?T¨² tambi¨¦n, Carlos Vives? (Pesca¨ªto, Santa Marta)
Su voz es la de un pa¨ªs en el que la gente empieza a resignarse a no gustarles a todos con la condici¨®n de que ello no sea una sentencia de muerte
Todo el mundo sabe qui¨¦n es Carlos Vives porque ¨¦l lo sabe desde hace mucho tiempo. Vives, de Santa Marta, Magdalena, fue de 1961 a 1991 un tipo ch¨¦vere, un publicista, un querido actor de la televisi¨®n colombiana, un baladista puertorrique?o, un roquero sin rabias, hasta que la trama nost¨¢lgica y la m¨²sica vallenata de la telenovela Escalona le recordaron que sobre todo era una alegr¨ªa contagiosa y un humor descarado y una compasi¨®n por todo lo que tenga vida aqu¨ª en la Tierra: un ¡°colombiano¡±, en fin, en su acepci¨®n de ¡°ser humano reanimado, conmovido, que ha conseguido escapar por poco y sobreponerse al horror¡±. Vives ha sido Vives ¨Co sea, su propio g¨¦nero¨C durante doce discos que a esta hora est¨¢n sonando aqu¨ª y all¨¢.
Pero fue el lapidado de la semana en las reaccionarias redes sociales por atreverse a dar razones para marchar ma?ana jueves: ¡°Si es para que dejemos de matarnos: yo marcho¡±, tuite¨®, y los astutos que no leen entre l¨ªneas, sino fuera de ellas, lo mandaron a callar.
Su activismo no es nuevo. Su investigaci¨®n de la m¨²sica de ac¨¢, que es la de una cultura hecha de culturas, lo ha llevado a concluir que ni esta gente habituada al coraje, ni esta ¡°tierra del olvido¡± pr¨®diga en verdes, se merecen su guerra interminable. Hace cinco a?os, cuando la tregua no parec¨ªa una decisi¨®n pol¨ªtica, sino un anhelo cansado de serlo, estuvo detr¨¢s de una canci¨®n que tendr¨ªa que haberlo puesto todo en su lugar: ¡°Canta mi tambora, no la puedo callar, as¨ª es como canta Colombia por la paz¡±, coreaban decenas de voces de ac¨¢, ¡°ya pasamos cien a?os de soledad¡¡±. Y al fin era claro que nuestros m¨²sicos populares, que parec¨ªan anestesistas, viv¨ªan at¨®nitos ante esa violencia puesta en escena en estos paisajes sublimes: estaban cansados de divertir y ya.
Hubo un momento en el que nuestras ¨²nicas canciones de protesta eran las canciones de despecho. Quiz¨¢s era el leg¨ªtimo miedo colombiano: ¡°Una palabra tuya bastar¨¢ para matarte¡±. Tal vez era la costumbre de reducir a los cantantes a bufones de la Corte. Acaso era el temor a alienar, y a perder, a una mayor¨ªa que sol¨ªa relacionar los esp¨ªritus cr¨ªticos con los brotes comunistas. Sea como fuere, desde los a?os ochenta y noventa ¨Cen el rock y el ska y el punk y el rap de ac¨¢¨C han estado apareciendo bandas dispuestas a ser odiadas por los viejos y a servirles a los colombianos negados por el Estado: de Aterciopelados a Velandia y La Tigra. Y las estrellas como Juanes o Vives han sido cada a?o m¨¢s y m¨¢s claros en su compromiso contra la violencia.
Qu¨¦ bueno que Vives se haya sentido en paz a la hora de dar su visi¨®n del paro de ma?ana, ¡°para que no maten a nuestros ni?os¡±, ¡°contra la corrupci¨®n y su inmensa f¨¢brica de pobres¡±, ¡°para decirles ?no m¨¢s! a las extremas retardatarias¡±, porque gracias a sus palabras ¨Cy a las palabras de los Aterciopelados y Adriana Luc¨ªa y la Iglesia y la Se?orita Colombia¨C la marcha dej¨® de ser el plan mal¨¦volo para tumbar al Gobierno que ¡°denunciaba¡± la ultraderecha y fue una expresi¨®n popular contra la vieja man¨ªa criolla de gobernar para los gobernantes. Su voz es esta vez la de un pa¨ªs nuevo en el que hay que dejar de temer y protestar es exigirle a la democracia que lo sea en medio de su crisis. Su voz es la de un pa¨ªs en el que la gente empieza a resignarse a no gustarles a todos con la condici¨®n de que ello no sea una sentencia de muerte.
El fil¨¢ntropo Vives le agradeci¨® luego al presidente Duque por su ayuda en la transformaci¨®n de Pesca¨ªto, el barrio de Santa Marta en donde jugaba f¨²tbol el Pibe Valderrama, para dejar en claro que lo suyo no era un ataque personal, sino un llamado a leer todos los pa¨ªses del pa¨ªs antes de que sea tarde. Y sigui¨® invitando a marchar.
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