Maestros y ministros
Hay dos tipos de autoridad: la disciplinar, que se impone desde un cargo, y la moral, fruto del carisma y el conocimiento
Preparando mentalmente una conferencia sobre la ¡°atenci¨®n¡± me vino a la memoria una an¨¦cdota de Jorge Luis Borges, el cual manten¨ªa en cierta ocasi¨®n ¡ªas¨ª lo contaba¡ª una trabajosa conversaci¨®n telef¨®nica transoce¨¢nica con un amigo. Este, en medio de una selva de ruidos y demoras, insist¨ªa: ¡°Borges, ?me escucha?¡±. Hasta que Borges, irritado, le grit¨®: ¡°S¨ª, hombre, s¨ª, le escucho pero no le oigo¡±.
Borges se irrit¨® porque era un hombre irritable pero tambi¨¦n porque no pod¨ªa soportar el mal uso del castellano y menos si cuestionaba su cortes¨ªa o su concentraci¨®n discursiva. Una cosa es la ¡°audici¨®n¡±, horizonte pasivo de la comunicaci¨®n, y otra muy distinta la ¡°escucha¡±, que describe un esfuerzo consciente de la atenci¨®n. Un sordo puede ¡°escuchar¡± los labios ¡ªy el coraz¨®n¡ª de sus vecinos, como el famoso personaje de Carson McCullers, mientras que un ¡°oyente¡± puede ¡°o¨ªr¡± los lamentos de un desgraciado y seguir sin detener su camino. Generaciones de ni?os han o¨ªdo sin escuchar a sus padres o a sus profesores; y en el Parlamento los diputados, obligados a o¨ªr a sus oponentes, hacen un esfuerzo fan¨¢tico para no escucharlos.
?A qui¨¦n escuchamos? La lengua italiana distingue entre autorit¨¤ y autorevolezza; es decir, entre la autoridad disciplinar que se impone de arriba abajo por la fuerza de un cargo o de una porra y la autoridad moral e intelectual, fruto del carisma, la pasi¨®n y el conocimiento. En las ¨²ltimas d¨¦cadas estos dos sentidos, que en castellano comparten vocablo, se han fundido de tal manera que, al cuestionar la autoridad disciplinar, hemos acabado por derribar tambi¨¦n la autoridad moral e intelectual. Al autoritario se le oye, al autorizado se le escucha. Al que escuchamos lo hemos llamado siempre ¡°maestro¡±. Maestro era Juan de Mairena, por ejemplo, como lo fue su ort¨®nimo Machado. Maestros fueron, para sucesivas generaciones, Gald¨®s, Baroja, Unamuno y hasta Cela. El llorado S¨¢nchez Ferlosio, que siempre desde?¨® los t¨ªtulos universitarios, fue nuestro maestro. Maestros eran los grandes pensadores, los grandes m¨²sicos y los grandes toreros. Maestros eran en general aquellos cuya experiencia y pericia los convert¨ªa en privilegiadas correas de transmisi¨®n entre generaciones de los secretos de un oficio. Hab¨ªa, as¨ª, maestros torneros, maestros alba?iles, maestros orfebres, etc¨¦tera. Todos lo eran, en todo caso, por concomitancia expansiva a partir de nuestros heroicos maestros de las escuelas. A?ado, y no entre par¨¦ntesis, que el machismo hist¨®rico, apropi¨¢ndose la mayor parte de los oficios, ha escatimado el t¨ªtulo a las mujeres o ha asociado la desinencia de g¨¦nero (¡°maestra¡±) a una prolongaci¨®n menospreciada de las tareas dom¨¦sticas.
Esto era lo que Kant dec¨ªa: pensad lo que quer¨¢is, pero escuchad. O lo que es lo mismo: pensad lo?que quer¨¢is, pero solo despu¨¦s de escuchar
La frase que m¨¢s se ha utilizado contra Kant es esa que predica: ¡°Pensad lo que quer¨¢is pero obedeced¡±. ¡°Obedecer¡± viene del lat¨ªn ob-audire, que subraya la voluntad e intensidad subjetiva de la audici¨®n. Obedecer, sensu stricto, quiere decir ¡°escuchar¡±. As¨ª que Kant estaba diciendo: pensad lo que quer¨¢is pero escuchad. O lo que es lo mismo: pensad lo que quer¨¢is pero solo despu¨¦s de escuchar. O verbigracia: escuchad a vuestros maestros. Maestro viene del lat¨ªn magister, que incluye el adverbio magis, ¡°m¨¢s¡±, marca de superioridad. ?Qu¨¦ es lo contrario de un magister? ?C¨®mo llamamos a aquel cuyo oficio es m¨¢s bien el de ¡°obedecer¡±? Un minister; es decir, un ministro. Algo muy grave ha tenido que ocurrir en las ¨²ltimas d¨¦cadas para que el maestro (el superior en saber al que confiamos la educaci¨®n de nuestros hijos) se haya convertido en una figura menospreciada o ridiculizada por los padres y abandonada por los Presupuestos mientras que el ministro (el servidor peque?uelo) comparece ante nuestros o¨ªdos colmado de autoridad y de prestigio. Nadie quiere ser magis, maestro; todo el mundo quiere ser menos, ministro. El t¨¦rmino ¡°ministro¡± naci¨® para identificar a un servidor de la ¡°autoridad¡±, el subordinado intenso y necesario que escuchaba a la Iglesia o al rey y que en democracia deber¨ªa escuchar al pueblo. Cabe recordar que lo opuesto a magister ¡ªo lo mismo que ministro¡ª es asimismo ¡°petimetre¡±, galicismo que podr¨ªa traducirse como ¡°maestrillo¡±. Mairena, S¨¢nchez Ferlosio, Paco de Lucia, Juan Belmonte eran maestros. Nuestros ministros y diputados son en su mayor¨ªa petimetres que no se escuchan los unos a los otros ni escuchan a los ciudadanos. Kant conminaba a escuchar a los maestros, no a los ministros; fue la obediencia a los ministros o maestrillos o petimetres la que trajo las grandes calamidades del siglo XX y la que anticipa ya las del XXI.
Vivimos en un mundo de sordos que oyen sin escuchar y de petimetres que se hacen o¨ªr sin decir nada. El magisterio ha sido derrotado por el ministerio. Las escuelas por las tertulias. Los maestros por los magistrados. Una fatal combinaci¨®n de capitalismo tecnol¨®gico y falta de democracia, desterrando de nuestros discursos el esfuerzo de la atenci¨®n y, en consecuencia, la posibilidad misma de la transmisi¨®n, est¨¢ a punto de sumergirnos en un mudo estr¨¦pito submarino y transoce¨¢nico.
Santiago Alba Rico es ensayista.
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