La Monarqu¨ªa y los valores republicanos
Resulta parad¨®jico que el Parlamento catal¨¢n, que ha vulnerado las leyes de la democracia, pretenda reclamar ahora unos abstractos valores republicanos
En 1789, la Declaraci¨®n de los Derechos del Hombre y del Ciudadano que alumbr¨® la Revoluci¨®n Francesa establec¨ªa que ¡°los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derecho¡±. Al margen de que su lenguaje no fuera inclusivo como ahora se demanda, algo consecuente con las costumbres de la ¨¦poca, esta es probablemente la mejor definici¨®n posible de la esencia de los valores republicanos, recientemente reclamados por diversos portavoces pol¨ªticos espa?oles. Con ocasi¨®n de la resoluci¨®n para abolir la Monarqu¨ªa que aprob¨® la semana pasada el Parlamento catal¨¢n, una portavoz de los llamados comunes declar¨® a la prensa que dichos valores republicanos son mayoritarios en la sociedad catalana. Y dijo bien. Tan mayoritarios son, habr¨ªa que a?adir, como en el resto de la geograf¨ªa espa?ola, o quiz¨¢ algo menos a juzgar por los excesos verbales y la demagogia provinciana que viene practicando el actual Govern de la Generalitat. ?Pues en definitiva qu¨¦ son los valores republicanos sino los que sustentan cualquier r¨¦gimen democr¨¢tico de corte liberal, como el que tenemos desde hace cuarenta a?os? Est¨¢n inmejorablemente descritos por lo dem¨¢s en el eslogan de la propia Revoluci¨®n Francesa: libertad, igualdad, fraternidad.
Para defender esos principios son precisas elecciones libres y peri¨®dicas; una separaci¨®n de poderes que permita el control del Ejecutivo por el Parlamento y la existencia de tribunales de justicia independientes. Un sistema as¨ª perdura desde hace d¨¦cadas en la Europa democr¨¢tica bajo dos formas de gobierno, diferentes en sus protocolos pero sustancialmente iguales en lo que importa, que es garantizar la libertad y la prosperidad de sus ciudadanos; la Monarqu¨ªa parlamentaria y la Rep¨²blica. Al comienzo de la Transici¨®n pol¨ªtica se plante¨® de forma temprana el debate sobre el caso. La Monarqu¨ªa no gozaba de especial reconocimiento entre la ciudadan¨ªa, independientemente de la adscripci¨®n ideol¨®gica de cada cual. Los herederos directos del franquismo, y de manera singular los falangistas, se hab¨ªan hartado de cantar a voz en grito en los fuegos de campamento juveniles que ¡°no queremos reyes idiotas que nos quieran gobernar¡± y la derecha espa?ola, salvo un pu?ado de leales a la Corona, se hallaba dividida en torno a la funcionalidad de la emoci¨®n mon¨¢rquica a la hora de perseguir la deseada reconciliaci¨®n entre espa?oles. Pero sobre los sentimientos prevalecieron los hechos: la existencia de un Rey que hab¨ªa heredado todos los poderes del dictador y que libremente renunci¨® a ellos para devolver la soberan¨ªa a los ciudadanos. Y su actitud decidida, repetidas veces demostrada, de defensa de la democracia frente a las tentativas golpistas y las militaradas. As¨ª naci¨® el juancarlismo, sometido hoy a un proceso revisionista que nada tiene que ver con la innegable contribuci¨®n de Juan Carlos I a la recuperaci¨®n de nuestras libertades.
Los l¨ªderes que encabezaron el consenso que fructific¨® en la Constituci¨®n de 1978 coincidieron desde un primer momento en que no era la forma de Estado lo que estaba en juego, sino la existencia o no de un r¨¦gimen democr¨¢tico. Que este se lograra a trav¨¦s de una Monarqu¨ªa parlamentaria o de una Rep¨²blica al uso resultaba algo accesorio. Lo importante era recuperar los valores republicanos dinamitados por el franquismo y la devoluci¨®n de las libertades a los espa?oles. Los representantes hist¨®ricos de la izquierda y el republicanismo liberal, derrotados d¨¦cadas atr¨¢s en una cruenta Guerra Civil, consideraron entonces ¨²til mantener la Monarqu¨ªa de la que se distanciaban intelectualmente para recuperar la democracia.
Demasiadas voces alertan ya sobre los peligros que amenazan el ejercicio de la democracia
Hoy en d¨ªa existen siete monarqu¨ªas en la Uni¨®n Europea, a las que cabr¨ªa a?adir las de M¨®naco, Liechtenstein y Noruega, que aunque no pertenecen a ella incorporan sus directrices y cultura pol¨ªtica. Hace ahora cinco a?os, el profesor Llu¨ªs Orriols public¨® un art¨ªculo en el que pon¨ªa de relieve que dos prestigiosas organizaciones no gubernamentales, Polity y Freedom House, y la Universidad de Gotemburgo hab¨ªan realizado encuestas para testar la opini¨®n p¨²blica sobre la calidad de las democracias coronadas en comparaci¨®n al resto de las europeas. Para sorpresa de algunos, pero no de quienes prefieren reconocer los hechos aunque desmientan sus obsesiones, el resultado fue que a juicio de los ciudadanos era mayor la calidad democr¨¢tica en las monarqu¨ªas parlamentarias. Y mucho mejor a¨²n el funcionamiento de sus Gobiernos y la proximidad de los mismos a sus electores en pa¨ªses en los que parad¨®jicamente el jefe del Estado no es votado democr¨¢ticamente.
Hablando de paradojas, la m¨¢s relevante de todas es que el Parlamento catal¨¢n, que viene vulnerando desde hace m¨¢s de un a?o el Estado de derecho, definido en la Constituci¨®n y en el Estatuto que rige la autonom¨ªa de Catalu?a, pretenda alzarse ahora en defensa de unos abstractos valores republicanos, y se apreste a acabar con la democracia en nombre de la democracia misma. El objetivo declarado no es otro que destruir el r¨¦gimen del 78, incompatible con el independentismo unilateral pero tambi¨¦n con el programa hecho p¨²blico repetidas veces por Podemos. Conviene reconocer por eso que al margen de cuales sean los sentimientos y emociones que despierte a cada cual, la figura del Rey es pieza clave en la arquitectura constitucional de nuestra democracia y lo podr¨ªa ser a¨²n m¨¢s si al final se lograra una reforma que reconociera el federalismo de la misma. Por ¨²ltimo, pues parad¨®jicos andamos, no estar¨ªa de m¨¢s que el caballero Puigdemont explique por qu¨¦ ha elegido una Monarqu¨ªa parlamentaria para fugarse de la justicia espa?ola, si en tales reg¨ªmenes se vulneran los valores republicanos que ¨¦l pretende enarbolar. La experiencia hist¨®rica ense?a que las dos Rep¨²blicas que en los doscientos ¨²ltimos a?os acometieron la tarea de promover en nuestro pa¨ªs esos principios fracasaron en el empe?o, mientras que han sido reconocidos y defendidos por nuestro actual sistema. Habida cuenta de la fragmentaci¨®n pol¨ªtica hoy imperante, y la violencia del lenguaje tanto del poder como de la oposici¨®n, no parece este el mejor momento para emprender un experimento as¨ª, que en definitiva trata de resolver un problema que por el momento no tenemos.
Tenemos una clase pol¨ªtica coherente con el universo medi¨¢tico que algunos definen como la jaur¨ªa
Demasiadas voces alertan ya sobre los peligros que amenazan el ejercicio de la democracia. La libertad es un bien escaso y siempre en riesgo, que demanda una defensa permanente. La mejor de todas ellas en aquellos pa¨ªses que la disfrutan es el respeto a las instituciones y la contribuci¨®n a su fortalecimiento. El filibusterismo parlamentario de la oposici¨®n y las triqui?uelas jur¨ªdicas del poder para perseguir sus objetivos que ¨²ltimamente jalonan la actualidad pol¨ªtica, no se encuentran en ese recorrido. Tampoco el empobrecimiento de un debate pol¨ªtico cada vez m¨¢s trufado de oportunismo, demagogia y ambici¨®n, no pocas veces te?ido de una especie de iluminismo mesi¨¢nico, que desdice precisamente de los valores republicanos. Tenemos la clase pol¨ªtica que tenemos, coherente por lo dem¨¢s con el universo medi¨¢tico que algunos definen como la jaur¨ªa. Entre unos y otros han convertido el debate sobre el poder en un reality show que puede llegar a ser la envidia del propio Donald Trump. Ya que nuestros l¨ªderes no han decidido todav¨ªa te?irse el pelo, no estar¨ªa mal que algunos de ellos se ti?eran por lo menos las ideas, de descoloridas que las tienen.
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