Tierra de magnicidios (Soacha, Cundinamarca)
Cuando ya parec¨ªa que semejante pr¨¢ctica hab¨ªa sido erradicada, arranc¨® una serie de cr¨ªmenes de figuras p¨²blicas de la que a¨²n no hemos logrado reponernos

Est¨¢bamos celebrando el bicentenario de la Rep¨²blica de Colombia: dos siglos a pesar de todo. Pero el pasado martes 13 de agosto de 2019 fue m¨¢s urgente conmemorar los veinte a?os del asesinato del humorista pol¨ªtico Jaime Garz¨®n: d¨ªgame usted en qu¨¦ clase de pa¨ªs le disparan a un periodista sat¨ªrico que se ha visto obligado a encarar ¨¦l mismo a los actores del conflicto armado interno. Y el domingo 18 fue fundamental revivir, porque se estaban cumpliendo ya tres d¨¦cadas de aquella noche, el crimen del candidato presidencial Luis Carlos Gal¨¢n: fue en Soacha, Cundinamarca, en una ¨¦poca en la que buena parte de los l¨ªderes colombianos ¨Clos que enfrentaban a los narcos, los que se?alaban a esa ultraderecha infiltrada en el Estado, los de izquierda¨C viv¨ªan seguros de que los iban a matar.
Colombia fue tierra de magnicidios hasta hace poco. Tres h¨¦roes de la independencia, Jos¨¦ Mar¨ªa C¨®rdoba, Antonio Jos¨¦ de Sucre y Jos¨¦ Mar¨ªa Obando, fueron asesinados como h¨¦roes tr¨¢gicos de una naci¨®n en ciernes. El general Rafael Uribe Uribe muri¨® a hachazos en las escaleras de un Capitolio incipiente el 15 de octubre de 1914. El candidato presidencial Jorge Eli¨¦cer Gait¨¢n fue acribillado a la salida de su oficina el 9 de abril de 1948. Y, cuando ya parec¨ªa que semejante pr¨¢ctica de b¨¢rbaros y de traidores hab¨ªa sido erradicada de la pol¨ªtica colombiana, arranc¨® una serie de cr¨ªmenes de figuras p¨²blicas de la que a¨²n no hemos logrado reponernos: mataron al ministro Rodrigo Lara en 1984, al periodista Guillermo Cano en 1986, al l¨ªder de la UP Jaime Pardo en 1987 y al procurador Carlos Mauro Hoyos en 1988.
De 1989 a 1990 aniquilaron a Luis Carlos Gal¨¢n, a Jos¨¦ Antequera, a Bernardo Jaramillo y a Carlos Pizarro en ejercicio de una gigantesca conspiraci¨®n ¨Cde la mafia y el Estado y la ultraderecha criminal, seg¨²n parece¨C para callar las voces contestatarias que se le resist¨ªan al leviat¨¢n colombiano y para exterminar a la izquierda de la faz de qui¨¦n sabe qu¨¦ patria. En 1994 mataron a Andr¨¦s Escobar por cometer un autogol. En 1995 acabaron con la vida del excandidato presidencial ?lvaro G¨®mez a unos cuantos pasos del sal¨®n donde hab¨ªa dictado su ¨²ltima clase. Y en 1999 ejecutaron a Jaime Garz¨®n cuando se dirig¨ªa en su camioneta a la emisora en la que trabajaba por ese entonces: ¡°Y hasta aqu¨ª los deportes¡ pa¨ªs de mierda¡±, dijo su colega, el comentarista C¨¦sar Augusto Londo?o, en la emisi¨®n del noticiero CM& de aquel viernes 13.
Y as¨ª acab¨®, en teor¨ªa, la era inveros¨ªmil de los magnicidios, pero no hemos podido superarla.
Porque, como todos esos cr¨ªmenes est¨¢n varados en el lodazal de la impunidad, seguimos en manos de las supersticiones y de las teor¨ªas de conspiraci¨®n y de las pruebas de que poco les pasa aqu¨ª a los autores intelectuales; seguimos sospechando, con raz¨®n, que si no hay justicia para los colombianos de puertas para afuera mucho menos la habr¨¢ para los colombianos de puertas para adentro; seguimos tratando de reivindicar esta civilizaci¨®n de leyes e instituciones para que reconozcamos esta barbarie que ha habido entre nosotros; seguimos encogi¨¦ndonos de hombros como justificando el horror ¨C¡°ay, es que se les enfrent¨® a los narcos¡±, ¡°es que era de izquierda¡±, ¡°es que era un defensor de derechos humanos, ay¡±¨C mientras la suma de homicidios pol¨ªticos crece y crece, y no nos dice mucho porque poco sabemos de esos muertos y nos cuesta que esos cad¨¢veres sean pr¨®jimos nuestros.
Sea este el momento, pues, de consagrar un par de obviedades. Que los viejos asesinatos de nuestros representantes nos parar¨¢n el coraz¨®n mientras no haya justicia. Y que habr¨ªa que celebrar el bicentenario de un pa¨ªs en el que cada asesinato de cada l¨ªder social fuera un magnicidio.
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