El d¨ªa m¨¢s feliz
Hace 40 a?os triunf¨® en Ir¨¢n la revoluci¨®n del ayatol¨¢ Jomeini
Hace 40 a?os se produjo en Ir¨¢n la revoluci¨®n que apart¨® al sah Mohamed Reza Pahlevi del poder. Hab¨ªa gobernado con mano de hierro, y las reformas que introdujo para modernizar el pa¨ªs las fue imponiendo de la mano de una brutal polic¨ªa secreta, la Savak, con la que amedrent¨® a cualquiera que cuestionara sus designios. Al sah, adem¨¢s, le gustaba vivir con el mayor de los lujos, que exhib¨ªa sin el menor pudor ante una poblaci¨®n condenada a la miseria. Era previsible que la situaci¨®n estallara alg¨²n d¨ªa, y estall¨® en 1979. Las movilizaciones que terminaron por tumbarlo fueron impresionantes. El periodista Ryszard Kapuscinski recogi¨® en El sha o la desmesura del poder su deslumbramiento por aquellas masas vestidas de blanco que hab¨ªan perdido el miedo. ¡°Es una multitud que avanza directamente hacia los tanques sin aminorar la marcha, sin detenerse, una multitud hipnotizada, ?hechizada?, ?son¨¢mbula?, como si no viese nada, como si se moviese por una tierra des¨¦rtica, una multitud que ya ha empezado a entrar en el cielo¡±.
El fil¨®sofo Michel Foucault tambi¨¦n qued¨® fascinado entonces por lo que suced¨ªa en Ir¨¢n. En mayo de 1979 escribi¨® en Le Monde dos art¨ªculos en los que celebraba aquella sublevaci¨®n. La defin¨ªa, y lo cuenta Jos¨¦ Luis Pardo en Estudios del malestar, como el ¡°acto por el cual alguien decide que es preferible morir antes que seguir viviendo¡±. La ebriedad de aquella muchedumbre ¡°que arroja a la cara del poder su vida desnuda¡±, eso era para Foucault lo verdaderamente importante. Detr¨¢s de aquel estallido lleg¨® la guerra santa. ¡°Una cosa fascinante para un intelectual europeo¡±, escribe Pardo, ¡°pero una cosa perfectamente criminal, cuya criminalidad no aumenta ni disminuye por el hecho de que el sah y su r¨¦gimen fueran despiadados¡±.
En la rebeli¨®n contra el sah no participaron ¨²nicamente los seguidores de Jomeini, tambi¨¦n las fuerzas de izquierda y los sectores m¨¢s din¨¢micos de la sociedad trabajaron para que aquel r¨¦gimen atroz pasara a la historia. Entre estos ¨²ltimos se encontraba el amigo de Kapuscinski que le sirvi¨® de gu¨ªa durante aquellos meses mientras pretend¨ªa explicar lo que pasaba. Era un iran¨ª que hab¨ªa regresado a Teher¨¢n desde Londres en 1977. Y que, cuando escuch¨® una de las tantas casetes que circulaban entre la gente y a trav¨¦s de las cuales los ayatol¨¢s llamaban a la rebeli¨®n, entendi¨® que a su alrededor ¡°se extend¨ªa un mundo diferente, clandestino, que desconoc¨ªa y del que no sab¨ªa casi nada¡±. Ese mundo era el de los seguidores de Jomeini.
La actitud del escritor anglo¨ªndio V. S. Naipaul ante la revoluci¨®n no tuvo nada que ver con el deslumbramiento de Kapuscinski y Foucault. Lleg¨® en agosto de 1979 y se dirigi¨® enseguida a Qom, la ciudad santa del islam chi¨ª, para entrevistar al ayatol¨¢ Jaljali, el llamado ¡°juez de la horca¡± de Jomeini. Tuvo que escribir las preguntas que iba a hacerle antes de que lo recibiera, y la ¨²ltima de todas fue: ¡°?Cu¨¢l ha sido su d¨ªa m¨¢s feliz?¡±. ¡°Me habr¨ªa gustado meterme en su cabeza, ver el mundo como lo ve¨ªa ¨¦l¡±, cuenta Naipaul en Entre los creyentes. Pero no hubo manera, el erudito se escap¨® siempre por la tangente. En un momento dado le dijo: ¡°Ver¨¢, yo mat¨¦ a Hoveyda¡±. Se trataba del primer ministro del sah.
Cuarenta a?os despu¨¦s del triunfo de la revoluci¨®n de los ayatol¨¢s, y en vista de lo que ha pasado, ?qu¨¦ explica mejor lo que sucedi¨® despu¨¦s? ?La fascinaci¨®n por la sublevaci¨®n o la fr¨ªa confesi¨®n de uno de sus jerarcas?
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