Juguetona
Gracias a personas o juguetes, las mujeres hemos dejado de ser cosa para gozar con cosas
Un querido amigo, mi garganta profunda en las redes, me env¨ªa una foto: los torsos de unos j¨®venes, cuyas cabezas est¨¢n cortadas ¡ªpor el encuadre: no se asusten¡ª, lucen una camiseta con el lema ¡°Hoy follo, ma?ana juicio¡±. Ay, qu¨¦ risa, t¨ªa Felisa¡ Luego imagino a una mujer violada por hombres ¡ªcampechanos, divertidos¡ª que se rebelan contra la p¨¦rdida de sus derechos de pernada y la mutaci¨®n de esta normalidad: est¨¢n acogotaditos. Los violadores dan instrucciones ¡ª¡°S¨²bela, b¨¢jala, col¨®cala hacia la derecha, ¨¢brele la boca¡±¡ª que cosifican, no ya el cuerpo femenino, sino a las mujeres y todo lo que su cuerpo encierra: carne, sangre, sinapsis cerebrales, recuerdos, emociones, un esp¨ªritu que hemos conquistado infringiendo leyes. Pero hoy mi intenci¨®n no es reflexionar sobre este asunto, sino sobre su ant¨ªpoda: la reivindicaci¨®n del placer como se?al indiscutible de liberaci¨®n femenina.
Recuerdo el descubrimiento del orgasmo como un regalo con el que la naturaleza solo me hab¨ªa premiado a m¨ª. Lo mantuve en secreto para no dar envidia. Para que no me lo quitaran. Para que no me aguasen la fiesta. Disimulaba cuando me deslizaba por las barandillas o al subir la cuerda del gimnasio. Pronto entend¨ª que lo que me suced¨ªa a m¨ª nos pasaba a casi todas. Tambi¨¦n habl¨¦ con chicas que viv¨ªan estas experiencias como momentos de suciedad y con otras que jam¨¢s hab¨ªan sentido nada: miedo, impericia, culpa¡ El orgasmo nos construye como sujetos desde un punto de vista cultural y biogr¨¢fico, y nuestra naturaleza juguetona alcanz¨® uno de sus cl¨ªmax con la invenci¨®n de un artilugio, el vibrador, con el que se pretend¨ªa no tanto dar placer como curar una de esas enfermedades ¡°femeninas¡± que configuran el territorio de la represi¨®n y el tab¨²: lo cuenta Tanya Wexler en su pel¨ªcula Histeria. Hoy, supuestamente salvadas de la verg¨¹enza por sentir goce f¨ªsico gracias a personas o juguetes, dejamos de ser cosa para gozar con cosas. Pero las ¡°monjitas¡± como yo somos suspicaces: el neoliberalismo nos etiqueta ¡ªpuritana, conservadora¡ª si rechazamos gelatinas, pilas y manubrios porque tememos que nuestro deseo sea devorado por una industria que reduzca a las mujeres a consumidoras a trav¨¦s de una visi¨®n codificada, obligatoria y clasista del goce sexual. Se puede lograr la felicidad ¡ªo disminuir la angustia¡ª follando o practicando el onanismo, pero ignoro si comprando alcanzamos la misma meta. Al final no s¨¦ si lo que produce satisfacci¨®n es un cl¨ªtoris bien estimulado ¡ª?S¨ª!¡ª o la compra del ¨²ltimo juguete. Con la adquisici¨®n de los m¨®viles ocurre lo mismo: se trata de poseer el fetiche. Comprar entretiene mucho, y a las mujeres, preferiblemente ricas, en el capitalismo m¨¢s rancio se nos reservaba el ir de compras como remedio terap¨¦utico¡ Hoy, el ¡°feminismo liberal¡± no te deja elegir porque el ¡°no¡± te saca del caj¨®n del estereotipo hiperconsumista de esa mujer liberada que, por un lado, gasta el dinero que genera en su cuarto propio comprando lo que le estaba prohibido, se donjuaniza ¡ªmanda narices¡ª, y, por otro, est¨¢ nuevamente agotada por la necesidad de responder a ese estereotipo, falsamente ultracontempor¨¢neo, en el que placer y consumo se identifican. Las femtech ¡ªindustrias de sexo para mujeres¡ª ¡°traen detr¨¢s un negocio de 50.000 millones de d¨®lares¡±. En el canal de Andaluc¨ªa vi un anuncio de vibradores con puerto USB. O a lo mejor eran con wifi. Me escama que mi sexualidad, virtual y tangible, la gestione Silicon Valley. Yo, que soy una de esas monjas juguetonas que tuvo orgasmos casi desacomplejados desde la infancia, no lo quiero ni pensar.
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