Asia no quiere ser un vertedero
El tr¨¢fico de residuos pl¨¢sticos se ha convertido en un negocio
Puede parecer un gesto anodino, pero cada vez que tiramos un envase de pl¨¢stico al lugar equivocado estamos contribuyendo a un desastre. Si pudi¨¦ramos seguir el itinerario de ese envase, con toda probabilidad acabar¨ªamos en Asia. Malasia acaba de decir basta. No quiere recibir m¨¢s residuos pl¨¢sticos procedentes de Occidente, una decisi¨®n que China ya tom¨® en 2018. Parece incre¨ªble que el tr¨¢fico de residuos pl¨¢sticos se haya convertido en un negocio, pero as¨ª es. En teor¨ªa son residuos para reciclar, que se exportan a pa¨ªses en desarrollo donde se supone que es m¨¢s barato hacerlo. Pero gran parte est¨¢n mezclados y son dif¨ªcilmente reciclables, de modo que acaban en vertederos incontrolados o en los mares.
Espa?a es el sexto pa¨ªs de la UE que m¨¢s residuos exporta: 319.000 toneladas en 2016. Entre 1950 y 2015 se han fabricado en el mundo 8.300 millones de toneladas de pl¨¢stico. De ellos, apenas 567 millones se han reciclado y otros 756 se han incinerado. El resto, o est¨¢ a¨²n en uso o ensucia el medio ambiente. En 2017, el comercio de residuos movi¨® 11,2 millones de toneladas en contenedores que surcaron oc¨¦anos para llegar a su destino. Un desprop¨®sito, porque al problema que son los propios residuos se a?ade el coste ambiental de su traslado. Semejante trasiego forma parte un modelo irracional de despilfarro energ¨¦tico. La materia prima de un producto recorre medio mundo entre el lugar en que se obtiene y el que se fabrica, y otro tanto hasta el punto de venta. Y el pl¨¢stico que lo protege vuelve a dar la vuelta al mundo en contenedores de residuos.
Todo eso mueve dinero. Mucho dinero. En realidad, son desechos molestos que los pa¨ªses ricos deber¨ªan asumir pero no lo hacen. Los residuos que se recogen en los contenedores de reciclaje son gestionados en Espa?a por una empresa a la que los fabricantes de pl¨¢stico han encomendado esta misi¨®n. Tras pasar por una planta de clasificaci¨®n, se subastan. Lo que sale de ellas ya no es un residuo, sino un producto que se contabiliza como otra mercanc¨ªa m¨¢s susceptible de contabilizar en el PIB. Una actividad por la que unos se lucran y todos pagamos las consecuencias. Porque esa contribuci¨®n al PIB no deja de ser una ficci¨®n, como muy bien se?ala David Pilling en El delirio del crecimiento (Taurus, 2019). Una ficci¨®n m¨¢s de este sistema que todo lo mercantiliza, hasta los problemas.
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