Quemada
Voy a dejar de ir al ambulatorio para pasarme por el sindicato
Desde la conciencia del privilegio lo he dicho muchas veces: ¡°Soy una trabajadora aut¨®noma autoexplotada¡±. Otro dir¨ªa: ¡°Me llevo el trabajo a casa. No cobro horas extra¡±. Una tercera podr¨ªa lamentarse: ¡°Cobro por habitaci¨®n. No tengo un fijo. He de limpiar 20 habitaciones diarias para poder vivir¡±. M¨¢s testimonios: ¡°Vivo pendiente del m¨®vil. Mi jornada laboral no se acaba nunca¡±. ¡°Soy un parado. No duermo bien¡±. ¡°Cuido a las personas mayores de las familias, trabajo en un restaurante los fines de semana, por las noches soy teleoperadora: no me llega¡±. En estas condiciones no es extra?o que yo afirme: ¡°Me duele la clav¨ªcula¡±; que alguien m¨¢s enumere s¨ªntomas: ¡°Tengo migra?a, estoy siempre cansada, triste, irritable¡±. ¡°Se me corta la respiraci¨®n¡±. Pero no se preocupe. Ya existe un diagn¨®stico para estos males: padece usted el s¨ªndrome del trabajador quemado ¡ªde la trabajadora quemada con m¨¢s motivo¡ª. T¨®mese una pastilla. El sistema funciona divinamente, pero usted no. Es usted flojo o, en un porcentaje incluso m¨¢s elevado, floja.
El mantra de ¡°usted no necesita un psiquiatra, sino un comit¨¦ de empresa¡± es m¨¢s pertinente que nunca: parece que el malestar sist¨¦mico se reinterpreta como patolog¨ªa de la que solo es responsable el individuo. Yo soy la ¨²nica culpable de mis alienaciones y autoexigencias. Metida en mi propia bolsa fetal, mis funciones no afectan a mis ¨®rganos y todo est¨¢ en mi dentro de m¨ª. Neurosis y dolores de espalda responden a las caracter¨ªsticas de mi ADN ¡ªestrictamente biol¨®gico, nunca hist¨®rico¡ª y a mi incapacidad de adaptaci¨®n al medio ¡ªbajita y respondona¡ª, a una herencia familiar que tampoco estuvo jam¨¢s condicionada por la cantidad de yogures ingeridos o la salubridad de las viviendas. El s¨ªndrome del trabajador explotado ¡ªde la trabajadora explotada, m¨¢s¡ª deber¨ªa curarse con un relajante muscular. La OMS est¨¢ de co?a. Que quiz¨¢ haya que poner en tela de juicio las propias reglas del juego es una proposici¨®n pol¨ªtica que se desdibuja frente a este universo de workaholismo donde se confunde vocaci¨®n con autoexplotaci¨®n; posesi¨®n de capital con emprendimiento y filantrop¨ªa; reivindicaciones laborales con pereza; el trabajo con el inevitable riesgo de perder la salud. Confesemos que hemos vivido y hemos bebido. Somos responsables de nuestro c¨¢ncer de pulm¨®n: la contaminaci¨®n es un nimio factor de riesgo. Somos responsables porque, por idiotas, no hemos tenido pasta suficiente para pagarnos entrenadores personales, aromaterapeutas, coaches de la resiliencia y el pensamiento positivo ni dietistas. Todo este nuevo modelo de negocio hace innecesario el derecho laboral, el pensamiento pol¨ªtico y los militantes antisistema. Nuestro colesterol sube porque comemos boller¨ªa industrial y comemos boller¨ªa industrial porque cada d¨ªa somos m¨¢s pobres. Tambi¨¦n tenemos menos tiempo para guisar o hacer la compra y, sin embargo, cu¨¢nto nos obsesionan las anal¨ªticas y los gimnasios, y qu¨¦ poco nos concentramos en la posibilidad de transformar esas condiciones laborales que nos encorvan la columna y nos invitan a tener la flexibilidad del junco. Yo evito mani¨¢ticamente hacerme un an¨¢lisis de sangre. S¨¦ que me revelar¨¢ que en todas mis enfermedades, adem¨¢s de la inexorable putrefacci¨®n del cuerpo, se atisba un residuo bacteriano, compartido m¨¢s con mis contempor¨¢neos que con mi especie, que me incita a desconfiar de quienes tienen la sart¨¦n por el mango transform¨¢ndome en enferma laboral y verdugo de m¨ª misma. Pero hoy no voy a hacer flexiones y voy a escuchar a Chicho S¨¢nchez Ferlosio. Voy a dejar de ir al ambulatorio para pasarme por el sindicato. Es posible que, con esa decisi¨®n, mi salud mejore.
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