Conquista y colonizaci¨®n
Es una quimera anacr¨®nica deshacer la historia de Am¨¦rica bajo la ilusi¨®n de impartir justicia selectiva 500 a?os m¨¢s tarde
El vasto imperio espa?ol en Am¨¦rica tuvo su origen en la ¨¦poca de los grandes descubrimientos geogr¨¢ficos de finales del siglo XV y lleg¨® a extenderse desde la Alta California, por el norte, hasta el cabo de Hornos, en el sur. Comenz¨® a fraguarse con el primer viaje financiado por la Corona de Castilla con Crist¨®bal Col¨®n al frente de tres carabelas y menos de 100 hombres, que arribaron el 12 de octubre de 1492 a tierra firme desconocida en la isla de San Salvador (actual Bahamas). Fue obra de conquista y ocupaci¨®n, primero, devenida muy pronto en labor de colonizaci¨®n y aculturaci¨®n (religiosa e idiom¨¢tica). Se repet¨ªa as¨ª un proceso hist¨®rico similar al de otras expansiones imperiales en el viejo mundo (desde la formaci¨®n del mundo helen¨ªstico hasta la constituci¨®n del Imperio Romano) y muy pronto seguido por otras potencias europeas en Am¨¦rica y el resto del planeta (Portugal, Francia, Inglaterra, Holanda).
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En ese complejo proceso de implantaci¨®n espa?ola en el continente americano, ¡°uno de los encuentros m¨¢s misteriosos de la historia humana¡± (Enrique Krauze), sin duda, tuvo un papel determinante la expansi¨®n militar, con sus gestas y atrocidades ver¨ªdicas o exageradas. Es una faceta siempre subrayada por las visiones catastrofistas y la leyenda negra antiespa?ola de origen protestante, como si las restantes experiencias imperiales hubieran sido diferentes por pac¨ªficas (idea falsa por completo).
Pero tambi¨¦n es cierto que esa conquista tuvo un ¨¦xito fulgurante porque se inscribi¨® en ¡°una guerra de indios contra indios¡± (Bernat Hern¨¢ndez). Y en ella los espa?oles (como luego los portugueses, franceses, ingleses¡) aprovecharon las fisuras internas de los pueblos ind¨ªgenas enfrentados, articularon alianzas con sus facciones y consiguieron as¨ª someter imperios mediante una combinaci¨®n de fuerza, diplomacia, astucia y golpes de fortuna.
No es posible concebir la evoluci¨®n americana, en su pluralidad, sin la identidad occidental heredera del viejo mundo grecolatino
Solo as¨ª se entiende que en 1521 el poderoso imperio azteca de M¨¦xico y su propia capital (Tenochtitl¨¢n, con m¨¢s de 200.000 habitantes) estuvieran ya bajo el poder de Hern¨¢n Cort¨¦s y sus 500 soldados y 100 marineros (m¨¢s unos 30 caballos y 10 ca?ones), que hab¨ªan partido desde Cuba en 1519 (y tras haber sumado contingentes ind¨ªgenas opuestos al brutal dominio azteca, como el millar de guerreros totonacas o los 3.000 guerreros tlaxcaltecas). Y lo mismo sucede con el imperio inca en la cordillera andina, que contaba con 14 millones de s¨²bditos, pero estaba al borde de la guerra civil y afrontaba la hostilidad de grupos ¨¦tnicos sometidos (como los ca?aris, los limas o los charcas). En 1532, en Cajamarca, un pu?ado de 200 espa?oles con unos 30 caballos al mando de Francisco Pizarro pudo apresar al desconcertado emperador Atahualpa, pese a estar protegido por 7.000 guerreros incas tan anonadados como su jefe.
El resultado asombroso de esas operaciones fue la r¨¢pida expansi¨®n espa?ola por el continente con un n¨²mero muy reducido de hombres que contaban con evidente superioridad tecnol¨®gica militar. Pero que tambi¨¦n contaron con la ayuda de la sorpresa ante su audacia, del temor ante las epidemias generadas por los reci¨¦n llegados y de las alianzas de los conquistadores con los grupos ¨¦tnicos sometidos cruelmente a los imperios precolombinos.
La fase conquistadora en pocos decenios hab¨ªa dado paso a oportunidades hist¨®ricas de creaci¨®n de nuevas sociedades y culturas, sobre la base del mestizaje de blancos, indios, negros y mestizos, jerarquizados pero tambi¨¦n entrecruzados. De hecho, desde mediados del siglo XVI, la marginaci¨®n del caudillo de guerra por el mundo criollo, la Corona y la Iglesia preocupada por los ¡°justos t¨ªtulos de conquista¡±, se constat¨® en el surgimiento del arquetipo de la anticonquista, como modelo sobre el que construir el futuro h¨ªbrido de un Nuevo Mundo. No en vano, como han puesto de relieve los ¨²ltimos estudios, la labor de conquista, evangelizaci¨®n e hispanizaci¨®n fue obra en su mayor¨ªa de personas cultivadas que llevaron a Am¨¦rica las formas de vida de la Europa renacentista.
En ese proceso de conformaci¨®n de la nueva Am¨¦rica hisp¨¢nica, las orillas del Atl¨¢ntico se convirtieron en l¨ªmites especulares de un espacio de conectividades, un laboratorio de experimentaci¨®n sociocultural, una v¨ªa de circulaci¨®n de personas y bienes, pero tambi¨¦n de ideas y lenguas. Al comp¨¢s de esos fen¨®menos, el Mediterr¨¢neo cedi¨® el testigo al Atl¨¢ntico como eje geogr¨¢fico de la reordenaci¨®n del mundo conocido. A la par, Europa pasaba a compartir culturas y primac¨ªas con las Am¨¦ricas mediante la conformaci¨®n del mundo occidental de la Edad Moderna: el Occidente heredero y legatario del viejo mundo grecolatino y de su derivaci¨®n cristiana medieval.
No parece posible concebir Am¨¦rica, en su pluralidad, sin esa identidad occidental y es quimera anacr¨®nica pensar en deshacer su historia bajo la ilusi¨®n de impartir justicia retrospectiva y selectiva 500 a?os m¨¢s tarde.
Enrique Moradiellos es historiador.
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