El poder y la muerte
Buteflika ha envejecido, pero parece no saberlo. Ya tiene 82 a?os, m¨¢s que suficiente para sentarse a contemplar el pasado de la propia vida
Abdelaziz Buteflika, el actual presidente de Argelia, viene de un pasado de lucha que ahora parece remoto, sobre todo a los j¨®venes. Se alist¨® a los 17 a?os en la guerra de liberaci¨®n contra la ¨¦gida colonial francesa, y tras la independencia conquistada en 1962 entr¨® y sali¨® de la c¨²pula del poder a lo largo de las d¨¦cadas. Por fin lleg¨® a la c¨²spide en 1999 al ganar las elecciones, para sumar ahora cuatro periodos.
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Un total de veinte a?os en el poder, siempre triunfador por abrumadora mayor¨ªa de votos, tan abultada que desde lejos huele a fraude y enga?o, en un pa¨ªs que lejos de los tiempos heroicos de la independencia, sufre la carcoma de la corrupci¨®n.
Ha envejecido, pero parece no saberlo. Ya tiene 82 a?os, m¨¢s que suficiente para sentarse a contemplar el pasado de la propia vida. Pero desde su lecho de enfermo en un hospital de Ginebra, ya a las puertas del fin de su cuarto periodo, anunci¨® que se presentar¨ªa por quinta vez como candidato.
El asunto es que los j¨®venes que llenan las calles en tumultuosas manifestaciones en su contra, como no se ve¨ªa desde la primavera ¨¢rabe de 2010, no quieren saber nada de ¨¦l. Entonces, mand¨® decir que ya no se presenta, y que llamar¨¢ a elecciones, pero sin poner un plazo. Es decir, siempre se queda.
Tras un derrame cerebral severo, ha quedado sin la posibilidad de darse a entender de voz, y lo que quiere decir debe ser explicado por los m¨¦dicos que lo custodian; cuando traga la comida el bocado suele desviarse a las v¨ªas respiratorias, causa de infecciones severas en los pulmones; sus funciones neurol¨®gicas est¨¢n deterioradas, y debe ser movilizado en una silla de ruedas.
Pero sufre el s¨ªndrome del poder para siempre, obcecado en su ambici¨®n aunque sea al borde de la tumba, o convertido en su propia fantasma mudo.
Y por mucho que no pueda articular palabra, y se escape de ahogar cada vez que da un bocado, aunque tenga que ser asistido para realizar sus funciones fisiol¨®gicas, y que su dormitorio haya sido convertido en un cuarto de hospital, no se rinde. Prisionero de la enfermedad no la toma en cuenta, y si lo hace sopesa entre la enfermedad, que se queda en ilusi¨®n, y el poder, que se torna la realidad.
Buteflika sufre el s¨ªndrome del poder para siempre, obcecado en su ambici¨®n aunque sea al borde de la tumba, o convertido en su propia fantasma mudo
En su balance, cada vez que abre los ojos rodeado de aparatos, tubos y batas blancas, se impone su amor malsano al poder. Lo que importa es no salirse de ese cono de luz que nunca va a apagarse aunque en el escenario lo que los reflectores alumbren sea su lecho. Una puesta en escena en la que atr¨¢s suena una fanfarria militar.
Y seguramente alguien le sopla al o¨ªdo: usted es imprescindible, excelencia, volver¨¢ a recuperarse, saldr¨¢ de nuevo al balc¨®n para escuchar ese rumor inmenso de las multitudes, ese bramido que es como el del mar. Ese es su verdadero alimento, el ¨²nico que no se va a las v¨ªas respiratorias. Y todo debe ocurrir como en sue?os donde no se cuelan los gritos de verdad, los que exigen su marcha.
Buteflika y sus pares, porque los ejemplos sobran, tampoco conciben la muerte como algo que pueda afectarlos a ellos, en lo personal. La muerte es algo que ocurre a los dem¨¢s. Un mal ajeno. Algo que le pasa solo a los enemigos.
Es lo que consigna Oriana Falaci en su c¨¦lebre entrevista del a?o 1972 al emperador Haile Selassie, quien entonces ten¨ªa 80 a?os. Ella hizo una pregunta final que lo desconcert¨®: "?c¨®mo mira a la muerte?" ?l se mostr¨® extra?ado: ¡°?A qu¨¦? ?A qu¨¦?¡±, pregunt¨® a su vez. ¡°A la muerte, Majestad¡±, insisti¨® ella. Y eso desbord¨® la paciencia del soberano, que ahora s¨ª parec¨ªa haber comprendido: ¡°?La muerte? ?La muerte? ?Qui¨¦n es esta mujer? ?De d¨®nde viene? ?Qu¨¦ quiere de m¨ª? ?Fuera, basta!¡±.
La periodista era para ¨¦l la embajadora de la muerte, o la muerte misma que le recordaba lo indeseado, o lo que no exist¨ªa del todo, o no deber¨ªa insistir. Morir¨ªa tres a?os despu¨¦s, pero por supuesto no lo sab¨ªa, ni querr¨ªa saberlo.
El poder para siempre, regalo de los dioses, o de la represi¨®n sangrienta y los votos falsificados, es consustancial con la idea de inmortalidad. Y se convierte en una piel que jam¨¢s se arruga, recubre el cuerpo del que lo detenta renov¨¢ndose una y otra vez, como las mudas de las serpientes.
Sergio Ram¨ªrez es escritor y Premio Cervantes 2017.
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