La patria y la diamantina
Los mis¨®ginos ense?aron el rostro m¨¢s autoritario y torpe tras las protestas en Ciudad de M¨¦xico
Dos protestas feministas revolucionaron la vida mexicana y provocaron que muchos, tanto en el poder como entre los ciudadanos de a pie, y tanto en la presunta izquierda como en la confirmada derecha, mostraran de lo que est¨¢n hechos. Porque luego de las protestas, los mis¨®ginos ense?aron el cobre: el rostro m¨¢s autoritario y torpe posible, el que no quiere entender el dolor de los dem¨¢s y exagera nimiedades para intentar colarlas como asunto vital. El rostro hip¨®crita del que deplora que unas mujeres enojadas y ruidosas rompan unos vidrios y manchen los muros con pintura porque lo que prefiere, en el fondo, es que manchen los muros con su sangre. Y en silencio.
Veamos. El 12 de agosto, un grupo de mujeres se manifest¨® frente a las instalaciones de la Secretar¨ªa de Seguridad de la Ciudad de M¨¦xico para exigir castigo a los cuatro polic¨ªas acusados de violar a una menor de edad en Azcapotzalco (los agentes, por cierto, fueron defendidos por las autoridades, que hablaron de la necesidad de respetar sus derechos laborales antes que avanzar con las indagaciones...) Las manifestantes le arrojaron diamantina encima al secretario Jes¨²s Orta cuando sali¨® del edificio. Algunos hist¨¦ricos consideraron este incidente como un atentado. Y as¨ª la diamantina se convirti¨®, de golpe, en un s¨ªmbolo de inconformidad y resistencia. Cuatro d¨ªas despu¨¦s, el viernes 16, diversos grupos organizaron una segunda protesta en la Glorieta Insurgentes. Se produjeron episodios r¨ªspidos en varios puntos de la urbe. Algunas manifestantes hicieron pintas en el ?ngel de la Independencia. Otras se mostraron agresivas con la prensa y destruyeron equipo de reporteros (un periodista de Canal 40 fue golpeado por un hombre que, por lo que muestran los videos, quiz¨¢ fuera un infiltrado). Hubo destrozos de vidrios y equipamiento en instalaciones oficiales y estaciones de transporte p¨²blico.
Como es f¨¢cil adivinar, esto no es gratuito ni azaroso. Sucede porque el enojo de miles y miles de mujeres en la Ciudad de M¨¦xico y el resto del pa¨ªs es enorme. La violencia en su contra es continua y parece imparable. Seg¨²n las cifras oficiales, nueve mujeres son asesinadas cada d¨ªa en M¨¦xico. Y cada cuatro minutos se produce una violaci¨®n. Y cuarenta por ciento de las mujeres han sido v¨ªctimas de alg¨²n tipo de abuso. Y las desaparecidas, vejadas y violentadas de diversos modos se cuentan por miles. Hay que vivir en el limbo para no darse cuenta de la dimensi¨®n del problema. No hay servicio de mensajer¨ªa o red social en M¨¦xico que no hierva a diario con los avisos de chicas desaparecidas a las que familias y amistades buscan. ?Qu¨¦ es lo que no se entiende en el enojo de tantas y tantas mujeres hastiadas de ser las presas de todos los predadores concebibles en el pa¨ªs?
Y sin embargo, all¨ª est¨¢ la evidencia de otro horror: la extendida y grotesca incapacidad para comprender. Del Gobierno de la Ciudad de M¨¦xico, para empezar, que en lugar de reconocer la masacre cotidiana se aferra al viejo esquema autoritario que desde?a y criminaliza las protestas sociales. Del Gobierno federal, que minimiza la violencia contra las mujeres (y la violencia en general) mientras se obsesiona con cualquier otro tema. Y por ¨²ltimo, y esto es para preocuparse, la incapacidad para entender de parte de la sociedad mexicana, que prefiere repetirse el cuento de que el problema son las paredes rayadas y los vidrios rotos de una protesta desesperada, y no la humillaci¨®n, el miedo, la persecuci¨®n y el peligro continuos al que se ve expuesta todos los d¨ªas la mitad de la poblaci¨®n. Mientras crezca el cinismo y con ¨¦l los lamentos fariseos que equiparan los da?os ¨ªnfimos que dejan las marchas con los asesinatos y las violaciones, no habr¨¢ soluciones posibles y todos los gobiernos se sentir¨¢n justificados en su negligencia, ineptitud y sordera.
Pero la alternativa es clara: hacerse el sordo es ponerse del lado de los que violan y matan. Y violar y matar, por si alguien es tan tonto que lo duda, es mucho m¨¢s grave que romper un vidrio o rayar unas piedras, aunque sean las del altar de la Patria.
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