El almac¨¦n de los figurantes
Una audaz y sorprendente exposici¨®n rescata y da sentido a un conjunto art¨ªstico, a menudo an¨®nimo, en una ¨¦poca en la que importa cada vez m¨¢s la verificaci¨®n de la historia y no su enmascaramiento
Se trata, a mi juicio, de la mejor exposici¨®n art¨ªstica del a?o, la m¨¢s audaz, la m¨¢s inteligente, la m¨¢s inesperada. Todo lo ahora expuesto en el Colegio de San Gregorio de Valladolid es hermoso y antiguo, pero llevaba a?os o siglos sin exhibirse en ninguna parte. Eran im¨¢genes de comparsa, retazos inservibles de un altar o la espalda de un monje o una santa de quienes s¨®lo se vio en el templo, si acaso, la vestidura lit¨²rgica o las llagas, y rara vez el vac¨ªo posterior de la madera ni la parte rugosa de la piedra. Lo que ha hecho Mar¨ªa Bola?os, directora del Museo Nacional de Escultura y comisaria de esta exposici¨®n temporal que bien merece por s¨ª misma un viaje exprofeso a la ciudad del Pisuerga, es una operaci¨®n de rescate que trasciende el m¨¦rito de las piezas mostradas, las recoloca, les da argumento y trama, y aporta as¨ª sentido a un conjunto escult¨®rico a menudo an¨®nimo y no pocas veces realizado en serie; un material devoto o decorativo, descartado, tapado y apagado en los dep¨®sitos muse¨ªsticos, donde las estatuas, la mayor¨ªa sagradas, deb¨ªan de yacer como cuerpos maltrechos pero incorruptos a la espera de una improbable resurrecci¨®n, que esta vez ha llegado no de milagro sino por v¨ªa humana.
Otros art¨ªculos del autor
Pocas semanas despu¨¦s de visitar Almac¨¦n. El lugar de los invisibles, que as¨ª se llama la extraordinaria muestra vallisoletana (abierta hasta el 17 de noviembre), sali¨® la noticia de que Georges Duby hab¨ªa entrado en el pante¨®n de papel de La Pl¨¦iade, que acaba de publicar en un volumen de 2.000 p¨¢ginas una selecci¨®n de su importante obra de ensayista. A Duby se le ensalza por la enorme influencia que ejerci¨® en el campo de la historiograf¨ªa medieval, sin dejar de subrayar que en ¨¦l hab¨ªa asimismo uno de los grandes estilistas de la prosa francesa no-narrativa, en la tradici¨®n de La Bruy¨¨re, Saint-Simon, Madame de S¨¦vign¨¦, Michelet o Sainte-Beuve, todos ellos ya entronizados en esa ilustre colecci¨®n del sello Gallimard. Pero el trabajo de Duby y de otros coet¨¢neos o disc¨ªpulos suyos aglutinados en torno a la revista Annales tuvo tambi¨¦n como af¨¢n, por encima de la etiqueta feliz que se les puso de ¡°historiadores de las mentalidades¡±, la aspiraci¨®n de contar vidas simples de hombres y mujeres esfumados entre la multitud del populacho; descubrir, m¨¢s all¨¢ de los despachos de la alta diplomacia y las reglas de la caballer¨ªa andante, la vacilante letra peque?a de la confesi¨®n amorosa o el testamento rural; reflejar la dif¨ªcil conquista de la intimidad y la soledad voluntaria, ese ¡°ser uno mismo en medio de los otros [¡]con sus propios sue?os, sus iluminaciones y su secreto¡±, como escribi¨® Duby al final de las casi 100 p¨¢ginas de su contribuci¨®n directa al tomo 2 de la monumental Historia de la vida privada, ese pentateuco civil codirigido por ¨¦l junto a Philippe Ari¨¨s.
La actualidad nos hace comisarios imprevistos del inventario de las vidas sin nombre y sin destino
En el itinerario que Mar¨ªa Bola?os ha concebido en Valladolid y llevado a cabo con sus colaboradores, entre los que hay que nombrar sin falta a Anna Alcubierre, dise?adora del fascinante y muy pertinente espacio expositivo, lo primero que vemos es una pared de damas, caballeros barbados y obispos revestidos de pontifical, todos ellos con un hueco en el pecho. Se trata de 23 bustos-relicario cuyo rutilante dorado, el adem¨¢n oferente y la disposici¨®n en filas proporcionan un signo de rito eclesi¨¢stico y sacrificio individual; una de las hornacinas est¨¢ vac¨ªa, pero la totalidad reunida habla de ¨¦pocas en las que el martirio o la mutilaci¨®n conduc¨ªan al cielo y a la beatitud y no a la muerte insepulta que hoy vemos a diario en los mares de nuestras costas. Cada una de las siguientes salas tiene un t¨ªtulo y un prop¨®sito conceptual que incita a la reflexi¨®n sin por ello ofuscar el deslumbramiento producido por las figuras: los ingr¨¢vidos ¨¢ngeles, los guerreros yacentes y las virtudes durmientes, la posibilidad de fisgar en lo nunca visto de un prelado, la aglomeraci¨®n de crucificados, como un concierto de solistas que se armonizan en sus diferencias de tama?o y profundidad de las heridas de lanza. La imagen musical viene a cuento, ya que Bola?os ha elegido un plantel protag¨®nico de primeras voces que Alcubierre distribuye en escenas y poses de gran belleza dentro de las seis salas iniciales. Pero no estamos en el territorio exclusivo de las primadonnas y los tenores heroicos. Al visitante de Almac¨¦n le aguarda en s¨¦ptimo lugar el plato fuerte del coro, es decir, el grueso de la tropa, la densidad de los colectivos, agrupados en una tribuna escalonada que produce un efecto hipn¨®tico cuando la mirada se repone del susto: una treintena de estatuas policromadas en faena dram¨¢tica o transacci¨®n celeste, y algunas de ellas a punto ¡ªse dir¨ªa¡ª de romper a hablar.
En esas gradas no hay divos. No hay berruguetes reverberantes ni piezas renombradas de Pedro de Mena, Mart¨ªnez Monta?¨¦s o la Roldana, aunque s¨ª unos franciscanos muy sufridos de Pompeo Leoni y un say¨®n suelto de un paso de Semana Santa gesticulando con excepcional malicia. Qu¨¦ gran reparto de caracter¨ªsticos. Y qu¨¦ buen anticipo de lo que sigue en las dos ¨²ltimas salas hasta llegar al cl¨ªmax, que, sin destriparlo aqu¨ª, puede decirse que es un desenlace ¡°de libro¡± y un recuento de lo incompleto, lo fragmentario y lo desechado: miembros sueltos, rostros sin tronco, m¨¦nsulas, a?icos, supervivientes ¡ªescribe Mar¨ªa Bola?os en el cap¨ªtulo final del valioso cat¨¢logo¡ª de ¡°cat¨¢strofes naturales, expolios b¨¦licos, negocios oscuros, especulaciones urban¨ªsticas, intolerancias y desidias¡±. Lo que inevitablemente hace pensar, concluye la historiadora, en ¡°ese papel de asilo y desagravio que cumple el museo¡±.
Bola?os ha elegido un plantel protag¨®nico de primeras voces que Alcubierre distribuye en escenas de gran belleza
No s¨®lo el museo ha de cumplir esas tareas de poner rostro o completar las siluetas borrosas del pasado. Importan cada vez m¨¢s la verificaci¨®n de la historia y no su enmascaramiento, los relatos memoriales, las cr¨®nicas de viaje de los que viajan por necesidad y no por placer. La actualidad nos hace comisarios imprevistos del inventario de las vidas sin nombre y sin destino, una encomienda de ra¨ªz period¨ªstica que se advierte cada vez m¨¢s en el cine y en el teatro documental o en las llamadas ficciones del yo.
Georges Duby escribi¨® memorablemente sobre las catedrales y los lances de honor, usando la imaginaci¨®n y la pincelada vivaz en libros que tienen amenidad novelesca sin salirse del marco de la investigaci¨®n; uno de los m¨¢s celebrados es Guillermo el Mariscal, que de no llevar el nombre del gran profesor e investigador en la portada podr¨ªa ser le¨ªdo como novela de formaci¨®n, una historia del joven pobre que hace carrera en tanto que campe¨®n de torneos. Pero Duby tambi¨¦n mostr¨® un constante inter¨¦s por los figurantes. En los ¨²ltimos a?os de su vida se ocup¨® y dio t¨¦rmino, en tres vol¨²menes, a una empresa singular bajo el t¨ªtulo global de Damas del siglo XII. Algunas de las estudiadas son personajes del relieve de Elo¨ªsa o Isolda, pero en el segundo tomo, El recuerdo de las abuelas, quiz¨¢ est¨¦, pienso yo, el mensaje testamentario del historiador: las mujeres de aquel tiempo ten¨ªan poca presencia p¨²blica aunque gran ascendiente; en los testimonios de sus nietos y en otros segundos t¨¦rminos Duby las encuentra y las saca a la luz dot¨¢ndolas a la vez de una diferida y potente voz. Con lo que dejan de ser meras abuelas, caracter¨ªsticas, partiquinas, para hablarnos de t¨² a t¨² como hero¨ªnas de una gesta luchada en lo m¨¢s ¨ªntimo.
Vicente Molina Foix es escritor.
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