C¨®mo defenderse de un golpe de Estado
Un pacto nacional PSOE-Ciudadanos, para el gobierno del Estado y el de las Autonom¨ªas y Municipios, reconstruir¨ªa la confianza en nuestro parlamentarismo y mejorar¨ªa el juicio sobre nuestros pol¨ªticos
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Uno de los peligros a los que est¨¢ expuesto el Estado moderno es la vulnerabilidad de los Parlamentos.
Curzio Malaparte
El deseo expresado por los socialistas de gobernar en solitario con un equipo monocolor es una temeridad
No hace falta leer a Malaparte para entender que existe un variado cat¨¢logo de m¨¦todos para emprender un golpe de Estado. El debate pol¨ªtico pervierte con frecuencia el significado de las palabras y otras formas de rebelarse, como los pronunciamientos o levantamientos militares, se denominan tambi¨¦n as¨ª. Pero los golpes de Estado cl¨¢sicos son la mayor¨ªa de las veces fruto de conspiraciones internas en el seno del poder constituido, golpes de palacio en ocasiones, y en todo caso delitos contra ese mismo poder al que se quiere eliminar y suplantar. El relato de los fiscales sobre el proc¨¨scatal¨¢n en busca de la Rep¨²blica Independiente encaja perfectamente en dicha denominaci¨®n, al margen de la calificaci¨®n penal que merezca la comisi¨®n del delito, y no se entiende la sorpresa o la admiraci¨®n por el hecho de que en sus conclusiones la hayan usado literalmente.
Que hubo una insurrecci¨®n popular contra el Estado espa?ol alentada por los representantes del Gobierno de la Generalitat no es algo que merezca un esfuerzo probatorio. Fue p¨²blica y notoria, y muchos de sus dirigentes han reconocido abiertamente su participaci¨®n en los hechos, independientemente de sus restricciones mentales respecto a la valoraci¨®n de los mismos. Tambi¨¦n es sabido que fracasaron en el empe?o, del que no han desistido sin embargo, ni ellos ni muchos de sus colaboradores. Sus acciones y objetivos cuentan adem¨¢s por el momento con el apoyo de casi la mitad de los ciudadanos catalanes. De modo que este es un conflicto que durar¨¢ a?os, como tantas veces hemos recordado, y constituye el problema n¨²mero uno al que tendr¨¢ que enfrentarse el nuevo Gobierno porque afecta a la estructura del Estado, cuya supervivencia amenaza. Eso no quiere decir que no existan otras graves cuestiones relacionadas con la desigualdad social, el crecimiento econ¨®mico, el calentamiento global, el porvenir del empleo o los grandes cambios sociales provocados por la revoluci¨®n tecnol¨®gica. Pero la estabilidad del nuevo Ejecutivo, la solidez del Parlamento y la independencia de los tribunales va a seguir siendo desafiada por los mentores del proc¨¨s, con lo que la normalidad pol¨ªtica no ha de recuperarse en el corto plazo.
Esta deber¨ªa ser la principal preocupaci¨®n de los dirigentes que hoy debaten sobre las alianzas posibles para presentarse a la votaci¨®n de investidura o para acomodar mayor¨ªas en gobiernos auton¨®micos y municipales. Pero a base de tirarse los trastos a la cabeza, nadie es capaz de abordar serena y abiertamente la cuesti¨®n. Despu¨¦s de haber asistido a dos campa?as electorales tan seguidas no deber¨ªa sorprendernos el espect¨¢culo de fulanismo, ambiciones desmedidas y facundia argumentativa que constituye esta nueva fase de consultas y discusiones sobre el reparto del poder. Todos y cada uno de quienes aspiran a ejercerlo endosan la responsabilidad de su anhelo a la voluntad popular, los deseos de sus electores y el servicio literal a sus promesas, que sab¨ªan imposibles de cumplir cuando las hicieron. Asistimos por lo mismo a un concurso de bravuconadas, del que el prestigio de los partidos, fundamentales como son para el funcionamiento del Estado democr¨¢tico, sale cada d¨ªa m¨¢s erosionado.
Los fieles a la Constituci¨®n est¨¢n obligados a establecer un cord¨®n sanitario con quienes aspiran a destruirla
Ideolog¨ªas aparte y pese al diapas¨®n de las diatribas, la mayor¨ªa de los candidatos que midieron recientemente sus fuerzas han recurrido a invocar al sentido com¨²n como incentivo necesario de sus pr¨®ximas decisiones. Aunque por el momento solo sean declaraciones voluntaristas, aplicar ese criterio ser¨ªa como agua bendita o b¨¢lsamo de Fierabr¨¢s para nuestras calenturas p¨²blicas. Se me ocurren por eso algunas conclusiones que deber¨ªan iluminar el significado de los acuerdos venideros, aunque nada indique que vaya a ser ese el camino a recorrer por quienes han de hacerlo. En circunstancias tan graves como las que padecemos, con el Estado amenazado, el creciente desorden internacional y el cansancio de la ciudadan¨ªa, nuestro pa¨ªs necesita un Gobierno estable y duradero capaz de mantenerse durante toda la legislatura y ofrecer, o al menos buscar, soluci¨®n al contencioso catal¨¢n en el seno de nuestra Constituci¨®n. Ese Gobierno necesita una mayor¨ªa parlamentaria s¨®lida que lo apoye; dada la composici¨®n del Congreso no existe f¨®rmula mejor que la de un gabinete de coalici¨®n. El deseo expresado por los socialistas de gobernar en solitario con un equipo monocolor es una temeridad, no beneficia al pa¨ªs ni a su propio partido y solo garantiza tumbos y retumbos en el devenir inmediato. Pedro S¨¢nchez, como l¨ªder de la fuerza m¨¢s votada, debe buscar cuanto antes las alianzas que garanticen a un tiempo la gobernabilidad del pa¨ªs y la consolidaci¨®n del Estado democr¨¢tico emanado del r¨¦gimen del 78.
Te¨®ricamente no tiene mejor candidato para un pacto as¨ª que Ciudadanos, con los que ya intent¨® en el pasado alianza semejante. Desde su fundaci¨®n este ha sido un partido de indudable adscripci¨®n democr¨¢tica, lejos de las tentaciones ultramontanas de amplios sectores del PP, y en cuya n¨®mina inicial figuraban intelectuales de fuste. Parec¨ªa destinado a construir lo que en cierta medida ya es: una formaci¨®n liberal dem¨®crata, laica y progresista, alejada del nacionalcatolicismo de la derecha espa?ola y contraria al estatismo econ¨®mico de la izquierda. Un partido de las libertades. Su deriva reciente le ha llevado sin embargo a aceptar sin ambages formar parte del bloque de la derecha, incluso de la m¨¢s fan¨¢tica, y so?ar ingenuamente con liderarlo. La ¨²nica posibilidad de afirmaci¨®n futura de Ciudadanos en el elenco espa?ol es garantizar su car¨¢cter de centro reformista. Decisiones recientes, como la de aceptar una vinculaci¨®n pasiva con el neofascismo en la Junta de Andaluc¨ªa, le han perjudicado ante su electorado potencial, pero sus dirigentes no parecen haber aprendido la lecci¨®n.
Tampoco es seguro que los socialistas lo hayan hecho cuando insisten en gobernar en solitario con solo 123 diputados. Los equilibrios de algunos de sus l¨ªderes, dispuestos a contar con el apoyo parlamentario de ERC o incluso de Bildu seg¨²n los casos, solo hablan de su poca fe en los valores fundamentales de nuestro Estado democr¨¢tico y de su indisimulado aprecio por el mando, aunque sea el de un curil municipal. Los partidos fieles a la Constituci¨®n, y deseosos de reformarla, est¨¢n obligados a establecer sin g¨¦nero de dudas un cord¨®n sanitario con quienes a derecha o izquierda aspiran solo a destruirla o a suplantarla. Apenas nadie, como no sea Manuel Valls, parece haberse percatado todav¨ªa de ello.
Embriagados como est¨¢n por el clamor de los m¨ªtines, el arrullo de sus militantes, y los oropeles del poder que se tiene o al que se aspira, no s¨¦ hasta qu¨¦ punto nuestros pol¨ªticos son conscientes del deterioro de su imagen a ojos del electorado. Al menos sabr¨¢n que todas las encuestas de opini¨®n les sit¨²an en niveles deplorables de aprecio y confianza. No se trata de un juicio sobre sus personas sino sobre sus actos, y no es tampoco un escenario exclusivo de nuestro pa¨ªs. A decir verdad, en comparaci¨®n con algunos de los idiotas que hoy gobiernan el mundo, el equipo espa?ol sale bastante bien parado. Y no me refiero a que sean idiotas por tontos o cortos de entendimiento, es la segunda acepci¨®n del diccionario de la RAE la que les acomoda: engre¨ªdos sin fundamento para ello. Pero el que los dem¨¢s sean peores que nosotros, o el hecho de que la sociedad espa?ola haya aprendido a convivir y desarrollarse al margen del guirigay pol¨ªtico, no debe conducirnos al descuido.
Un pacto nacional PSOE-Ciudadanos, para el gobierno del Estado y el de las comunidades aut¨®nomas y municipios, servir¨ªa para reconstruir la confianza en nuestro parlamentarismo y mejorar el juicio sobre nuestros pol¨ªticos. Nada hay desde luego que permita suponer que nuestra dirigencia se apreste a ello. Pero en situaci¨®n tan excepcional como la que vivimos viene bien recordar la lecci¨®n fundamental que en su d¨ªa imparti¨® Curzio Malaparte: ¡°El arte de defender el Estado est¨¢ regido por los mismos principios que el arte de conquistarlo¡±. ?Por qu¨¦ no ponerse a ello cuando el Estado est¨¢ en peligro?
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