Sin centro, entre erizos y en Beirut
La democracia est¨¢ hoy m¨¢s amenazada que nunca desde el periodo de entreguerras. Los populistas la est¨¢n destruyendo al derribar ese espacio electoral que hace posible la tolerancia y el pluralismo
Habitamos la pol¨ªtica sin que exista un espacio de centro. La p¨¦rdida de este percute gravemente sobre el clima partidista y la salud de la democracia en toda Europa. De hecho, cuando m¨¢s presiona, crece y grita el populismo, m¨¢s se repliega la centralidad hacia el silencio, la indiferencia y la aton¨ªa. Sin voces moderadas ni referentes liberales, la radicalidad ampl¨ªa sus m¨¢rgenes, adopta matices fascistas y desertiza la pol¨ªtica erosionando la capacidad de consenso sobre la que se basan las sociedades abiertas.
Sin centro, la democracia colapsa. Lo hace porque no puede haber acuerdos y estos, no lo olvidemos, son la narrativa sobre la que se escribe la capacidad de progreso a la que sirve la democracia. La asfixia del consenso hace de esta un modelo fallido. V¨ªctima de la dial¨¦ctica amigo-enemigo, las mayor¨ªas se imponen por la fuerza de los n¨²meros y no por la persuasi¨®n deliberativa de los argumentos. La transformaci¨®n de la alteridad en enemistad hace imposible la empat¨ªa y la negociaci¨®n. Condena la otredad a la trinchera y asienta la pol¨ªtica en un bucle autorreferencial que desemboca en la bunkerizaci¨®n de los principios.
En este contexto, la estrategia para ganar se confunde con la t¨¢ctica de resistir. Triunfan los erizos de los que hablaba Isaiah Berlin y la pol¨ªtica se convierte en una torpe simplificaci¨®n del mundo a trav¨¦s de unas pocas ideas que, adem¨¢s, se convierten en p¨²as con las que se vive batallando sin parar. Esta pol¨ªtica erizada de esencialismos solo busca fidelizar al mayor n¨²mero de propios, pues, la incapacidad de seducir y agregar, fractura los electorados alrededor de obsesiones autorreferenciales que convierten a los partidos en minor¨ªas fanatizadas alrededor de sus particularismos.
En el tejido social se inyectan consignas nacionalistas que desembocan en din¨¢micas fascistas y supremacistas
Si negociar es traicionar, entonces desaparece la pol¨ªtica y se transforma en ortodoxia. Con esta visi¨®n, triunfa el populismo y arraiga a¨²n m¨¢s al percibirse socialmente que la armon¨ªa y el progreso son inviables. De este modo, se favorece el pesimismo y se retroalimenta el malestar antipol¨ªtico mediante perfiles populistas cada vez m¨¢s inquietantes. Sobre todo porque se inyectan en el tejido del populismo consignas nacionalistas que desembocan en din¨¢micas fascistas y supremacistas. Por eso, la democracia est¨¢ hoy m¨¢s amenazada que nunca desde el periodo de entreguerras. Porque los partidos se embriagan de testosterona adolescente y el populismo gana adeptos en la misma proporci¨®n que la centralidad ampl¨ªa su orfandad.
Para los defensores de la democracia populista, el centro sobra. Lo mismo que la experiencia pol¨ªtica que representa la democracia liberal. Los populistas ven en ambos conceptos una debilidad sist¨¦mica que maniata al pueblo y su esp¨ªritu de comunidad, o al l¨ªder y su voluntad de decisi¨®n. Y es que demasiada moderaci¨®n, institucionalidad, intermediaci¨®n, racionalidad, negociaci¨®n, reglas y t¨¦cnicas deliberativas desvirt¨²a la experiencia directa y sentimental de la pol¨ªtica. Hace de ella algo desprovisto de principios, sin vida, instalada en un relativismo sin alma ni emoci¨®n que desemboca en una democracia domesticada sin m¨¢s forma que la abstracci¨®n de la legalidad y sin m¨¢s pol¨ªtica que aumentar la prosperidad del mayor n¨²mero.
Los populistas est¨¢n destruyendo la democracia liberal y necesitan, para ello, derribar el espacio electoral que hace posible su arquitectura de equilibrios, tolerancia, contrapesos, derechos individuales y pluralismo: esa centralidad que impide que triunfen los extremos y gane la racionalidad frente a los sentimientos. Que defiende en la transacci¨®n, el debate y el compromiso la ¨²nica esperanza de una convivencia civilizada. Como ve¨ªa Kelsen, lo importante en una democracia no es la mayor¨ªa del presente, sino la minor¨ªa de hoy en cuanto posible mayor¨ªa del ma?ana. Una reversibilidad alternativa del principio mayor¨ªa-minor¨ªa que el centro ve saludable y que hace posible con su existencia moderada y razonadora, con su invocaci¨®n del matiz y su apego a una t¨¢ctica de negociaci¨®n de m¨ªnimos que permita construir a la larga una estrategia duradera de consensos de m¨¢ximos.
En el tejido social se inyectan consignas nacionalistas que desembocan en din¨¢micas fascistas y supremacistas
Hoy se libra una batalla de ortodoxias regresivas que ha silenciado la centralidad y da la llave de los Gobiernos en toda Europa a la radicalidad de los extremos. Y es que el populismo quiere una democracia sin liberalismo. Quiere un tsunami de sentimientos que nos conduzca a una democracia arcaica y nacionalizada. Una democracia de unos frente a otros, sin patria porque no hay respeto ni inter¨¦s por la alteridad. Una democracia fragmentada en intensidades ideol¨®gicas min¨²sculas que priman el fervor y la homogeneidad entre los propios.
Volvemos a Weimar o, quiz¨¢, habitamos sin saberlo un Beirut posmoderno que no tiene ya m¨¢s pol¨ªtica que su propia supervivencia. Miramos al periodo de entreguerras para entender nuestro tiempo pero quiz¨¢ tendr¨ªamos que analizar los ejemplos m¨¢s pl¨¢sticos del presente para entender que construimos sin solidez, sobre la ruina de los consensos de otras generaciones que quedaron atr¨¢s y sin ninguna esperanza de progreso. Evolucionamos hacia un modelo sin salida, pixelado por bloques que niegan la narrativa de una centralidad que haga posible lo com¨²n. Dos bloques que luego desatan hacia dentro hostilidades interminables porque nadie puede hegemonizar ambas mitades en liza e imponer un pacto que se respete y devuelva la armon¨ªa que lograba antes una centralidad mayoritaria que iba alternando y templando los extremos mediante la normalizaci¨®n de una estrategia de consensos.
El desenlace, como digo, es Beirut. Una ciudad sin centro, que reconstruye su fr¨¢gil prosperidad a partir de las ruinas de lo que fue, que permanece dividida por una frontera entre musulmanes y cristianos que ya no existe, pero que se presiente, y que a un lado y otro de la antigua l¨ªnea verde proyecta una geograf¨ªa fragmentaria que mapea barrios autorreferenciales. Barrios donde sunn¨ªes y chi¨ªes se dan la espalda; drusos y alau¨ªes se ignoran; maronitas y greco ortodoxos se apartan la cara para hablar con armenios o caldeos y siriacos. Y todo ello asentado sobre una especie de paz armada que puede romperse en cualquier momento al ser una piel de tambor sobre la que percute todo lo que sucede en Oriente Pr¨®ximo y donde la capacidad para imaginar el futuro es imposible porque la realidad cotidiana vive atrapada dentro de un presente embriagado de presente para sobrevivir. En ese Beirut atrapado por la radicalidad latente de una dial¨¦ctica amigo-enemigo que no se extingue, que aloja peque?os para¨ªsos acad¨¦micos como la Universidad Americana o infiernos como los campos de refugiados palestinos, y todo ello a media hora de esa peque?a milla de oro que es el antiguo zoco del barrio musulm¨¢n, quiz¨¢ encontremos respuestas al atolladero de la democracia arcaica a la que nos aboca el populismo como producto de la posmodernidad.
Jos¨¦ Mar¨ªa Lassalle es ensayista y fue secretario de Estado de Cultura y Agenda Digital.
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