La sociedad perform¨¢tica
La hipercompetencia por captar la atenci¨®n conduce a estrategias estridentes, llamativas y agresivas
En un periodo marcado por la irrupci¨®n de youtubers, influencers, tuiteros, instagramers y una nueva fauna de productores de contenido que, sin mayor infraestructura ni oficio, bombardean el universo cultural y pol¨ªtico con toda suerte de im¨¢genes, opiniones, v¨ªdeos, obras de arte, denuncias y protestas, el mayor bot¨ªn por el que se compite hoy es la atenci¨®n del otro. A cualquiera con un correo electr¨®nico o que frecuente las redes sociales le acontece a diario. Alguien le pide que se solidarice con una causa en Change.org, otro le invita a dar like a su p¨¢gina, alguien m¨¢s le pide que se suscriba a su cuenta de YouTube o que lo siga en redes sociales. ¡°No hay cama pa¡¯tanta gente¡±, cantaba El Gran Combo de Puerto Rico. Hoy parece no haber espectadores para tanto espect¨¢culo.
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La sobreabundancia de contenidos y la hipercompetencia por captar la atenci¨®n del otro ha forzado a muchos actores sociales, empezando por los artistas y siguiendo con los pol¨ªticos, a recurrir a estrategias perform¨¢ticas estridentes, llamativas, agresivas. El grafitero Banksy abre por sorpresa una tienda en Londres a la que no deja entrar a nadie, y gracias a ella vende como pan caliente sus piezas, y Ortega Smith, el secretario general de Vox, dice ante los micr¨®fonos que lasTrece Rosas eran una panda de violadoras. Parecen fen¨®menos aislados y, sin embargo, responden a una misma necesidad: alterar las aguas para captar la atenci¨®n medi¨¢tica. Hoy en d¨ªa es menos grave tener mala publicidad que no tenerla, porque la existencia de los pol¨ªticos y de los actores culturales depende de un factor distinto, de su visibilidad, de que se hable o no de ellos y de que no decaiga la atenci¨®n de sus seguidores.
Gaspar Llamazares, por ejemplo, un pol¨ªtico poco adaptado a la nueva sociedad perform¨¢tica, incapaz de convertirse en trending topic o en titular de prensa, pas¨® sin pena ni gloria por la ¨²ltima campa?a electoral. Y no necesariamente por la calidad de sus propuestas, sino porque no dijo ninguna estupidez, porque no mont¨® ning¨²n n¨²mero de circo que hiciera inevitable la comparecencia de las c¨¢maras e iniciara esa bola de nieve ¡ªo de lodo¡ª que desemboca en los debates tuiteros, en las tertulias y en los programas de periodismo exaltado. Mientras tanto, Vox abr¨ªa un debate rid¨ªculo y gratuito, el de la legalizaci¨®n de las armas, e ??igo Errej¨®n se convert¨ªa en el personaje de la temporada con aquel fabuloso golpe de efecto, el portazo a Podemos, que dejaba a Pablo Iglesias convaleciendo, con un pu?al en la espalda, en el cuartucho polvoriento de las escobas, las hoces y los martillos.
Y qu¨¦ decir de los independentistas catalanes y de sus fastuosas performances destinadas a mantener en el candelero su causa y a encandilar las pupilas internacionales, siempre tan susceptibles a esa mezcla contempor¨¢nea de est¨¦tica y victimismo. Porque es el arte de las v¨ªctimas, ese nuevo indigenismo tan cotizado en Europa y Estados Unidos, el que ha inspirado muchas de sus acciones. La m¨¢s reciente fueron esas 131 farolas en el macizo de Montserrat, plantadas all¨ª para alumbrar la ficci¨®n de una estirpe centenaria de presidents durante la vigilia que conmemoraba otra gran performance, el refer¨¦ndum independentista del 1 de octubre de 2017. Estas acciones no replican la estridencia y la incorrecci¨®n de Vox y del primer Podemos. Hacen otra cosa. El independentismo emplea la est¨¦tica y la performance para forjar una ilusi¨®n, para hacer creer a quienes realizan arte victimista que en realidad son v¨ªctimas. Confundiendo la performance con la realidad han persuadido a muchos de que en efecto ya han votado y ganado una consulta para salir de Espa?a, y conseguido, de paso, que se niegue la pulsi¨®n violenta que empieza a burbujear en los subsuelos de los CDR. Si la performance es festiva y sonriente, la realidad habr¨¢ de ser igual. Y no, lamentablemente no es as¨ª.
El independentismo emplea la est¨¦tica y la performance para forjar una ilusi¨®n, para hacer creer a quienes realizan arte victimista que en realidad son v¨ªctimas
La sociedad perform¨¢tica que empieza a emerger demanda de los actores p¨²blicos gestos permanentes, estrategias sistem¨¢ticas destinadas a ganar terreno a los competidores y a redirigir las c¨¢maras hacia el ¨¢ngulo que m¨¢s les favorece. En el campo cultural, la maniobra no ha apelado a la incorrecci¨®n pol¨ªtica, sino a la alternativa opuesta. Artistas, cineastas y otros protagonistas del medio han intentado vincular su nombre ¡ªo marca¡ª a las causas nobles planetarias. Hasta Banksy promocionaba su tienda asegurando que las ganancias ser¨ªan destinadas al salvamento de inmigrantes en el Mediterr¨¢neo, prueba evidente de que en la industria y en las instituciones culturales los vientos arrastran hacia la correcci¨®n pol¨ªtica.
El cambio clim¨¢tico, los inmigrantes, el feminismo, las identidades minoritarias¡ Todos son problemas que est¨¢n en el ojo del hurac¨¢n, sobre los que toda la sociedad ha tenido que posicionarse y de los que muchos creadores se han colgado para entrar en los grandes cert¨¢menes y llevarse los premios. Incorrecci¨®n para unos, correcci¨®n para otros, y a ambos les funciona: una paradoja de estos tiempos perform¨¢ticos, salvajes, inquietantes.
Carlos Gran¨¦s es ensayista, su ¨²ltimo libro es Salvajes de una nueva ¨¦poca (Taurus).
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