Sue?os y pesadillas
Las redes sociales est¨¢n hechas con las mimbres de nuestra intolerancia y nuestros miedos, con lo peor de cada mente
Anta?o se ve¨ªa en el anonimato enmascarado la figura ¨¦pica, algo pueril, del justiciero que combate los abusos de poder. Hoy esconde m¨¢s bien a alguien sin arrestos para discutir cara a cara con su vecino, pero capaz de cubrirlo de insultos sin remitente en un pasqu¨ªn de Internet. Abunda adem¨¢s el pensamiento m¨¢gico: en teor¨ªa basta con desear intensamente algo para conseguirlo. Seg¨²n el chamanismo, las redes atrapasue?os filtran las pesadillas dejando pasar los anhelos. Las redes sociales, por el contrario, atrapan, tejen y dan consistencia a nuestras pesadillas. Est¨¢n hechas con las mimbres de nuestra intolerancia y nuestros miedos, con lo peor de cada casa y de cada mente. Densas y enmara?adas, s¨®lo dejan pasar aquella informaci¨®n que se ajusta a la forma de su rejilla, sobre la que cada cual se construye su c¨¢rcel de pensamiento.
El da?o de las redes ya no se detiene en generar sesgos cognitivos, se ha traspasado a la forma de hacer pol¨ªtica, empezando por las campa?as
El da?o de las redes ya no se detiene en generar sesgos cognitivos, se ha traspasado a la forma de hacer pol¨ªtica. Empezando por campa?as interferidas por ej¨¦rcitos de cuentas fantasma y terminando por pr¨¢cticas parlamentarias. La dignidad institucional se ventila a golpe de tuit, de gracietas histri¨®nicas para echar de comer a los bancos de peces seguidores. Lo importante es la actuaci¨®n y no la acci¨®n, provocar un espasmo de la red, otra pirueta en el espect¨¢culo. Hoy no se quiere hablar con autoridad, con capacidad de proporcionar consejo ¨²til o al menos un punto de vista inesperado. Lo que se ambiciona, en el fondo de las redes y de los corazones egoc¨¦ntricos que ¨¦stas atrapan, es influir. Cuando todo el mundo ans¨ªa encontrarse solo con los suyos, cuando impera el deseo inmoderado de aprobaci¨®n y de homogeneidad, de cursis complicidades y no de contrapunto, hay que sospechar de quienes exigen di¨¢logo solo con los suyos, de quienes ven "el mal" m¨¢s claramente que nadie, solo que siempre en los otros.
El carnaval de simulacros crece y se multiplica por relatos cada vez m¨¢s extra?os, por convulsiones entre lo on¨ªrico, lo delirante y lo pesadillesco. En ciertas latitudes pol¨ªticas de este fatigado pa¨ªs, se ha transitado de la melancol¨ªa irredenta de las promesas incumplidas a la alegre mascarada pastoril de los viejos sue?os de una parte de la poblaci¨®n. Situada anta?o en lo alto de la escalera social esta exquisita poblaci¨®n ha descendido, o m¨¢s bien condescendido, para hacerse supuestamente transversal. Retornada a la casilla de salida, contin¨²a jaleando la mascarada, pero ya no es ni pastoril ni alegre. Nadie escucha la proverbial advertencia de tener cuidado con lo que se fantasea porque puede convertirse en realidad. Nadie se responsabiliza de echar a volar las quimeras. No me refiero a mutilar nuestra capacidad de so?ar, sino a meditar qu¨¦ forma y consecuencias tendr¨¢ para todos algo cuando de verdad traspase la frontera de lo real. Pensar qu¨¦ implica en realidad cada imaginario pol¨ªtico.
La pulsi¨®n quim¨¦rica de comunidad que impregna estos confusos tiempos esconde demasiadas aristas. En cada ensue?o de calidez comunitaria y tradicional se embosca hoy un furioso deseo de seguridad frente a los b¨¢rbaros, que siempre obviamente son los otros. Como advierte Bauman, este imaginario de seguridad y homogeneidad expresa el anhelo de protecci¨®n y regresi¨®n a un para¨ªso perdido y un miedo colectivo ante la intemperie helada de la globalizaci¨®n. Proponer un imposible regreso a comunidades imaginadas es lo contrario a abrir los ojos y reconocer lo que hoy nos caracteriza: una interdependencia compartida, una com¨²n vulnerabilidad y una potencial pol¨ªtica solidaria construida sobre esa fuerte fragilidad.
El sue?o nacionalista actual que consiste b¨¢sicamente en un repliegue defensivo en peque?as unidades pol¨ªticas nace marcado por un signo fundamentalmente ego¨ªsta y reaccionario. No promueve nada com¨²n, como ser¨ªa su sue?o, sino que m¨¢s bien activa el viejo principio divide et impera. Esta divisi¨®n favorece a quienes crecen desmedidamente en poder salvaje y transnacionalidad, las ¨¦lites verdaderamente cosmopolitas que poseen la movilidad generalizada para saltar de pa¨ªs en pa¨ªs, de mundo a mundo, bien provista de salvoconductos. El horizonte de un mundo dividido y amurallado, sin contrapoderes efectivos y cuyas llaves de entrada y salida poseen unos pocos, se acerca m¨¢s al sue?o de quienes ostentan tales llaves y claves, de quienes dan forma al mundo, que a un anhelo emancipatorio. Pregunt¨¦monos si donde unos pretenden en teor¨ªa recrear para¨ªsos perdidos otros piensan en crear para¨ªsos fiscales. No crecemos en integraci¨®n para hacer frente a estos verdaderos poderes en la sombra, en vez de eso proponemos demarcar per¨ªmetros de seguridad alrededor de aldeas id¨ªlicas. En los sue?os construidos sobre la base del miedo se insin¨²an los contornos de las pesadillas por venir.
Alicia Garc¨ªa Ruiz es Profesora de Filosof¨ªa de Universidad Carlos III de Madrid.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.