In¨²til
?Es posible que un hombre cambie radicalmente al exponerse a la experiencia ajena?
Llegamos de noche, bajo una lluvia hemorr¨¢gica. Le dije al hombre que conduc¨ªa el auto que entrara conmigo. No quer¨ªa dejarlo solo en ese barrio dif¨ªcil, pero le ped¨ª que no interviniera: yo estaba ah¨ª para hablar de un muerto. En la casa me esperaban tres mujeres. El hombre se sent¨®, algo apartado, y empec¨¦ a preguntar. Ellas me contaron que no hab¨ªan podido despedirse de su hermano antes de que lo enviaran a la guerra, en 1982: ¡°Fuimos al cuartel y ya se lo hab¨ªan llevado¡±. Vieron, aterradas, las noticias por televisi¨®n: la multitud que celebraba al Gobierno de facto que se hab¨ªa enfrentado a Inglaterra; los bombardeos en las islas del sur. Cuando todo termin¨®, fueron al cuartel a recibirlo, pero su hermano no estaba. Nunca les dijeron cu¨¢ndo muri¨®, ni c¨®mo. Su padre rechaz¨® con furia el caj¨®n vac¨ªo y la bandera argentina que el Gobierno militar envi¨® a los familiares de los soldados ca¨ªdos. Mientras ellas lloraban, le¨ª en voz alta las cartas que el hermano les hab¨ªa mandado desde las Malvinas: ped¨ªa comida, dec¨ªa que ten¨ªa fr¨ªo. Cuando me fui, la lluvia hab¨ªa parado. Al subir al auto el hombre me dijo: ¡°Estoy en shock¡±. Me cont¨® que era primo de militares, que durante a?os los hab¨ªa escuchado hablar con orgullo de esa guerra. ¡°Ahora sent¨ª rabia. Los vi tan imb¨¦ciles, haciendo alarde, y ese chico ah¨ª, pasando fr¨ªo, hambre¡±. Me qued¨¦ expectante ?Era posible que un hombre cambiara radicalmente al exponerse a la experiencia ajena? ¡°Escuchando a estas se?oras me di cuenta de que hubo una guerra, pero que para m¨ª siempre fue algo que pas¨® en la televisi¨®n¡±, dijo, y yo sent¨ª que estaba ante un milagro. Despu¨¦s, habl¨® de otras cosas: la inflaci¨®n, la pol¨ªtica: el pa¨ªs. Y entonces, de la nada, dijo: ¡°Yo siempre digo: lo que necesitamos ac¨¢ para aprender es una guerra como las que tuvieron en Europa¡±. Pens¨¦ lo que ya sab¨ªa: nadie cambia, nada sirve para nada.
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