Construir puentes
La cuesti¨®n migratoria es, junto con el cambio clim¨¢tico, el gran problema de este comienzo de siglo
Cuando era ni?a, pasaba mis vacaciones en el norte de Marruecos, en un peque?o pueblo a la orilla del Mediterr¨¢neo. En T¨¢nger, donde nuestro padre nos llevaba a comer, nos sent¨¢bamos en un caf¨¦ en la parte alta de la ciudad. Desde all¨ª pod¨ªamos ver la costa espa?ola, y mi padre dec¨ªa: ¡°Mirad qu¨¦ cerca estamos, casi podr¨ªamos tocarla con la mano¡±. Un d¨ªa me cont¨® que el rey Hassan II se hab¨ªa reunido con el entonces presidente de la Comisi¨®n Europea, Jacques Delors, acompa?ado de una delegaci¨®n de arquitectos e ingenieros que mostr¨® al socialista franc¨¦s un proyecto para construir un puente que uniera el barrio de Malabata, en T¨¢nger, con la ciudad de Algeciras, en Espa?a. Recordemos que, en 1984, Hassan II hab¨ªa presentado la petici¨®n formal de adhesi¨®n de Marruecos a la Comunidad Europea.
Hoy parece dif¨ªcil imaginar algo as¨ª. Construir un puente en una ¨¦poca en la que el hombre m¨¢s poderoso del mundo result¨® elegido tras prometer un muro. Construir un puente sobre este mar que, de ni?a, me parec¨ªa un para¨ªso y hoy s¨¦ que es un inmenso cementerio. Cuando almorzaba con mi padre no sab¨ªa que exist¨ªa entre los seres humanos una desigualdad terrible y profunda ante el viaje a otra parte. No calculaba que los que ve¨ªan, como nosotros, las costas espa?olas sab¨ªan que tal vez jam¨¢s iban a tener la posibilidad de visitar ese continente tan pr¨®ximo. Algunas personas, dotadas del pasaporte apropiado, tienen el mundo a su alcance. Otras est¨¢n atrapadas en sus pa¨ªses y no tienen esperanzas de hacer turismo ni descubrir el mundo. Si uno es dan¨¦s, puede circular libremente por 164 pa¨ªses; si es ruso, por 94, mientras que alguien procedente de un pa¨ªs de alto riesgo migratorio, como Banglad¨¦s o el ?frica subsaharia, necesita obtener un visado para cualquier destino.
Hace varios meses tom¨¦ un taxi en Marruecos y vi que el conductor ten¨ªa en el asiento de al lado un ejemplar de Por qui¨¦n doblan las campanas, de Ernest Hemingway. Le pregunt¨¦ qu¨¦ pensaba del libro. ¡°Descubr¨ª a Hemingway hace 35 a?os, en Espa?a¡±, me respondi¨®. ¡°Entonces era f¨¢cil viajar. Ten¨ªa 20 a?os, compr¨¦ un billete de interrail con mis ahorrillos y recorr¨ª Europa. Cuando se me acababa el dinero trabajaba y en cuanto pod¨ªa segu¨ªa adelante. As¨ª llegu¨¦ hasta Suecia. Cuando se lo cuento a mi hijo, que tiene 18 a?os, no se lo cree. Me dice: ¡®Los marroqu¨ªes como nosotros no pueden hacer esas cosas¡±. ?A cu¨¢ntos de mis amigos artistas y escritores les han negado el visado para venir a Europa a participar en festivales porque representaban un riesgo migratorio? ?A cu¨¢ntos deportistas se les impide participar en competiciones? Se podr¨ªa responder que la culpa es de la mala suerte. Que es la fortuna la que hace que uno nazca del lado bueno o malo del mundo y que acabe ahogado en un r¨ªo, con su hija en brazos. Que nadie puede hacer nada.
?C¨®mo podemos soportar que los dirigentes europeos carezcan todav¨ªa de imaginaci¨®n e inventiva suficientes para dar respuesta?
La cuesti¨®n migratoria es, junto con el cambio clim¨¢tico, el gran problema de este comienzo de siglo. ?A qui¨¦n pertenece la tierra y qui¨¦n tiene derecho a recorrerla? ?C¨®mo vivir juntos en este bien com¨²n? En su Proyecto de paz perpetua, Kant defini¨® el derecho de hospitalidad como ¡°el derecho que tiene todo hombre a proponerse como miembro de la sociedad, en virtud de la com¨²n posesi¨®n de la superficie de la tierra; los hombres no pueden diseminarse hasta el infinito por el globo, por lo que deben tolerar mutuamente su presencia, ya que nadie tiene originariamente m¨¢s derecho que otro a estar en determinado lugar del planeta¡±. Es imposible que el mundo funcione, la paz perdure y la naturaleza se salve mientras no reconozcamos esta solidaridad que une a los seres humanos entre s¨ª. Despu¨¦s de m¨¢s de cinco a?os de crisis migratoria aguda, de dramas y tr¨¢gicas muertes, ?c¨®mo podemos soportar que los dirigentes europeos carezcan todav¨ªa de imaginaci¨®n e inventiva suficientes para dar respuesta? ?C¨®mo podemos aceptar que los dirigentes de los pa¨ªses de origen no hayan tenido nunca que rendir cuentas, ellos, que a menudo viven una buena parte del a?o en Europa, que se enriquecen sobre las espaldas de su pueblo y son culpables de no haber hecho nunca nada para garantizar su dignidad, su seguridad y su subsistencia?
Ante unos Estados y unas instituciones que han fracasado, hay que reconocer que hoy son personas individuales, capitanas de barco o simples ciudadanos, las que encarnan esa hospitalidad. Las que encarnan lo que Vassili Grossman, el gran escritor ruso, llamaba ¡°la peque?a bondad sin ideolog¨ªa¡±. ¡°Las gentes sencillas llevan en su coraz¨®n el amor a todo lo que est¨¢ vivo, aman naturalmente la vida, protegen la vida¡±. Este verano, cuando vuelva a acercarme a las costas del Mare Nostrum, pensar¨¦ en todas esas personas an¨®nimas que alimentan y cuidan, que acogen y consuelan, que salvan del ahogamiento y la humillaci¨®n, que hacen honor a nuestro continente.
Leila Slimani es escritora, ganadora del Premio Goncourt 2016 con Canci¨®n dulce.
Traducci¨®n de Mar¨ªa Luisa Rodr¨ªguez Tapia.
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