Llu¨ªs Pasqual y la soledad del Cristo de Vel¨¢zquez
La idea era invitar a 10 personajes de distinto y distinguido pedigr¨ª, colarlos en el Prado y dejarlos solos con su obra favorita ¡ªde noche y con el museo desierto¡ª y que luego contaran la experiencia. La intenci¨®n final: contrastar esa forma inhabitual de contemplar el arte, solitaria y serena, con el ruido y la furia del tumulto contempor¨¢neo en los museos. Unos lloraron, otras se extasiaron, todos disfrutaron. En un tiempo de prisa y multitud, este es el resultado de una de aquellas noches tranquilas con Llu¨ªs Pasqual.
EST? SOLO. Inmensamente triste. En el segundo antes o despu¨¦s del traspaso ?definitivo? al otro lado de las cosas. Tal vez en el tiempo infinito que hay entre esos dos segundos¡ Su color no es el de un ser vivo, pero tampoco es el de un cuerpo muerto. Sus carnes, a pesar del maltrato y del suplicio sufrido, son bellas, bellas como corresponde a un dios, bellas como corresponde a un hombre, creado por ?l a su imagen y semejanza¡ No hay abundancia de sangre, las justas gotas resbalan sobre el cuerpo en pinceladas que parecen dadas al final, tan verticales que da la impresi¨®n de que a veces quien sangra es el propio lienzo¡ No sabemos si la fe est¨¢ detr¨¢s del pintor. No pinta una escena donde el crucificado sufre y culpabiliza al que lo est¨¢ mirando. No pinta la muerte de Jes¨²s, sino una imagen, la imagen de Jesucristo, m¨¢s cerca de la paz que invaden los m¨¢rmoles de Miguel ?ngel que de los principios de la Contrarreforma en Espa?a. No nos dice lo que ¨¦l piensa o cree. Nunca lo sabremos. Parece pintar sencillamente el ¡°icono¡± que le hab¨ªan pedido. Una ¡°imagen¡±, en un no-lugar, contra un fondo negro. Pero lo extraordinario es que uno, ante el cuadro, se olvida de que est¨¢ delante del icono mil veces conocido y visto, delante de una imagen con un fondo negro: lo que hay ah¨ª es un hombre clavado a una cruz a quien alguien ha cubierto p¨²dicamente una parte del cuerpo con un pa?o de un blanco inmaculado, irreal¡, y bastan dos min¨²sculas gotas rojas, casi imperceptibles, que el pintor ha dejado caer sobre el pa?o, para viajar de la eternidad m¨¢s abstracta a la crudeza m¨¢s concreta y real y recomenzar el viaje¡
¡°Bajo la apariencia de un realismo absoluto que no quiere serlo, se convierte en pura poes¨ªa¡±
¡ª Bajo la apariencia de un realismo absoluto que no quiere serlo se convierte en pura poes¨ªa. Todo desprende un aire de nobleza, de elegancia, la madera de la cruz, las frases escritas en las tres lenguas, y el cuerpo del hombre, de tama?o natural, de una proporci¨®n perfecta. Imagino que en el convento de la Encarnaci¨®n estar¨ªa colgado a la altura exacta para que los cuellos se doblaran hacia atr¨¢s al contemplar al Se?or¡ Cu¨¢nta inteligencia, inspiraci¨®n, oficio¡ ?C¨®mo puede alguien llegar a pintar a un dios y a un hombre a la vez? ?Con una carnadura eterna pero que ya no est¨¢¡? ?Con una luz que no es obra del sol ni de la sombra, una luz que no tiene pasado ni futuro, se ha parado el tiempo? Y el gesto tal vez m¨¢s potente¡ El cabello que tapa media cara¡
¡ª El rostro del hombre est¨¢ ah¨ª, pero el rostro completo de Dios debe permanecer para la humanidad en el Misterio. El pretendido realismo y hasta la poes¨ªa se rompen y la divinidad es simplemente un aura detr¨¢s de la cabeza de Jesucristo, como en Fra Angelico¡ Todo esto lo puedo escribir ahora y admirar as¨ª la profunda inteligencia de Vel¨¢zquez, pero lo que me ocurri¨® una vez m¨¢s, en el tiempo en el que goc¨¦ del privilegio de estar solo ante el cuadro, es que uno se olvida de que est¨¢ delante de un cuadro y te invade una profunda sensaci¨®n de belleza¡ y a uno le parece escuchar pensamientos del pintor: Dios es belleza y el hombre, su criatura, debe serlo tambi¨¦n. En lo que expresa la media cara no parece estar muerto solo por el sufrimiento del suplicio, sino por una pena m¨¢s honda, y que nosotros contemplamos sin sentirnos culpables, en paz y agradecidos. Agradecidos por esa belleza. Una imagen de Dios en la perfecci¨®n de su criatura y un retrato de un hombre solo, absolutamente solo, con toda su muerte a cuestas, como dice la saeta¡ Mientras lo miraba se me cruzaban momentos de la Pasi¨®n seg¨²n san Juan, de Imagine¡, de Morente. Eso ya¡ ?cada uno!.