Tur¨ªstica
Acumulo preguntas: no s¨¦ si es bueno que Praga se convierta en un parque tem¨¢tico o lo mejor es que casi todo el mundo pueda conocer una ciudad maravillosa
En la cara A de este single, mi amiga Asun Agiriano de la biblioteca de Mondrag¨®n me env¨ªa la foto de un cartel en el barrio de San Francisco de Bilbao: ¡°No es turismofobia: es lucha de clases¡±. Una serie de puntos explican el eslogan: el encarecimiento de vida y vivienda en barrios populares con tradici¨®n de lucha; el desarrollo de una econom¨ªa precaria, con contratos temporales y sueldos bajos, que caracteriza el sector servicios; el turismo como s¨ªmbolo de una modernidad capitalista que depreda el medio ambiente y proporciona experiencias huecas de consumo ef¨ªmero; la degradaci¨®n de culturas aut¨®ctonas, vendidas en paquetitos, que reducen la complejidad a folklore. Todo me parece razonable.
En la cara B de este single, me pregunto a d¨®nde va de vacaciones la clase obrera de Birmingham o Valladolid. En su derecho al ocio y al viaje. Desde una mirada quiz¨¢ clasista, trabajamos con la diferencia entre hacer turismo y viajar: lo primero nos parece una actividad depredadora que obtura las salidas de los museos de gente haci¨¦ndose selfis; lo segundo se relaciona con vivencias que ensanchan nuestro horizonte cosmovisionario. Es como la distancia entre leer best sellers o literatura ¨®rfica ¡ªcon este comentario me autocritico salvajemente¡ª. Entendemos que el turismo atenta contra la idiosincrasia cultural: el paisaje se uniformiza y enrarece con dispensadores de agua y cafeter¨ªas. Pero vuelvo a pensar en la clase obrera de Marsella, los j¨®venes que se tiran desde los balcones a las piscinas, los jubilados alemanes que colonizan archipi¨¦lagos, y me parece que este asunto solo es comprensible desde la destrucci¨®n del sector primario y secundario en nuestro pa¨ªs. Quiz¨¢ ahora solo nos quede inventar formas de consumo tur¨ªstico sostenibles en una sociedad de mercado en la que la gente menos privilegiada esgrime su derecho a conocer la Torre Eiffel, y ese derecho a m¨ª me parece m¨¢s interesante y leg¨ªtimo que cumplir con otras necesidades subjetivas/opciones de consumo como comprar un bolso de piel de cocodrilo, un smartphone llenito de colt¨¢n o un bal¨®n de f¨²tbol cosido por una infancia explotada. Puede que yo sufra estas contradicciones porque crec¨ª en Benidorm y s¨¦ que existen no-lugares o lugares ¡°corrompidos¡± por el turismo de masas, que han adquirido una personalidad apabullante. Acumulo preguntas: no s¨¦ si es bueno que Praga se convierta en un parque tem¨¢tico o lo mejor es que casi todo el mundo pueda conocer una ciudad maravillosa. No s¨¦ si cuando los ecologistas nos manifestamos contra los campos de golf en des¨¦rticos parajes, los vecinos tienen derecho a gritar: ¡°Pijos, que sois unos pijos¡±. No s¨¦ si, cuando un se?or en T¨²nez finge un accidente de moto con ni?o para que llevemos al ¡°accidentado¡± a la f¨¢brica de alfombras de su padre, deber¨ªamos considerar ese gancho como p¨ªcara estrategia o acci¨®n punible. No s¨¦ si a todo el mundo podemos exigirle lo mismo: un pensamiento a largo plazo para la preservaci¨®n de un planeta que se nos est¨¢ recociendo, o un pensamiento cortoplacista que afecta a ese mont¨®n de personas que necesita ganar un sueldecito al mes y, adem¨¢s, irse de vacaciones a Disney World o a Londres si es que se tienen aspiraciones culturales. Es urgente buscar una soluci¨®n intermedia entre la masificaci¨®n de Barcelona como resultado del turismo de crucero y la recuperaci¨®n econ¨®mica de Bari, en la costa de?Apulia, exactamente por lo mismo. Y, claro, todas estas contradicciones se expresan desde una perspectiva occidentoc¨¦ntrica. Esa es la mancha que ensucia mi coraz¨®n.
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