El sue?o de la raz¨®n
Hay pecados capitales que definen la historia de un proceso revolucionario, y definen, en fin de cuentas la historia misma
El triunfo de la revoluci¨®n nicarag¨¹ense hace cuarenta a?os, fue el fruto del hero¨ªsmo de miles de j¨®venes combatientes que lograron derrotar al ej¨¦rcito pretoriano de Somoza, pero tambi¨¦n lo fue, y en una medida trascendental, de una h¨¢bil y brillante operaci¨®n pol¨ªtica que moviliz¨® a la poblaci¨®n, despoj¨® de temores a la clase media, pospuso las aprehensiones de los empresarios, logr¨® una un s¨®lido respaldo internacional, y una interlocuci¨®n con el gobierno de Estados Unidos.
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Una ¡°transici¨®n ordenada¡± fue negociada con la administraci¨®n Carter, lo que implicaba la salida de Somoza al extranjero con su familia y allegados, y la formaci¨®n de un mando militar conjunto entre oficiales de la Guardia Nacional y comandantes guerrilleros. No result¨® as¨ª al final, porque el vicepresidente Urcuyo, que solo deb¨ªa entregar el mando a la Junta de Gobierno organizada en el exilio, desconoci¨® el acuerdo, y eso precipit¨® el desmoronamiento del r¨¦gimen.
Los j¨®venes en armas, y la gente que los apoyaba, jug¨¢ndose tambi¨¦n la vida, entend¨ªan poco de artificios ideol¨®gicos, y su urgencia era derrocar a una dictadura opresora y corrupta.
Pero hay pecados capitales que definen la historia de un proceso revolucionario, y definen, en fin de cuentas la historia misma. Un pecado capital de los l¨ªderes de la revoluci¨®n nicarag¨¹ense consisti¨® en poner la ideolog¨ªa por encima de las posibilidades de la realidad. El socialismo, como idea redentora, despreci¨® la realidad, y esta termin¨® imponi¨¦ndose.
Las concepciones leninistas sobre el poder no dejaban de flotar arriba, en el estrato de la vanguardia, encarnada en los nueve comandantes, due?os del papel de conducir una revoluci¨®n, que, contraria a cualquier molde, se hab¨ªa hecho con novedad e imaginaci¨®n.
Antes de un a?o, la unidad de fuerzas pol¨ªticas diversas que hab¨ªa hecho posible el derrocamiento de la dictadura salt¨® en a?icos. Muy temprano el FSLN decidi¨® que la responsabilidad de gobernar era en exclusiva suya, y este fue otro pecado capital. No s¨®lo alej¨® a sus aliados, sino que les estorb¨®, o impidi¨®, que formaran o consolidar partidos de oposici¨®n. Cuando fueron llamadas las elecciones de 1984, ya en auge la guerra de los contras, quiso atraerlos de nuevo, pero la administraci¨®n Reagan les impidi¨® participar como parte de la estrategia de cerco y debilitamiento que ya estaba en marcha.
En t¨¦rminos estrat¨¦gicos, la revoluci¨®n se ampar¨® en el campo sovi¨¦tico, y en Cuba, para el apoyo militar, y para los suministros b¨¢sicos que inclu¨ªan el petr¨®leo; mientras del otro lado prevalec¨ªa el embargo comercial de Estados Unidos junto con una decidida pol¨ªtica de aislamiento que, a los ojos del mundo, situaba a Davis frente a Goliat.
La ¨²nica posibilidad de redimir a los pobres era creando riqueza, pero la estatizaci¨®n de sectores claves de la propiedad, empezando por la agraria, y los controles del comercio exterior e interior, resultaron en fracaso; y la guerra vino a desbarajustar las iniciativas de transformaci¨®n social que eran la raz¨®n de ser de la revoluci¨®n.
La empresa privada sobreviv¨ªa maniatada, sin iniciativas ni confianza, sujeta a las expropiaciones arbitrarias, y despu¨¦s se fue tambi¨¦n por el embudo de la debacle que represent¨® la falta de divisas para los suministros b¨¢sicos, la inflaci¨®n y el desabastecimiento.
Nadie en la dirigencia sandinista imagin¨® la llegada de Gorbachov para sustituir a los viejos carcamales del Kremlin, ni que a?os despu¨¦s aterrizar¨ªa el canciller Shevardnadze en Managua con la notificaci¨®n de que era necesario entenderse con Estados Unidos para que la guerra de los contras terminara; es lo que ya se hab¨ªa acordado entre Washington y Mosc¨². Tampoco fue previsible la desaparici¨®n de la Uni¨®n Sovi¨¦tica ni la ca¨ªda del muro de Berl¨ªn.
Cuando se impuso la necesidad de los acuerdos de paz con la contra, que tambi¨¦n se hab¨ªa quedado sin respaldo del Congreso de Estados Unidos, vinieron, como consecuencia, las elecciones de 1990, que el sandinismo perdi¨®. El proyecto hegem¨®nico colaps¨®, y las concepciones ideol¨®gicas cogieron r¨¢pidamente herrumbre.
La revoluci¨®n termin¨® entonces mediante una gran paradoja: por la v¨ªa de unas elecciones que eran el s¨ªmbolo de la democracia representativa, que la teor¨ªa marxista rechazaba por opuestas a la democracia popular.
Quiz¨¢s el m¨¢s aleccionador de los pecados capitales de la revoluci¨®n, vista ahora como un fen¨®meno ya lejano, es la concepci¨®n del poder pol¨ªtico para siempre en manos de un partido, que viene a terminar indefectiblemente en el poder de una persona, o de una familia.
Siempre resulta que el sue?o de la raz¨®n produce monstruos.
Sergio Ram¨ªrez es escritor y Premio Cervantes 2017.
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