Liliputia revisitada
Recemos para que nos salve el miedo a las llamas
Hay historias que nacen para no ser cre¨ªdas y casi siempre parecen la met¨¢fora de algo. He aqu¨ª una de ellas: en 1904, el promotor William H. Reynolds dise?¨® en Coney Island, Nueva York, el parque de atracciones m¨¢s enloquecido del mundo y le dio el pomposo nombre de Dreamland. Rem Koolhas relata en su Delirious New York que a principios de siglo el parque contaba, entre otras atracciones, con un edificio donde los visitantes pod¨ªan ver decenas de beb¨¦s (reales) en incubadoras, una r¨¦plica gigante de los canales de Venecia y hasta una simulaci¨®n de viaje submarino. La joya de la corona, sin embargo, era toda una ciudad llamada Liliputia o Midget City. Dise?ada a escala ¡ªreproduc¨ªa las calles de N¨²remberg en el siglo XV¡ª, Liliputia era la ciudad ¡ªreal y fingida a la vez¡ª de m¨¢s de 300 enanos que Reynolds hab¨ªa reclutado por todo el pa¨ªs. Los enanos de Liliputia ten¨ªan su propio Parlamento, playa con salvavidas y hasta un parque de bomberos en el que cada dos horas ¡ªdurante el horario de visita del parque¡ª se aplacaba un falso miniincendio. Los visitantes pod¨ªan pasear por las calles de Liliputia, asomarse sobre sus tejados con solo ponerse de puntillas y maravillarse ante la eficacia con la que aquellos bomberos salvaguardaban sus peque?as casas de las llamas. Un gesto aut¨¦ntico ¡ªya que implicaba todos los movimientos que habr¨ªan sido precisos para apagar un incendio real¡ª, pero falso a la vez, porque estaba vaciado de contenido: las llamas no eran de verdad, el peligro no era real, la muerte no era posible. Al no haber un verdadero incendio, los bomberos enanos exhib¨ªan solo el ¡°espect¨¢culo¡± de su extinci¨®n. Durante los a?os de actividad del parque, los bomberos de Liliputia aplacaron unos 3.000 fuegos falsos para diversi¨®n de los visitantes de Dreamland, hasta que la noche del 27 de mayo de 1911 un fallo el¨¦ctrico al que sigui¨® la negligencia de un obrero provoc¨® un verdadero incendio en una tracci¨®n llamada ir¨®nicamente ¡°La puerta del infierno¡±. En pocos segundos la situaci¨®n ya era incontrolable y en apenas seis horas el parque estaba reducido a cenizas. Aunque no en su totalidad. Un peque?o grupo de bomberos acostumbrado a apagar fuegos falsos hab¨ªa conseguido salvar de las llamas una peque?a porci¨®n de su escenario y, a la vez, su ciudad: Liliputia. El gesto falso se hab¨ªa vuelto, por fin, aut¨¦ntico.
Mientras le¨ªa esta delirante f¨¢bula de los bomberos de Liliputia no pod¨ªa dejar de pensar en algunos conocidos pol¨ªticos progresistas y en la forma en la que ¡ªal igual que los visitantes de Dreamland¡ª damos por descontado que sus gestos son falsos y sus intentos de di¨¢logo poco m¨¢s que la ¡°carcasa¡± del gesto que tendr¨ªa el verdadero di¨¢logo, en la forma en la que sabemos, y ellos saben que sabemos, que no habr¨¢ pacto que valga y que de momento solo est¨¢n preocupados en que sea veros¨ªmil su espect¨¢culo externo. Resulta dif¨ªcil tener un gesto aut¨¦ntico cuando las llamas son papel pintado, no hay h¨¦roe que valga cuando todo el mundo sabe que el ni?o al que hay que salvar es un mu?eco. Y, sin embargo, aqu¨ª ¡ªa diferencia de los obreros de Liliputia¡ª, la inminencia del incendio es tan real que hasta tiene fecha en el calendario. Esperemos al menos que, al igual que los bomberos de Liliputia, tambi¨¦n nuestros pol¨ªticos obren el milagro de llenar de contenido el gesto que han realizado fingidamente en tantas ocasiones. Si no nos ha salvado la verdadera voluntad pol¨ªtica, recemos para que al menos nos salve el miedo a las llamas.
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