25 fotos24 horas en la infanciaLa carrera de Harriet hacia la igualdadCon tan solo 15 a?os, Harriet es una l¨ªder natural con un discurso feminista que ha calado entre sus compa?eras de colegio. Aunque su vida est¨¢ repleta de dificultades, intenta sortearlas con determinaci¨®n. Aspira a llegar muy altoSamuel S¨¢nchezIv¨¢n de Moneo18 nov 2019 - 14:06CETWhatsappFacebookTwitterBlueskyLinkedinCopiar enlaceEl implacable sol africano confiere al rostro de Harriet, de 15 a?os, un fulgor de una pureza casi celestial. Transmite la elegancia sutil de una bailarina, quiz¨¢ porque al andar sus pies no llegan a posarse del todo en la tierra. Como el resto de sus compa?eras del colegio al que acude en Adjumani, una regi¨®n rural del norte de Uganda que hace frontera con Sud¨¢n del Sur, lleva la cabeza rapada casi al cero. Dice que lo hace por comodidad pero posiblemente tambi¨¦n para evitar comentarios desagradables de los chicos. El machismo en este pa¨ªs africano, donde una media de 26 mujeres son violadas a diario, es una realidad lacerante para las chicas desde edades muy tempranas.Samuel S¨¢nchezHarriet se entrega a la limpieza diaria de los vestuarios y las letrinas de su colegio. Hace dos a?os que se levantaron, con la ayuda financiera de Unicef, para terminar con la llamada ¡®open defecation¡¯ (defecaci¨®n al aire libre), pr¨¢ctica extendida en pa¨ªses en v¨ªas de desarrollo -un 6% de la poblaci¨®n de Uganda, seg¨²n datos del Banco Mundial- que favorece la propagaci¨®n de enfermedades y es uno de los motivos por el que las chicas se ausentan del colegio cuando llegan a la pubertad. Durante la menstruaci¨®n, muchas no soportan la verg¨¹enza de no tener un lugar para cambiarse ajeno a las miradas de sus compa?eros.Samuel S¨¢nchezHarriet, al igual que los 600 alumnos del colegio de educaci¨®n primaria al que acude desde los cinco a?os, participa de la limpieza del complejo escolar. Al barrer, el sonido de las rudimentarias escobas hechas con ramas de arbustos rompe el silencio que reina en el patio que da acceso a los tres barracones donde se imparten las clases.Samuel S¨¢nchezLa clase entera ovaciona a Harriet al t¨¦rmino de la lecci¨®n de Matem¨¢ticas. Ha completado con sobresaliente los ejercicios planteados por su profesor.Samuel S¨¢nchezEl profesor ha sacado a Harriet a la pizarra para que calcule los ¨¢ngulos de una zona sombreada de un rect¨¢ngulo. Arrodillada, con la tiza en la mano, completa el ejercicio en un instante, sin atisbo de duda. El resultado es perfecto. Sus compa?eros la aplauden y felicitan.Samuel S¨¢nchezHarriet, en primer t¨¦rmino, sale del despacho del director del colegio. A su izquierda, pintado sobre la pared, hay un grafiti que muestra a un hombre bajo rejas y a su lado una mujer embarazada sollozante. Y una advertencia: ¡°El sexo prematuro causa encarcelamientos y embarazos¡±. Mensajes parecidos est¨¢n escritos a la entrada del aula de Harriet: ¡°Evita los matrimonios prematuros¡± y ¡°Cuidado con el sida¡± (1.300.000 ugandeses viven con VIH y dos tercios de las nuevas infecciones se producen entre chicas adolescentes). Consignas que buscan cambiar la realidad de un pa¨ªs en el que el 25% de las adolescentes est¨¢n embarazadas o han tenido hijos y el 40% son obligadas a casarse antes de llegar a los 18.Samuel S¨¢nchezLos ojos almendrados de Harriet esconden unas enormes pupilas negras que proyectan una mira dulce, a ratos huidiza, pero profunda y escrutadora cuando quiere. A veces se comporta con la timidez de una ni?a peque?a y otras adopta la seguridad de una mujer adulta. Habla poco y entre susurros, sobre todo cuando hay mayores delante. Apenas sonr¨ªe, pero si lo hace muestra de golpe todo su carisma. Su discurso feminista ha calado en su comunidad. ¡°Es una l¨ªder natural¡±, aseguran los profesores.Samuel S¨¢nchezHarriet lidera un taller de m¨²sica con canciones que hablan del acoso, la igualdad de g¨¦nero y la dignidad de las mujeres. Lo hace inmersa en un bosque de acacias cuyas hojas en forma de helecho filtran los rayos de sol creando una atm¨®sfera on¨ªrica. Su delicado timbre de voz se alza hacia el cielo, sobreponi¨¦ndose al canto de los p¨¢jaros, al ritmo seco que marcan sus palmadas. ¡°Los chicos deben dejarme tranquila / me casar¨¦ en un futuro pero no ahora¡±. El estribillo de esta ¨ªntima plegaria g¨®spel es replicado por el coro de voces agudas de los diez alumnos que siguen con atenci¨®n los movimientos de Harriet.Samuel S¨¢nchezA la hora del recreo, Harriet acude a la biblioteca del colegio, un aula desordenada con libros amontonados sobre varias banquetas de madera, en busca de alguna lectura. Su af¨¢n por conocer la hace destacar sobre el resto.Samuel S¨¢nchezHarriet, junto a otras amigas adolescentes, almuerza recostada sobre el prado a la entrada del colegio. Antes de comer, como muestra la foto, bendice los alimentos. Al terminar lavan los platos y los dejan secar sobre una especie de tendedero hecho con troncos de madera. All¨ª los recogen los siguientes. Sin ri?as ni disputas. En silencio.Samuel S¨¢nchezA golpe de silbato, Harriet dirige el entrenamiento previo a las carreras con saltos, estiramientos y flexiones mientras bromea con sus compa?eras.Samuel S¨¢nchezAparte de estudiante mod¨¦lica, Harriet es una velocista formidable. Al correr dice que se siente libre. Recientemente se ha clasificado para representar a Adjumani en un campeonato regional de atletismo. Su sue?o es competir en Kampala, la capital. Su especialidad son los 100 y 200 metros libres. Harriet imprime a las plantas de sus pies descalzos una velocidad el¨¦ctrica para atravesar la meta la primera. No est¨¢ acostumbrada a perder.Samuel S¨¢nchezUna sencilla fuente de dos ca?os de la que brota agua potable es una seguro de vida para la poblaci¨®n que vive en los alrededores. En el colegio de Harriet hay cuatro colocadas estrat¨¦gicamente en cada extremo del recinto. Unicef ha proporcionado los recursos para la instalaci¨®n de un gran dep¨®sito de agua que garantiza la higiene y la salubridad.Samuel S¨¢nchezHarriet llena de agua un cubo de lat¨®n para la limpieza de las letrinas y los vestuarios de las chicas. Lo hace cada ma?ana antes de entrar en clase.Samuel S¨¢nchezUn goteo incesante de mujeres y ni?os con latas vac¨ªas de combustible sobre sus cabezas recorre a diario los caminos que conducen a las cuatro fuentes del colegio de las que emana agua potable. Garantizan el abastecimiento no solo a los alumnos sino tambi¨¦n a la poblaci¨®n que vive diseminada en peque?as aldeas varios kil¨®metros a la redonda.Samuel S¨¢nchezLos caminos arcillosos que atraviesan la exuberante naturaleza verde de los bosques tropicales del norte de Uganda conforman una postal id¨ªlica de ?frica. Por sus cunetas, desde el alba y hasta el anochecer, transitan decenas de ni?os que van y vienen al colegio o en busca de agua. Otros deambulan sin un rumbo claro.Samuel S¨¢nchezA las cinco acaban las clases y Harriet se re¨²ne con sus amigas para emprender el regreso a casa. Sus libros y cuadernos ajados est¨¢n forrados de papel de peri¨®dicos donde asoman noticias sobre el ¨¦bola o la malaria, dos amenazas para la salud y el progreso de esta zona de ?frica. En su rostro no se adivina el cansancio. Le espera una caminata en la que se cruza con vacas y cabras fam¨¦licas que pastan en los bordes del camino, donde crece la hierba alta tan caracter¨ªstica del tr¨®pico africano.Samuel S¨¢nchezLos padres de Harriet, sin recursos, encomendaron la educaci¨®n y la crianza de su hija a su t¨ªo, un oficial de polic¨ªa pol¨ªgamo casado con tres mujeres, aunque solo la m¨¢s joven se hace cargo de ella.Samuel S¨¢nchezEl adobe es una de las t¨¦cnicas de construcci¨®n m¨¢s antiguas del mundo. La mayor¨ªa de viviendas en Adjumani est¨¢n hechas con ladrillos de barro y paja que se dejan secar al sol en peque?os mont¨ªculos donde se colocan apilados. En la foto, Harriet posa encima de uno de ellos.Samuel S¨¢nchezCuando llega a casa, Harriet ayuda a su t¨ªa a preparar la cena. En el peque?o huerto familiar crece la yuca o 'cassava' (un tub¨¦rculo rico en hidratos de carbono), berenjenas, tomates y papaya. Tambi¨¦n calabazas, cuyas hojas arranca (en la foto) para hervirlas y mezclarlas con crema de cacahuetes, dando como resultado una crema de color ocre que ser¨¢ la cena para los 13 miembros de esta familia.Samuel S¨¢nchezHombres y mujeres cenan por separado bajo la penumbra. La energ¨ªa que absorbe durante el d¨ªa una placa solar sirve para iluminar parcamente sus platos.Samuel S¨¢nchezLa vida en Adjumani dista mucho de ser f¨¢cil. La extrema pobreza hace que las necesidades m¨¢s elementales (alimentaci¨®n adecuada, agua potable, condiciones m¨ªnimas de saneamiento, atenci¨®n sanitaria y vivienda digna) no siempre est¨¦n cubiertas. Su proximidad a Sud¨¢n del Sur, un pa¨ªs sumido en la guerra, ha provocado una migraci¨®n masiva de refugiados (alrededor de 250.000 en el norte de Uganda) que ha complicado m¨¢s si cabe la situaci¨®n.Samuel S¨¢nchezA ¨²ltima hora, repasa los deberes y juega al corro con su prima m¨¢s peque?a, a la que ha regalado el ¨²nico juguete de su infancia: una mu?eca de nombre Baby con la cabeza y el cuerpo a punto de desmembrarse.Samuel S¨¢nchezCuando el sol cede terreno a la oscuridad, Harriet sabe que ha llegado la hora de acostarse. Duerme junto a sus primas de 12 y 16 a?os en un espacio l¨²gubre de apenas cinco metros cuadrados, con paredes sin enfoscar y un fuerte olor a humedad. Un hueco en la pared en forma de ventana deja entrar una tenue luz que la chica aprovecha para apurar sus lecturas. ¡°Sue?o con llegar muy alto¡±, dice Harriet antes de tumbarse en un mugriento colch¨®n a los pies de una oxidada litera de hierro. A ras de tierra.Samuel S¨¢nchezLas t¨ªas de Harriet duermen, con sus respectivas proles, en caba?as distintas. El marido solo pasa las noches con las dos m¨¢s j¨®venes, que va alternando a capricho. Harriet tiene claro que no quiere acabar como sus t¨ªas, compartiendo marido e hijos: ¡°Tendr¨¦ tres ni?os como m¨¢ximo¡±, dice se?alando con los dedos.Samuel S¨¢nchez