Inglaterra los hizo as¨ª
En Reino Unido la mentira es un pecado grave, y en pol¨ªtica es pecado mortal. Un exdirector de ¡®The Guardian¡¯ lo ilustra
Esta es una historia inglesa. Es decir, de las que pasan en aquel reino y no se conciben en otras partes del mundo. Ocurri¨® a finales de los a?os noventa, afect¨® a un diario, The Guardian, y a un diputado y ministro, Jonathan Aitken, que aspiraba a suceder a John Major al frente del Gobierno de su majestad. El diputado termin¨® en la c¨¢rcel, arruinado y desacreditado para la pol¨ªtica, abrazado a Dios y al arrepentimiento. Fue, se dijo entonces, cuando hizo p¨²blica su dram¨¢tica disculpa, m¨¢s expl¨ªcito que Job en su manera de confesar sus pecados.
Su pecado fue mentir. Fue tan lejos que implic¨® a su familia, y sobre todo a su hija de 14 a?os. Quer¨ªa tapar que una estancia en un gran hotel de Par¨ªs se la hab¨ªa pagado un traficante de armas saud¨ª. El Guardian supo que eso no era cierto; adem¨¢s, se dijo, Aitken hab¨ªa recibido otros regalos, mucho m¨¢s comprometedores y suculentos por los favores que hac¨ªa o pod¨ªa hacer desde sus importantes posiciones gubernamentales.
La informaci¨®n del peri¨®dico choc¨® contra varias rocas. Major sali¨® en defensa de su ministro, este puso una demanda judicial contra el Guardian y se inici¨® una batalla legal de varios a?os cuyo resultado llev¨® a la c¨¢rcel y a la bancarrota al m¨¢s popular de los candidatos tories. Entonces Aitken ten¨ªa 57 a?os, sumido en el desprestigio. Ahora es un hombre de 75. Un intento de arrancarlo del desprestigio pol¨ªtico para devolverlo a Westminster dur¨® medio segundo. Vive de sus derechos de autor, y de las consultas que le hacen y que ¨¦l resuelve. A veces miente, ha dicho en algunas entrevistas, pero nunca alcanzan las falsedades que le llevaron al perjurio.
El caso Aitken tuvo, en el Guardian, dos responsables sucesivos: sus directores Peter Preston y Alan Rusbridger. Este ¨²ltimo, que dej¨® el peri¨®dico en 2015, despu¨¦s de 20 a?os en el cargo, ha contado ahora dos episodios que marcan la secuela, casi rom¨¢ntica, de esta historia que Aitken, Preston y Rusbridger vivieron a cara de perro, cada uno a bordo de sus propios nav¨ªos de guerra: el diputado al cargo de sus mentiras; los periodistas en busca de la verdad.
En este proceso de b¨²squeda de la verdad el Guardian tuvo su propio tropez¨®n, que no lleg¨® a ser tan grave como la mentira de Aitken. El peri¨®dico falsific¨® la identidad del acusado en un fax dirigido al hotel requiriendo copia de la factura que supuestamente ten¨ªa que haber recibido. El esc¨¢ndalo parlamentario subsiguiente puso en riesgo el cargo de Preston, entonces el director del rotativo.
Rusbridger cuenta con todo detalle cada uno de esos episodios que ¨¦l vivi¨® en persona en el libro que acaba de publicar, Breaking News. The Remaking of Journalism and why it Matters </CF>Now. (¡°Estallan las noticias. Rehacer el periodismo y por qu¨¦ este importa ahora¡±). El volumen acredita, como suele suceder en los numerosos libros que ahora circulan defendiendo lo que Bill Kovach y Tom Rosenstiel llaman, en un libro indispensable, los elementos del periodismo. Esos instrumentos son los de siempre, no han sido sustituidos por la facilidad digital, y no desaparecer¨¢n mientras el mundo necesite luchar contra la mentira.
En Inglaterra la mentira es un pecado grave, y en pol¨ªtica es pecado mortal. De hecho, cuando a Aitken le preguntaron qu¨¦ era lo peor que hab¨ªa hecho en la vida, superada la c¨¢rcel y sus clases de Teolog¨ªa, con las que se quiso redimir, afirm¨® que su pecado fue haber perseguido al peri¨®dico que lo llev¨® a la ruina por defender una mentira vergonzante. Un colega de Aitken fue encarcelado en fecha m¨¢s reciente por haber simulado que una infracci¨®n de tr¨¢fico que ¨¦l mismo hab¨ªa cometido hab¨ªa sido en realidad culpa de su mujer. Aitken dijo que la cuenta que le pag¨® un traficante en Par¨ªs la hab¨ªa pagado, en cash, su mujer, que estaba en Suiza¡
Pero la historia no acaba ah¨ª. Cuenta Rusbridger en su libro que, en 2005, se encontr¨® con Aitken, ¡°que ya hab¨ªa hallado a Dios, o quiz¨¢ Dios lo hall¨® a ¨¦l¡±, en el festival Hay de Gales, donde ambos desempe?aban tareas de escritores, hablando de sus libros y firmando aut¨®grafos en medio de la humedad veraniega. Les toc¨® habitar, adem¨¢s, en la misma casa de hu¨¦spedes, y circunspectos y elegantes compartieron t¨¦ y pastas.
Diez a?os m¨¢s tarde, Rusbridger dej¨® el peri¨®dico al que hab¨ªa llegado en julio de 1979 desde un oscuro diario de provincias. Las ¨²ltimas l¨ªneas de las que dedica a este encontronazo que ambos tuvieron cuando Aitken defend¨ªa su mentira dice mucho de Rusbridger y del modo de ser de los ingleses, periodistas o no: ¡°Toda la amargura y la pasi¨®n que hubo en ambos lados se hab¨ªan diluido. Tengo gran respeto por el modo en que reh¨ªzo su vida con humildad e integridad considerables. Aitken sigui¨® muy activo en la causa de la reforma penitenciaria. Cuando dej¨¦ mi cargo de director, en 2015, ¨¦l vino a mi fiesta de despedida¡±.
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