El Madrid en el que Cajal buscaba cad¨¢veres de ni?os
El palacete del premio Nobel, troceado en apartamentos de lujo a la venta en una web inmobiliaria, es el s¨ªmbolo del desinter¨¦s de Espa?a por el genio de la ciencia
Hace alrededor de un siglo, el ojo de un feto con s¨ªfilis se estamp¨® contra la acera del n¨²mero 64 de la calle Alfonso XII, en Madrid. ¡°Se trataba de un ojo que mi abuelo hab¨ªa colocado en el quicio de la ventana para que la luz solar actuase sobre el nitrato de plata y as¨ª poder estudiar la estructura retiniana¡±, recordaba en el a?o 2002 Santiago Ram¨®n y Cajal Junquera. El ¨®rgano sanguinolento estall¨® contra el pavimento ¡°causando la l¨®gica alarma de los transe¨²ntes, que a punto estuvieron de denunciarlo a la polic¨ªa¡±, seg¨²n el nieto. Su abuelo era, claro, Santiago Ram¨®n y Cajal, el genio espa?ol que gan¨® el premio Nobel de Medicina en 1906, tras descubrir las neuronas del cerebro, ¡°las mariposas del alma¡±.
Hoy, aquel palacete de la calle Alfonso XII ¡ªdonde el neurocient¨ªfico vivi¨® desde 1912 y donde muri¨® en 1934¡ª est¨¢ a la venta a trozos en la web de Idealista, reconvertido en viviendas de lujo. Cada una de ellas cuesta 3,2 millones de euros. La comunidad cient¨ªfica se moviliz¨® hace un par de a?os para intentar que la familia vendiera el edificio al Estado y se transformase en un gran museo dedicado a Cajal, pero ¡°al Gobierno le import¨® un cuerno¡±, en palabras del investigador Juan Andr¨¦s de Carlos. El palacete es el triste s¨ªmbolo de la deuda pendiente de Madrid, y de toda Espa?a, con un genio internacional a la altura de Albert Einstein y Charles Darwin.
Cajal, nacido en 1852 en la aldea navarra de Petilla de Arag¨®n, lleg¨® a la capital en 1892, tras ganar la c¨¢tedra de Histolog¨ªa de la Universidad Central, germen de la actual Complutense. En Madrid se lanz¨® a explorar ¡°la fina anatom¨ªa del cerebro humano, con raz¨®n considerado como la obra maestra de la vida¡±. Para ello necesitaba ¡°piezas nerviosas fresqu¨ªsimas, casi palpitantes¡±, pero la ley no permit¨ªa diseccionar los cad¨¢veres hasta 24 horas despu¨¦s de la muerte. ¡°Mas por aquellos tiempos arredr¨¢banme poco los obst¨¢culos. Decidido a superarlos busqu¨¦ material para mis trabajos en la Inclusa y Casa de Maternidad, dominios donde, por razones obvias, la tiran¨ªa de la ley y las preocupaciones de las familias act¨²an muy laxamente¡±, reconoci¨® en sus memorias, Recuerdos de mi vida, publicadas en 1917.
Las monjas de la caridad, seg¨²n relat¨®, se convirtieron en sus ayudantes en las autopsias: ¡°Puedo afirmar que durante una labor de dos a?os dispuse libremente de cientos de fetos y de ni?os de diversas edades, que disecaba dos o tres horas despu¨¦s de la muerte y hasta en caliente¡±. Ante los ojos de Cajal, ¡°el cerebro humano comenzaba a balbucear algunos de sus secretos¡±. Descubri¨® y describi¨® los tipos neuronales de cada regi¨®n cerebral, su ¡°urdimbre espec¨ªfica y absolutamente inconfundible¡±. Durante siglos, el cerebro hab¨ªa sido considerado una masa uniforme. Hasta que lleg¨® Cajal.
El investigador se hab¨ªa criado entre labradores analfabetos en los campos de Arag¨®n, hab¨ªa estudiado Medicina en Zaragoza y hab¨ªa dado clase en las universidades de Valencia y Barcelona, pero, a sus 40 a?os, Cajal se enamor¨® de su nuevo hogar. ¡°Madrid es ciudad peligros¨ªsima para el provinciano laborioso y ¨¢vido de ensanchar los horizontes de su inteligencia¡±, escribi¨® en sus memorias. ¡°La facilidad y agrado del trato social, la abundancia del talento, el atractivo de las sociedades, cen¨¢culos y tertulias, donde ofician de continuo los grandes prestigios de la pol¨ªtica, de la literatura y del arte; los variados espect¨¢culos teatrales y otras mil distracciones seducen y cautivan al forastero, que se encuentra de repente como desimantado y aturdido¡±.
"?Madrid! Con raz¨®n te llaman tierra de amigos. Acoges amorosa a todos los hijos de Espa?a, hasta a los nacidos en las m¨¢s remotas comarcas peninsulares y ultramarinas. No preguntas a nadie de d¨®nde viene", proclam¨® en 1926 para agradecer la erecci¨®n de un monumento a su figura en el coraz¨®n del parque del Retiro.
Aquella obra, una fuente monumental concebida por el escultor Victorio Macho, es uno de los pocos testimonios visibles de la presencia de Cajal en Madrid. La mayor parte de su legado ¡ªque incluye 22.000 piezas, como manuscritos, dibujos y espectaculares fotograf¨ªas hechas por ¨¦l mismo¡ª lleva desde 1989 almacenada en cajas en una habitaci¨®n del actual Instituto Cajal, un centro de investigaci¨®n del CSIC situado cerca del estadio de f¨²tbol Santiago Bernab¨¦u. ¡°Llevo m¨¢s de 10 a?os intentando que se cree un Museo Cajal, pero no hay manera de sacarlo del agujero. Es un crimen¡±, lamenta De Carlos, un investigador del instituto que lucha contra el olvido del legado. Junto al neurocient¨ªfico Jos¨¦ Ram¨®n Alonso, acaba de publicar Cajal. Un grito por la ciencia (Next Door Publishers), una nueva biograf¨ªa que se detiene en las peripecias del premio Nobel en Madrid.
Cajal, recuerdan los autores, se aficion¨® a la tertulia del caf¨¦ Suizo, cuyo solar en el n¨²mero 16 de la calle Alcal¨¢ est¨¢ hoy ocupado por un famoso edificio del BBVA coronado por dos cuadrigas de metal de 12 toneladas cada una. El desaparecido caf¨¦, fundado por los suizos Pedro Fanconi y Francesco Matossi, era un local enorme, en el que se serv¨ªan unos deliciosos bollos de leche que todav¨ªa hoy, en muchas ciudades, se siguen llamando suizos. All¨ª, en torno a las mesas de m¨¢rmol, abogados, m¨¦dicos y cient¨ªficos, todos ellos hombres, hablaban apasionadamente de pol¨ªtica y literatura. Y del ¡°feminismo militante y bullicioso¡± que, seg¨²n Cajal, brotaba hace un siglo.
¡°Aunque se demuestre ¡ªy ello desgraciadamente tiene algunos visos de verdad¡ª que la mujer actual vale, tomada en conjunto, intelectualmente menos que el hombre, siempre podr¨¢n las feministas arg¨¹irnos: 'Esperad que la sociedad conceda a todas las j¨®venes de la clase media el mismo tipo de educaci¨®n e instrucci¨®n que al hombre, dispensando adem¨¢s a las m¨¢s inteligentes de la preocupaci¨®n y cuidado de la prole, y¡ entonces hablaremos¡±, reflexionaba Cajal en su libro Charlas de caf¨¦, publicado en 1920. El cient¨ªfico siempre afirm¨® que su mujer, Silveria Fa?an¨¢s, dedicada a criar a los siete hijos que tuvieron juntos, ¡°hizo posible la obstinada y oscura labor¡± que a ¨¦l le llev¨® al Nobel.
¡°El Suizo se hizo tan popular que un grupo de damas mont¨® a su lado un peque?o Suizo, llamado Suicillo. Fue uno de los primeros salones de t¨¦ feministas de la ciudad del oso y del madro?o¡±, relat¨® Enriqueta Lewy en su libro Santiago Ram¨®n y Cajal: el hombre, el sabio y el pensador (CSIC, 1987). En 1926, Lewy, con solo 16 a?os, empez¨® a trabajar con el neurocient¨ªfico para traducirle los textos en alem¨¢n. En 1996, en una entrevista con EL PA?S, Lewy recordaba las condiciones en las que investigaba el ganador del Nobel: "Los animales para el laboratorio nos los suministraba un borrach¨ªn al que llam¨¢bamos El Ranero. Nos prove¨ªa de gatos y conejillas pre?adas que robaba en los corrales".
Muchos de los frutos de aquella fren¨¦tica actividad investigadora se almacenan desde hace 30 a?os en las cajas del Instituto Cajal del CSIC. El neurocient¨ªfico Jos¨¦ Ram¨®n Alonso no lo concibe: "La gente no conoce lo suficiente a Cajal. Si queremos fomentar vocaciones cient¨ªficas, aprovechemos este personaje excepcional. Es asombroso que todav¨ªa no tengamos un museo".
Un museo al aire libre
"Aunque se movi¨® por toda la ciudad", dec¨ªa el m¨¦dico Alberto Anaya Munn¨¦, "hay un Madrid cajaliano por excelencia". En 2002, con motivo del 150? aniversario del nacimiento de neurocient¨ªfico, Anaya propuso en la Revista Espa?ola de Patolog¨ªa un itinerario "para devolver a Cajal al roce de las gentes madrile?as". El paseo arranca en el edificio de la esquina de las calles Pr¨ªncipe y Huertas, donde el investigador recibi¨® con incredulidad el telegrama que le anunciaba la concesi¨®n del Nobel de Medicina, una ma?ana de octubre de 1906. Hoy hay un restaurante murciano.
Con la calle de Atocha como columna vertebral, los paseantes descubren en el n¨²mero 106 la antigua Facultad de Medicina de San Carlos, donde se puede contemplar el aula en la que Cajal imparti¨® clases entre 1892 y 1922. La sala hoy pertenece al Colegio Oficial de M¨¦dicos de Madrid y ser¨ªa un buen espacio para albergar un Museo Nacional de Cajal, pero el legado de 22.000 piezas del neurocient¨ªfico es propiedad del Consejo Superior de Investigaciones Cient¨ªficas (CSIC). Las dos instituciones no se han puesto de acuerdo para unir el contenido y el continente y tampoco han recibido apoyo de las autoridades, seg¨²n explica Juan Andr¨¦s de Carlos, custodio del Legado Cajal durante una d¨¦cada.
El premio Nobel daba clases por las ma?anas y por las tardes caminaba hasta su lugar de estudio, el Laboratorio de Investigaciones Biol¨®gicas, en un ala de lo que hoy es el Museo Nacional de Antropolog¨ªa. All¨ª estaba a tiro de piedra de la que fue su vivienda hasta su muerte, el palacete del n¨²mero 64 de la calle Alfonso XII, desde donde se le ca¨ªan por la ventana ojos de fetos sifil¨ªticos. Aqu¨ª, sumergido en el barullo de los trenes de Atocha y ya convertido en un anciano achacoso y cascarrabias, escribir¨ªa su ¨²ltimo libro, El mundo visto a los 80 a?os (1934): "En aras de la concordia, Madrid ha consentido reformas humillantes, por ejemplo: la de los enlaces ferroviarios, que, a cambio de parvas comodidades de tr¨¢fico general, convertir¨¢ la capital en una estaci¨®n de tr¨¢nsito, con da?o irreparable de teatros, fondas, comercios y transportes interurbanos".