financiera enorme, una dependencia energ¨¦tica absoluta, una vigilancia militar externalizada, un sustento fundamental de la gran empresa farmac¨¦utica y una abrumadora tasa de desempleo. No hace falta ni tan siquiera reparar en que la gran industria espa?ola consiste en el turismo, que es, de entre todos los modos de vida, el m¨¢s dependiente de los dem¨¢s, el m¨¢s supeditado a servir al otro, invitarlo, agasajarlo, satisfacerlo y confiar en su regreso. Por tanto, aquellos que se plantearon el desaf¨ªo pecaron, como sucede siempre, de ingenuos a la par que atrevidos.
La enso?aci¨®n de independencia desprecia los m¨¢rgenes de tu autonom¨ªa. Solo tras conocer tus limitaciones puedes empezar a acotar hasta d¨®nde tolerar¨¢s la sumisi¨®n, el acuerdo, la negociaci¨®n sin perjudicar ese noble af¨¢n de libertad. A eso se le llama realismo, y una de las mejores cosas que nos ense?¨® la gran novela realista fue a entender que en la necesidad no existe otra prioridad que la subsistencia. El Gobierno anterior decidi¨® usar el propio Ministerio de Defensa para mercadear con armas; por eso, si alguien pretende sacar a Espa?a de ese lodazal tiene que concebir un plan de largo alcance, discreto, audaz y fortalecido en la propia autonom¨ªa del pa¨ªs. Hoy por hoy somos una naci¨®n de terrazas y servilismo. La independencia es una estrella a la que no alcanzan a llegar nuestras precarias naves espaciales. Es duro reconocerlo, pero est¨²pido negarlo.
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