Franco en Finlandia
Los finlandeses acabaron su guerra civil con una Constituci¨®n pluralista y con una amnist¨ªa para los rojos encarcelados
Por lo que usted sabe o puede recordar, ?con cu¨¢l de los dos bandos de la Guerra Civil simpatizaba m¨¢s su familia? ?Con los nacionales o con los republicanos?¡±. Cuando el CIS hizo esta pregunta a las personas mayores de 65 a?os, nacidas durante la guerra o en la inmediata posguerra, nos acerc¨® lo m¨¢s posible ¡ªhace una d¨¦cada¡ª a la divisi¨®n de la sociedad a trav¨¦s de la memoria, a la primera impresi¨®n del negativo. El 23% con los nacionales, el 25% con los republicanos, el 10% de las familias estaban divididas, el 17% ¡°con ninguno de los dos¡± y el resto no lo sab¨ªa o no quiso responder. Somos una sociedad que ¡ªbiol¨®gicamente¡ª desciende por igual de los dos bandos, aunque puede que a¨²n m¨¢s de quienes no lo tuvieron.
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En sucesivas estampas, la memoria de la afiliaci¨®n nacional se ha ido desdibujando en cada grupo de edad. Hace dos a?os se repiti¨® la pregunta y solo el 11% de los m¨¢s j¨®venes recordaban que sus familias hubieran sido partidarias del bando nacional; el 23%, de la causa republicana. M¨¢s de la mitad no lo sab¨ªan. Se empieza por olvidar lo que m¨¢s se rechaza. Menos del 5% de los espa?oles consideran que una dictadura sea un r¨¦gimen aceptable, bajo cualquier circunstancia; las opiniones sobre Franco no son uniformes en algunos asuntos, pero nadie duda de que fuera un dictador.
Las guerras civiles tienen tendencia a ser negadas. Los ganadores han preferido palabras como guerra de liberaci¨®n (Finlandia y Espa?a), contrarrevoluci¨®n (Rusia) o insurgencia comunista (Grecia). Hoy son frecuentes entre nosotros las metonimias ¡°golpe de Estado¡± o ¡°rebeli¨®n militar¡±. Enaltecer la imaginada unidad frente a unos pocos ¡°rebeldes¡±, ¡°bandidos¡±, ¡°extranjeros¡± u ¡°opresores¡± es una figura ret¨®rica que no tiene partido fijo. No es com¨²n poder templarla con datos individuales como estos. (Se los debemos a Paloma Aguilar, estudiosa de la memoria colectiva que impuls¨® la primera encuesta).
De las dictaduras se hereda el problema de c¨®mo recordar u olvidar el consentimiento de la gente, con la ventaja de que el silencio puede reinterpretarse; de las guerras, sin ese beneficio, el de la reconciliaci¨®n. En los gestos se puede o no creer. Porque no tiene dogmas, la reconciliaci¨®n que vale es la democracia.
La guerra civil se pareci¨® poco a lo que enfrentaba a un soldado de un prisionero en un lager alem¨¢n, en la extravagante imagen de Iglesias. Para encontrar una ferocidad parecida en la contienda entre el terror blanco (o azul) y el terror rojo hay que ir a otras guerras civiles. En Finlandia, en menos de cuatro meses de 1918, pudo morir el 1,2% de la poblaci¨®n. En Espa?a, y a falta de identificar y sepultar a muchos desaparecidos en la retaguardia nacional, las v¨ªctimas pudieron ser entre el 1,3% y m¨¢s del 2% de sus habitantes, incluyendo la primera posguerra. En ambos casos hubo asesinatos de no beligerantes, masacres y participaci¨®n de civiles en acciones descentralizadas.
La diferencia entre ambos pa¨ªses, la superioridad, moral o de cualquier tipo, es la democracia. El dictador no se gan¨® esa indulgencia
En ambos casos, los blancos mataron m¨¢s, pero tuvieron m¨¢s tiempo y medios para hacerlo, sobre todo en Espa?a. Mal se sostiene la superioridad moral sobre el hecho de que el terror nacional fuera 1,5 o 2,5 veces m¨¢s violento que el terror en la retaguardia republicana. Sin ser iguales, los dos siguieron algunas pautas semejantes y pueden explicarse por parecidos motivos de competici¨®n pol¨ªtica y revancha, como muestra el estudio de Laia Balcells, publicado por la Universidad de Cambridge (Rivalidad y venganza). En una guerra civil hay historias individuales que pueden ser edificantes; la historia colectiva solo lo es si nos mentimos.
?C¨®mo acabaron los finlandeses su guerra? Con una Constituci¨®n pluralista, aunque se impusiera de momento el consenso anticomunista de los vencedores; unas elecciones en las que el caudillo militar blanco (Mannerheim) qued¨® segundo y se retir¨® de la pol¨ªtica; una amnist¨ªa para los rojos encarcelados, decretada por un presidente conservador que cre¨ªa en la reconciliaci¨®n; y el compromiso de la socialdemocracia, que se convirti¨® en el partido m¨¢s votado, de repudiar las v¨ªas ilegales. 10 a?os despu¨¦s de la guerra el l¨ªder socialdem¨®crata, ejerciendo como primer ministro, ¡°acept¨® el saludo¡± de la Guardia Civil, cuerpo de los principales perpetradores de fusilamientos de sus camaradas; 20 a?os despu¨¦s, algunos socialdem¨®cratas se alistaban en la Guardia Civil para resistir a los sovi¨¦ticos.
Tras el levantamiento de las leyes anticomunistas, Finlandia se convirti¨® en el pa¨ªs de la Europa democr¨¢tica donde m¨¢s tiempo ha participado la izquierda radical en el Gobierno: la Liga Popular (comunistas) hasta los a?os ochenta y despu¨¦s la Alianza de izquierdas. Pero blancos y rojos erigieron sus propios monumentos, y se tard¨® m¨¢s de medio siglo en equilibrar la memoria simb¨®lica, dominada por los blancos. A Mannerheim se le recuerda en un museo y en estatuas ecuestres; de vez en cuando alguien escribe ¡°asesino¡± en el pedestal.
La diferencia, la superioridad, moral o de cualquier tipo, es la democracia. Franco no se gan¨® esa indulgencia.
Alberto Penad¨¦s es profesor de Sociolog¨ªa en la Universidad de Salamanca
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