Sucia jugada
La suspensi¨®n de sesiones impuesta por Johnson pretende facilitar el Brexit duro
La decisi¨®n impulsada por el primer ministro brit¨¢nico, Boris Johnson, de suspender el periodo de sesiones del Parlamento de Westminster durante cinco semanas cruciales en el proceso del Brexit, puede ser en ¨²ltimo extremo legal, pero supone un duro golpe al parlamentarismo de una de las democracias m¨¢s prestigiosas del mundo. Y a la vez es un p¨¦simo ejemplo para el resto de las democracias donde proliferan gobernantes a quienes no les importa retorcer el esp¨ªritu de las instituciones para alcanzar sus fines.
Sin miramientos por el da?o institucional que pueda causar, Johnson ha realizado una dudosa maniobra pol¨ªtica, con el exclusivo fin de tener las manos libres a partir del 10 de septiembre en su estrategia de confrontaci¨®n con la Uni¨®n Europea ante la salida del Reino Unido del proyecto com¨²n. La pr¨®rroga que aceptaron los Estados de la UE expira el 31 de octubre, pero durante un importante periodo hasta esa fecha el Parlamento brit¨¢nico no podr¨¢ controlar la acci¨®n del Ejecutivo, ni adoptar resoluci¨®n alguna que consiga evitar un desastroso Brexit sin acuerdo negociado: desastroso, en primer lugar, para los propios ciudadanos del Reino Unido, seg¨²n advierten los informes de varios organismos oficiales brit¨¢nicos que est¨¢n sobre la mesa del primer ministro.
Johnson, que ha llegado al 10 de Downing Street sin haber ganado nunca unas elecciones generales como principal candidato de su partido, modifica as¨ª la acci¨®n del principal ¨®rgano de representaci¨®n popular y genera un esc¨¢ndalo pol¨ªtico por la utilizaci¨®n que ha hecho de un mecanismo que, desde luego, no estaba pensado para usurpar el debate pol¨ªtico en la sede que le corresponde en un momento decisivo para el futuro del Reino Unido. Lo que ha hecho, simplemente, es jugar sucio. Lo que diferencia a las democracias liberales de los dem¨¢s reg¨ªmenes es precisamente el debate, la confrontaci¨®n dial¨¦ctica y el respeto tanto a las instituciones como al esp¨ªritu que estas encarnan. A lo largo de su dilatad¨ªsima historia ¡ªy durante los pasados meses¡ª, la C¨¢mara que Johnson ahora prefiere silenciar ha dado numerosos ejemplos de este proceder.
Una muestra m¨¢s del peligro que suponen los planteamientos populistas en una democracia es que quienes adoptan estas argucias cortoplacistas no se frenan ante el posible da?o institucional que se pueda provocar. Por el camino, Johnson ha colocado a la corona en una compleja situaci¨®n. Independientemente de cual sea su pensamiento sobre el asunto, la reina Isabel II ha tenido que sancionar la decisi¨®n del primer ministro, porque no tiene margen alguno de maniobra. Y eso aunque el presidente del Parlamento, que procede de las filas conservadoras, haya denunciado un ¡°esc¨¢ndalo constitucional¡±, pol¨ªticos de diferente signo hayan anunciado una batalla en los tribunales en las dos semanas que quedan para que se formalice la suspensi¨®n de sesiones y la libra haya ca¨ªdo.
No deja de ser una paradoja que quien ha llegado a la jefatura del Gobierno con el discurso de defender la esencia de lo brit¨¢nico recurra a una triqui?uela, que va precisamente contra una de las principales caracter¨ªsticas que conforman el ser de la democracia brit¨¢nica. Hacer callar a Westminster no forma precisamente parte de la tradici¨®n de la que Boris Johnson se dice ardiente defensor.
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