La corista
Si se descubre que un poeta se comport¨® como un cerdo con su mujer, ?habr¨¢ que rechazar sus excelsos poemas de amor?
?Puede un gran poeta ser un cerdo? Y si se descubre que se comport¨® como un cerdo en casa con su mujer, ?habr¨¢ que rechazar sus excelsos poemas de amor? ?Puede un gran cineasta ver toda su carrera arruinada despu¨¦s de muchos a?os por una acusaci¨®n no probada de pederastia? Se sabe que Albert Einstein, la mente m¨¢s potente y brillante del siglo XX, fue un fr¨ªvolo mujeriego que maltrat¨® hasta extremos inconfesables a su mujer Mileva, a la que impuso condiciones despiadadas para permanecer a su lado. Si eres un moralista irredento podr¨¢s echar un poema de Neruda a la basura y dejar de ver una pel¨ªcula de Woody Allen, pero la teor¨ªa de la relatividad o el descubrimiento de la c¨¦lula fotoel¨¦ctrica te las tienes que tragar. ¡°Yo trato a mi esposa como a una empleada a quien no puedo despedir¡±, le escrib¨ªa Einstein a su prima Elsa convertida en amante de cuya hija veintea?era tambi¨¦n estaba enamorado. En medio de la turbulencia de sus amor¨ªos, Einstein exig¨ªa que le cuidasen de manera exquisita sin molestarle ni pedirle nada a cambio. Le gustaban las mujeres y en cuanto a sus amantes, que fueron muchas, seg¨²n lo cuenta el hijo de su amigo, el doctor J¨¢nos Plesch, cuanto m¨¢s vulgares, sudadas y malolientes, m¨¢s le gustaban. En 1923 Einstein pas¨® 15 d¨ªas en Espa?a y puede que dejara sembrado en Madrid su ADN con una se?orita con la que se cit¨® una tarde en el Palace. En la excelente novela El Nobel y la corista, Nativel Preciado indaga las andanzas del genio en el alegre bullicio de entreguerras, con los bugattis, el charlest¨®n, y las primeras mujeres que fumaban cigarrillos egipcios con boquilla de marfil. ?Lig¨® el descubridor de las leyes del universo con una de las chicas del Apolo? Esta es la historia imaginaria de una dama que se cre¨ªa descendiente de Einstein y de una corista como lo eran de Alfonso XIII otras bastardas.
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