Ret¨®rica de la discrepancia
Los votantes saben que con insultos no se resuelve ni el paro ni el conflicto territorial
?ltimamente, se habla mucho de la estrategia ret¨®rica lanzada por la alt-right en Estados Unidos, propagada ahora en Europa, basada en insultar, afirmar mentiras o medias verdades e interrumpir al interlocutor, sea un periodista o un adversario pol¨ªtico. Pero se habla mucho menos sobre c¨®mo lidiar eficazmente con esta estrategia y, concretamente, c¨®mo hacerlo en un debate electoral. Al tiempo que proliferan el coaching y los consejos en Internet para hablar en p¨²blico, la mayor¨ªa de estas recomendaciones son f¨²tiles para debatir con oradores que dinamitan las bases mismas del intercambio democr¨¢tico de ideas.
?Qu¨¦ hacer cuando tu interlocutor te insulta, miente sobre ti o interrumpe tu discurso? ?Quedarte callado? ?Responder? ?Continuar hablando como si nada? En el debate a seis en TVE el pasado martes, tuvimos oportunidad de ver las tres situaciones: ante las interrupciones y agresiones verbales de determinados aspirantes, los candidatos aludidos, a veces, se quedaban en silencio; otras, respond¨ªan airadamente, aparcando lo que estaban diciendo; y, a¨²n otras, segu¨ªan hablando con la voz en off del, o los, adversarios. Es probable que los telespectadores no tengan una posici¨®n un¨¢nime sobre cu¨¢l de estas respuestas resulta m¨¢s eficaz. Habr¨¢ quienes piensen que lo mejor es dejar que el adversario vac¨ªe su munici¨®n verbal hasta que no tenga nada m¨¢s que decir. Pero si eso implica perder minutos propios en el marcador del debate, permanecer callado tampoco es la soluci¨®n dir¨¢n otros. Ignorar al adversario y continuar hablando parece una opci¨®n intermedia, pero puede generar una cacofon¨ªa en la que la audiencia termina perdi¨¦ndose. Responder al insulto con otro insulto implica entrar en el juego del adversario.
Dec¨ªa Freud en una famosa cita que ¡°el primer humano que insult¨® a su enemigo en vez de tirarle una piedra fue el fundador de la civilizaci¨®n¡±. Los insultos cohesionan al grupo, tanto del que emite el insulto como del que lo recibe. Esta es una de las premisas de la estrategia de la derecha alternativa (y cualquier forma de extremismo) que entiende la pol¨ªtica, no como una pugna entre adversarios que compiten, buscando convencer a una mayor¨ªa de votantes; sino como una lucha de un bando amigo contra uno enemigo al que hay que vencer a ojos de todos. En esta tesitura, el debate electoral no es s¨®lo una competici¨®n entre diferentes candidatos que aspiran a gobernar, sino un choque entre dos l¨®gicas distintas. M¨¢s, frente a la l¨®gica de la provocaci¨®n, no se puede sino conservar la fr¨ªa l¨®gica democr¨¢tica: ¡°Discrepo de lo que dice(s). No acepto los insultos. Pero estamos aqu¨ª para debatir y, en cuanto acabe, me gustar¨ªa escuchar qu¨¦ propone(s)¡±. Es probable que una respuesta de estas caracter¨ªsticas no sirva para alterar la din¨¢mica bronca de los actuales debates a la primera. Pero terminar¨¢ imponi¨¦ndose, pues, en el fondo, los votantes saben que con insultos no se resuelve ni el paro ni el conflicto territorial.
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