Odio en el f¨²tbol
El racismo y las injurias son motivos suficientes para suspender un partido
El f¨²tbol y el mundo que lo rodea vive en parte de la rivalidad y de la confrontaci¨®n, a veces tensa, entre equipos y seguidores. Pero en las ¨²ltimas semanas se han producido varios casos en los que los espectadores han convertido la tensi¨®n propia de un partido en agresividad incontrolada, incitaci¨®n al odio racial e injurias desproporcionadas. En el partido Cagliari-Juventus, un jugador de color fue insultado y humillado de forma pertinaz por la hinchada del Cagliari; para sorpresa general, las autoridades italianas dieron la callada por respuesta, el presidente del Cagliari culp¨® al propio jugador ridiculizado debido a ¡°su actitud¡± e incluso alguno de sus compa?eros de equipo reparti¨® la responsabilidad de las vergonzosas muestras de racismo al 50% entre los espectadores y el futbolista.
En Espa?a menudean los insultos racistas a los jugadores; pero los casos m¨¢s recientes se refieren a las injurias recibidas por Joaqu¨ªn Caparr¨®s, el entrenador del Sevilla aquejado de leucemia cr¨®nica, por parte de la hinchada b¨¦tica: ¡°?Esta noche se muere Caparr¨®s!¡±; o los lanzados contra el entrenador del Valencia, Marcelino Garc¨ªa Toral, en los que se deseaba su muerte y la de su familia, proferidos ¡°sin complejos¡± por varios seguidores del Rayo Vallecano delante de las c¨¢maras de televisi¨®n.
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A pesar de los grav¨ªsimos antecedentes que han manchado el f¨²tbol espa?ol, incluidas varias muertes de seguidores a manos de hinchas violentos, y aunque las autoridades deportivas se pronuncian contra las actitudes hostiles, lo cierto es que los estadios siguen acogiendo ejemplos repetidos de racismo, odio y obscenidad violenta. La excusa preferida para mirar hacia otro lado es que son ¡°comportamientos minoritarios¡±; pero en pocas ocasiones la mayor¨ªa de los espectadores han recriminado o expulsado a los insultadores.
La culpa primera corresponde a los clubes. No basta con aceptar las sanciones ni con prohibir temporalmente la entrada a los espectadores violentos; el racismo tiene que restar puntos a los equipos que no sean capaces de eliminarlo. Los jugadores tambi¨¦n tienen mucho que decir. La conducta apropiada, que sin duda ser¨¢ aceptada por gran parte de la sociedad, es plantarse ante las injurias o los insultos raciales y renunciar a seguir jugando. Justamente en la l¨ªnea de Gerard Piqu¨¦, cuando acall¨® los gritos soeces contra Espa?a en un partido de la selecci¨®n catalana, y la contraria de la que siguieron los jugadores de la Juventus, cuando retiraron a empujones a su compa?ero de equipo insultado por su color.
La ¨²ltima palabra en un campo de f¨²tbol la tiene el ¨¢rbitro. El art¨ªculo 240 del Reglamento General de la Real Federaci¨®n Espa?ola de F¨²tbol le permite suspender un encuentro en caso de ¡°incidentes del p¨²blico¡±. Quiz¨¢ la primera vez que un ¨¢rbitro aplique su ¡°buen criterio¡±, pare un encuentro y mande a los espectadores a casa sea escarmiento suficiente para los sembradores de odio. El f¨²tbol no es una misa ni una celebraci¨®n silenciosa; pero tampoco una concentraci¨®n de exaltados que incitan a la violencia y el racismo. Si el odio no se corta de ra¨ªz, el f¨²tbol puede convertirse en un foco de violencia y en un ejemplo execrable para la sociedad.
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